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España: Los límites de la indignación


La coincidencia de escándalos de todo orden que afectan de lleno a las principales instituciones españolas se traduce en una intensa movilización social como no se había registrado en las últimas décadas. En muchos aspectos la actual situación recuerda los momentos de la llamada «transición» cuando el viejo orden franquista se derrumbaba para dar paso a la democracia.

En la presente coyuntura demasiadas cosas están en tela de juicio: el modelo económico, por mediocre; el sistema político, por su bipartidismo excluyente y tramposo; la administración, por la intensa y generalizada corrupción en torno al uso de los recursos públicos; los partidos (con honrosas y escasas excepciones) por su desprestigio y manifiesta incapacidad; la Iglesia, por mantenerse anclada en el «nacional-catolicismo» y ser portavoz entusiasta de las expresiones más reaccionarias de la moral; el gremio empresarial (en particular los banqueros) por ser los responsables principales del mayor desastre económico que se registre en las últimas décadas, y para que no faltara nada importante en este cuadro de desgracias, la misma Corona, con un rey y su familia hundidos en escándalos de todo tipo y sin encontrar aún alguna salida que garantice su continuidad. Ya no son voces aisladas las que proponen la disolución de la monarquía y la vuelta a la república; la bandera tricolor de Riego aparece con mayor frecuencia en calles y plazas, ya no solo empuñada por viejos nostálgicos sino por gentes cada vez más jóvenes.

Como guinda del pastel, unos líderes políticos tan mediocres que hasta se duda de la idea según la cual ya no era posible encontrar un dirigente de mayor candidez, irresponsabilidad y falta de brillo como los atribuidos al anterior gobernante, Rodríguez Zapatero. Cada mañana trae nuevas sorpresas y la indignación popular no cesa. Si el gobierno confiaba en el cansancio de los movilizados, tal parece que alimentó una esperanza inútil. Y si las denuncias de pagos indebidos a los políticos, la contabilidad doble y otras prácticas corruptas en los partidos (especialmente en el PP) terminan por confirmarse, las posibilidades de caída del gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones ya no serían solamente la exigencia ciudadana sino una necesidad impostergable ante una crisis de dimensiones catastróficas para el país.

El partido de gobierno (PP) parece fiarse de los lentos y engorrosos procesos judiciales para ganar tiempo y esperar a que se calme la tempestad. Confían igualmente en ver a finales de este año algunos síntomas de mejora económica. Sin embargo, ambas suposiciones carecen de fundamento. La dimensión de los escándalos es tal que ni los jueces más benignos (o venales) pueden ya tapar tanta podredumbre sin crear un escándalo mayor ni los expertos más optimistas pronostican un futuro económico mejor. Los datos inducen mucho más a la preocupación cuando no directamente al pesimismo.

En este panorama desolador ni PP ni PSOE pasan de los mutuos reproches (el famoso «y tú, más corrupto que yo») ni el resto de las fuerzas opositoras (minoritarias) conforman un bloque con suficiente entidad como para poner en riesgo la estrategia neoliberal que han sostenido «socialistas» y «populares»en los últimos años y que está en la raíz misma del problema. En el mejor de los casos -tanto aquí como en el resto de la Unión Europea- la solución que se ofrece a la ciudadanía es una versión edulcorada de la misma estrategia económica neoliberal, o sea, una versión menos perversa y sobre todo sin las actuaciones delictivas practicadas por banqueros, empresarios de todos los pelambres y políticos venales. Una renovación moral de la política pero manteniendo en lo fundamental la hegemonía del mercado; en pocas palabras, un capitalismo salvaje, pero no tanto.

La cuestión de mayor interés es sin duda la perspectiva real de la respuesta ciudadana. Fraccionada en diversos grupos e iniciativas, comprende las fuerzas tradicionales de la izquierda (parlamentaria, sindical, asociativa) y múltiples movimientos e iniciativas que responden a reivindicaciones particulares cuando no a puras manifestaciones espontáneas que por su misma naturaleza muestran grandes dificultades para mantenerse en el tiempo y sobre todo para articularse como una fuerza efectiva que traduzca sus exigencias en cambios reales, poniendo de nuevo de manifiesto que no basta con indignarse, que no basta con tener razón.

Las fuerzas tradicionales de la izquierda se mueven prisioneras de prácticas y formas que apenas tienen eco entre las nuevas generaciones, acompañadas de una enorme falta de reflejos fruto seguramente de sus no pocos vicios burocráticos y en cierta medida porque son percibidos por muchos como partes del problema y no como agentes de cambio. Por su parte, las iniciativas surgidas del movimiento espontáneo de protesta (los diversos grupos de «indignados») pasan pronto de la euforia y el entusiasmo de los primeros días a una cierta incertidumbre cuando se ven confrontados por la tradicional disyuntiva de cómo combinar adecuadamente espontaneidad y organización, cómo mantener vivas las diversas formas de democracia directa, de ausencia de estructuras jerárquicas que tan bien funcionan en los inicios del movimiento, con la necesidad de dar formas orgánicas y delegadas de poder cuando se trata de gestionar eficazmente las reivindicaciones. Frente a las autoridades o frente a los empresarios no basta con la bulliciosa y alegre movilización en calles y plazas; inevitablemente se impone la necesidad de administrar las fuerzas y negociar con el poder.

Así al menos se comprueba en aquellos sectores que han sabido combinar de forma creativa la relación entre la fuerza de la espontaneidad de la multitud movilizada y la necesidad de negociar a través de dirigentes honestos y representativos. En efecto, las protestas de los trabajadores de la salud, la educación o el sistema judicial, provistos tradicionalmente de organización sindical han conseguido mantener formas masivas de lucha y hacer efectivas al mismo tiempo las formas del poder delegado. No se ha sacrificado la espontaneidad de las masas, se ha alcanzado permanencia y cohesión del movimiento y se han constituido en negociadores eficaces a través de sus organizaciones gremiales. Algo similar se produce con la protesta de los ahorradores estafados por los bancos o con las miles de familias expulsadas de sus viviendas igualmente por las entidades bancarias. Unos y otros han sabido convertir la indignación espontánea de cientos de miles de afectados en formas propias de organización que presionan de manera muy eficaz y han conseguido algunos triunfos parciales. Miles de estafados (sobre todo pensionistas de escasos recursos) invaden a diario bancos, cajas de ahorro y ayuntamientos para exigir que les devuelvan sus ahorros, al tiempo que un grupo de sus dirigentes y asesores técnicos negocian con las autoridades una salida justa a sus reclamaciones. Los desahuciados, por su parte, movilizan sus piquetes para impedir la expulsión de las familias pero al mismo tiempo se han armado de una eficaz organización que gestiona sus reivindicaciones. Esta misma semana su portavoz oficial ha llevado su clamor hasta el mismo Parlamento protagonizando un duro enfrentamiento con los políticos y con el representante de los bancos (su discurso ha dado la vuelta al mundo, gracias a los modernos sistemas de comunicación).

Nadie se atreve a estas horas a predecir qué va a suceder en España sumida en la más profunda crisis de las últimas décadas. Por supuesto, cabe siempre la posibilidad de que el sistema consiga prolongarse haciendo un lavado de cara (incluida la monarquía). Todo depende del vigor y la eficacia de las fuerzas de la oposición social y política. Si todos los grupos que conforman la protesta lograran unificarse en torno a un programa básico de reformas y si como muchos vaticinan, unas elecciones anticipadas son inevitables, las perspectivas de un cambio substancial no son pocas. En realidad, muchas alternativas están abiertas y tampoco falta quien sostenga que el sistema, ante el riesgo de verse sometido a cambios radicales, optará por la violenta superación del mismo marco legal vigente de la que en su día se llamó «la transición modélica». Ya ha ocurrido en Grecia.

08/02/2013
Juan Diego García
ArgenPress

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¿Imperialismo versus economía de mercado?


El estudio del imperialismo no debe ser sustituido por el análisis de la hegemonía. Esta visión inspira la contraposición del territorialismo occidental con el pacifismo oriental y desconoce los entrelazamientos del capitalismo con el mercado. Presupone una errónea universalidad del capitalismo desde el siglo XV e identifica el belicismo occidental con la expansión comercial externa, omitiendo el servicio que brindó a los industriales.

El protagonismo japonés demuestra que Oriente no ha sido ajeno a la agresividad imperial. El contraste de la decadencia norteamericana con el ascenso de China soslaya un tipo de asociación entre ambas potencias que no puede ser analizado con los modelos de Adam Smith.

Es indispensable caracterizar adecuadamente los rasgos centrales del capitalismo para registrar la restauración en curso de ese sistema en China. Un liderazgo pacifista oriental choca con el totalitarismo y la hipótesis de una hegemonía ideológica china contrasta con la difusión del americanismo entre las elites del país. No existen indicios de giros hacia propuestas antiimperialistas.

Un enfoque reciente propone reemplazar el estudio del imperialismo por el análisis de la hegemonía. Considera que la primera noción perdió utilidad y que la segunda ha recuperado gravitación para explicar dos tendencias de la época: el declive norteamericano y el ascenso chino [1].

Un mercado sin imperio

Arrighi estima que el imperialismo es un producto de la trayectoria militarista seguida por las potencias occidentales desde el fin del Medioevo. Entiende que esa modalidad fue privilegiada por el territorialismo ibérico, el comercio genovés, las conquistas holandesas, el colonialismo inglés y el expansionismo norteamericano. Todos apelaron a la apropiación de tierras, al uso generalizado de la violencia y al despojo de los pueblos sojuzgados, para reforzar el poder de las elites adineradas.

Ese militarismo constituyó el rasgo saliente de los imperios occidentales, en desmedro de la influencia lograda mediante acciones político-ideológicas. El imperialismo predominó frente a la hegemonía y la coerción primó ante a la persuasión o el liderazgo moral [2].

La agresividad imperial se asentó en la búsqueda ilimitada de lucros, la acumulación irrestricta y el acaparamiento de dinero para ejercer la dominación. El desenvolvimiento capitalista quedó atado al reforzamiento de las conductas belicistas [3].

En contraposición a este curso, Arrighi resalta el perfil que adoptó otro esquema menos expansivo y localizado en China. Este rumbo emergió a mitad del primer milenio y fue percibido por las vertientes «sinófilas» de la Ilustración, que polemizaron con los críticos del Extremo Oriente. Este mismo rumbo fue reivindicado por Adam Smith.

Arrighi estima que el fundador de la economía política resaltó las potencialidades de una economía de mercado, basada en actividades productivas locales y aprovechamientos del trabajo rural. Contrastó ese camino con el sendero imperial seguido por los países que priorizaban el comercio exterior.

Este relato de la experiencia seguida por China destaca cómo los adversos desenvolvimientos iniciales del comercio marítimo fueron sucedidos por la prohibición de intercambio con el extranjero. Arrighi señala que este curso fue reforzado al cabo de serias crisis (1683), que derivaron en el cierre de la economía, la redistribución de las tierras cultivables y el impulso de las obras estatales hidráulicas [4].

Ese modelo es visto como una economía mercantil distanciada de la obsesión por el lucro. Se estima que incluyó la tolerancia de las civilizaciones circundantes y la presencia de un estado regulador que limitaba la búsqueda de beneficios. Estas restricciones priorizaban el mercado interno y evitaban desenvolvimiento de las rutas marítimas externas incentivadas por el militarismo.

Arrighi retrata como el centro chino rodeado de periferias mutables difirió del sistema inter-estatal europeo de equilibrios inestables entre competidores equivalentes. Esa estructura determinó una era de pacificación de 500 años. China sólo guerreaba para asegurarse las fronteras y recurría a la acción policial para mantener su primacía, frente a los estados vasallos. El encierro de una antigua civilización ante las fuerzas capitalistas hostiles recicló esas tendencias pacifistas y evitó el imperialismo que desplegó Occidente, en el resto del mundo [5].

Pero Arrighi también explica el fracaso de una experiencia oriental que no pudo resistir la presión foránea. Ese ensayo colapsó al cabo de varias guerras con potencias europeas (1839-42) y un emergente adversario japonés (1894). China quedó subordinada a Occidente y soportó los destructivos efectos del desgobierno de los Señores de la Guerra. Este sombrío ciclo quedó cerrado con el triunfo de revolución comandada por Mao (1949) [6].

En esta caracterización, el imperialismo es reiteradamente presentado como un resultado exclusivo del territorialismo capitalista europeo. El modelo chino de economía mercantil no expansiva es exhibido como la antítesis de la violencia colonial. Ese esquema no pudo demostrar todas sus posibilidades por el sometimiento que sufrió el país durante el siglo XIX. Esa frustración anuló el esquema industrial y mercantil regulado por el estado, que Adam Smith había ponderado como un mecanismo óptimo para acotar la competencia y permitir el desarrollo social equilibrado [7].

Arrighi estudia con interés ese modelo, al considerar que sus pilares son retomados en la actualidad por el gigante oriental. Estima que en esa recuperación radica el secreto de la emergencia de China, frente a la decadencia de Estados Unidos. Mientras que la potencia asiática reencuentra el hilo histórico de su despertar, el poder norteamericano repite un declive ya experimentado por todos los expansionistas de Occidente [8].

¿China versus Estados Unidos?

Arrighi contrapone la regresión financiera, la improductividad industrial y el descontrol bélico estadounidense con el dinamismo competidor de China. Atribuye la ventaja oriental a la jerarquización de actividades económicas que auto-controlan el despliegue militar.

Pero este contrapunto olvida que el curso seguido por ambos países está condicionado por un contexto común de integración a la mundialización capitalista. El espectacular avance de China se ha consumado en asociación (y no en oposición), al esquema global que lidera Estados Unidos. Estas conexiones económicas son tan significativas, que algunos autores utilizan el término «chinamérica» para describir la asociación que acaparó un tercio de la producción global y dos quintos del crecimiento mundial durante el período 1998-2007 [9].

Este matrimonio canalizó el boom simultáneo de exportaciones asiáticas y consumos norteamericanos que prevaleció durante la década pasada. China ha buscado preservar esta mega-relación con el gigante estadounidense, a pesar del serio deterioro que introdujo en ese vínculo la crisis económica reciente. No está escrito en ningún lugar que el resultado final de esta convulsión será el afianzamiento oriental y el desmoronamiento norteamericano.

Ambas partes intentan por ahora remendar su asociación mediante un «rebalanceo» de sus cuentas económicas. Pretenden incrementar el ahorro estadounidense y el consumo chino, mediante un debilitamiento concertado del dólar y un fortalecimiento acordado del yuan.

Ciertamente este giro pondría en serios aprietos al modelo que facilitó la recuperación hegemónica de Estados Unidos y el reingreso de China al capitalismo. La primera potencia no puede retrotraerse hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y el gigante oriental no puede sustituir a su comprador privilegiado, recurriendo al mercado interno. Los términos del rebalanceo son muy problemáticos, ya que ninguno puede dictarle al otro las condiciones de un arreglo. Pero todos continúan buscando la forma de recomponer el acuerdo.

Estos vínculos económicos tienen cierta proyección en el plano político. El emergente oriental se mantiene distante de los acontecimientos internacionales, mientras acumula fuerzas, custodia sus fronteras y fortalece su ejército. Esta estrategia preocupa al Pentágono, que ha desarrollado varias hipótesis de conflicto con su rival asiático.

Pero esos escenarios no impiden una colaboración geopolítica, periódicamente afectada por los choques de China con la India, las incursiones al Tíbet y las reyertas con Taiwán. El gigante oriental ha mantenido la alianza que tejió con Estados Unidos en los años 70 contra la ex URSS y que mantuvo durante las conflagraciones de Camboya y Vietnam.

Nadie sabe si prevalecerá el conflicto o la coexistencia chino-norteamericana. Los factores que determinan uno u otro resultado incluyen desenlaces entre las fracciones negociadoras y beligerantes, que disputan el control del estado en ambos países.

Los gobiernos norteamericanos oscilan entre la agresión y la conciliación. Pero hasta ahora predomina la estrategia de contener negociando con escaladas puntuales (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai Lama, críticas a la censura informativa). Estas tensiones no alteran la convergencia en el manejo de la crisis financiera. En la cúpula gobernante china ha prevalecido el sector que propone preservar las relaciones amigables con el socio norteamericano, para continuar con el negocio de la exportación.

Los dirigentes chinos saben que Estados Unidos continúa manejando no sólo grandes empresas, sino también Wall Street, el Pentágono y la OTAN. El Departamento de Estado y ejerce un poder de veto en todos los organismos mundiales y utilizó esta suma de poderes para doblegar a la Unión Soviética, domesticar a gran parte de la periferia e impulsar la nueva etapa neoliberal.

Estados Unidos no es un imperio aislado que se repliega en soledad. Encabeza la protección militar y la administración política de un sistema capitalista global. Actúa al frente de una tríada y su devenir define en gran medida el futuro de todo el bloque occidental. Hay muchas alternativas abiertas, pero estas posibilidades no pueden indagarse con un patrón analítico simplificado de decadencia norteamericana y ascenso chino.

La restauración del capitalismo

Arrighi considera que el avance chino se asienta en la recuperación de una tradición económica de mercado, ajena a las adversidades del capitalismo occidental. Introduce la visión de «Adam Smith en Pekín» para destacar como el país está retomando las virtudes de una civilización milenaria, opuesta a las desventuras imperiales de Europa y Estados Unidos [10]

Pero este enfoque omite registrar que China se ha embarcado en una dinámica más afín al capitalismo (cuestionado por Marx), que a la armonía mercantil (atribuida a Smith). Esta restauración tendencial del capitalismo ha permitido un elevado crecimiento, pero es históricamente regresiva puesto que reconstituye las formas de explotación y desigualdad, que comenzaron a erradicarse con el triunfo de la revolución. La justificación de este giro alegando la recuperación de un legado milenario embellece la reconstrucción de un sistema social opresivo.

Todavía no se puede formular un veredicto definitivo sobre la madurez o irreversibilidad de ese curso, pero es evidente que los pilares del capitalismo se están recomponiendo en China. Este giro no tiene la contundencia de lo ocurrido en Rusia, pero las incógnitas giran en torno a la velocidad (y a no la presencia) de esa involución. Los tres cimientos del capitalismo: propiedad privada de los grandes medios de producción, explotación generalizada de los asalariados y gravitación mayoritaria del mercado son inocultables en todo el país.

Las privatizaciones se aceleraron hasta abarcar el 52% de la industria. La libre contratación de los trabajadores ha crecido junto al desempleo y la utilización de asalariados precarizados se generaliza en la actividad manufacturera. La polarización social se acrecienta, al compás de los enormes privilegios de la elite dirigente.

China ocupa el segundo lugar en el ranking de inequidad de 22 países del sudeste asiático. El número de billonarios creció de 0 a 260 en tan solo seis años (2003-2009). La ascendente gravitación del mercado en desmedro de la planificación se verifica en la vigencia de precios libres, que aumentaron su participación frente a las cotizaciones reguladas desde un 3% (1978) a un 98% (2003) del total [11].

Por el contrario, las crisis tienen menor efecto que en el resto del mundo. Este dato indica la persistencia de ciertos vestigios de la vieja estructura de planificación. Pero el impacto limitado de los desequilibrios financieros y productivos obedece en mayor medida al continuado crecimiento de una economía que se amolda a la mundialización neoliberal. Esta adaptación sólo permite respiros que preparan futuros desmoronamientos de gran alcance.

China se mantuvo a flote durante la crisis reciente y su nivel de actividad le permite duplicar el producto cada ocho años. Pero continúa acumulando las enormes tensiones agrícolas, sociales y demográficas que genera la restauración. La elite dominante refuerza este viraje, aumentando la conversión de inmigrantes en trabajadores desprotegidos, multiplicando el cierre de empresas no competitivas y estrechando la asociación con firmas transnacionales.

El modelo chino ya incluye formas clásicas de desposesión y opresión impositiva. En lugar de mejorar el poder adquisitivo popular, los dirigentes acrecientan los subsidios a las compañías que ya están en manos de los capitalistas chinos y ensanchan un nivel de desigualdad, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.

Estas formas de explotación repercuten a escala regional, a medida que el modelo chino afianza su centralidad como contratista y presiona por el abaratamiento de la fuerza de trabajo involucrada en la fabricación de los productos ensamblados.

La presentación del modelo actual como un régimen social progresista enmascara esta realidad. Converge con el entusiasmo que exhibe la prensa mundial hegemónica por un rumbo capitalista, que enriquece a los sectores dominantes.

¿Un modelo global pacifista?

La emergencia de China es vista por Arrighi como un posible aporte internacional al desarrollo del pacifismo. Considera que ese avance tornaría factible el escenario imaginado por Adam Smith, en su crítica al uso de la fuerza como mecanismo de acumulación. Estima que el triunfo de China frente a la militarización norteamericana contribuirá a gestar una sociedad global exenta de opresión. Piensa que esa victoria permitiría la vigencia de relaciones políticas más amigables entre los países y contribuiría a neutralizar paulatinamente al imperialismo [12].

Esta utopía de convivencia pacífica difiere del proyecto comunista en un aspecto central: no exige la extinción progresiva de las clases sociales que alimentan los antagonismos armados. Supone que el ascenso de China bastará para transmitir valores de armonía, respeto y convivencia al conjunto del planeta.

Pero este razonamiento olvida que la violencia en gran escala es un producto de la competencia por beneficios surgidos de la explotación. No hay forma de alcanzar metas pacifistas sin erradicar al capitalismo e impulsar la progresiva extinción del mercado.

Por otra parte, nadie puede transmitir al resto del mundo lo que necesitaría primero construir en su propia casa. La aspiración pacifista de Arrighi choca con un obstáculo evidente: el régimen político totalitario que predomina en China. Este país debería incorporar (antes de exportar a otros), los principios básicos de la convivencia.

Es curioso que China reciba el mandato de conducir un desarme global. Los promotores del pacifismo tradicionalmente recurrían a los antecedentes de neutralismo suizo, convivencia escandinava o liderazgo no violento (Mahatma Gandhi, Martin Luther King). Resulta por lo menos extraño asignarle estos mismos atributos al modelo chino.

Existen muchas evidencias de la persecución política que impera en ese país. Están prohibidos las formas de expresión, los sindicatos independientes y la actividad política autónoma del oficialismo. Esta opresión se acentúo luego de las protestas de Tian An Men (1989).

China es el país más poblado del planeta, adiestra un voluminoso ejército y acumula importantes arsenales nucleares. No soporta acosos norteamericanos, peligros de invasión o grandes amenazas de terrorismo. Tampoco es una pequeña isla -como Cuba- agobiada por embargos, conspiraciones y atentados de la CIA. El carácter represivo de su régimen no tiene justificación y se ubica en las antípodas de la armonía global propuesta por Arrighi.

Este autor supone, además, que los conflictos entre el capital y el trabajo no tienen en China la misma centralidad que en los países occidentales. Estima que la ausencia de concentración capitalista atenúa las confrontaciones sociales [13].

Pero la diferencia radica más bien en la visibilidad que en la inexistencia de esos antagonismos. La irrupción de combativas huelgas obreras es el dato central de los últimos años. Frente a la expansión de las protestas, la persecución inicial que sufrieron los trabajadores ha sido sustituida por concesiones salariales y laborales. Estas luchas ilustraron el nivel de explotación vigente, especialmente en las compañías extranjeras.

Esta acción proletaria es el ingrediente más positivo de la realidad china. Retrata el peso creciente de una población asalariada, que podría impulsar formas de pacifismo para el resto del mundo, a partir de una construcción de la democracia socialista.

A veces se supone que el avance de China entrañaría consecuencias globales pacifistas, por el amplio margen que tiene el país para procesar un desarrollo económico interno, sin ningún ingrediente de agresividad externa. A diferencia del capitalismo japonés -que siempre necesitó lanzarse a ultramar para encontrar espacios de acumulación- el gigante oriental mantiene grandes reservas internas para su crecimiento.

Pero esta prescindencia del ámbito exterior tiende a decrecer, a medida que el país se afirma como potencia e incursiona en el mercado internacional. Ya no participa sólo como exportador de productos básicos, sino que actúa como inversor industrial, operador financiero y gran adquiriente de materias primas.

Los ejemplos de este giro son innumerables. Las empresas chinas aplican en el exterior los mismos criterios de férrea disciplina laboral que imponen en su país. Los tratados de libre comercio que se suscriben con África y América Latina copian los lineamientos de la OMC y el ALCA. La depredación de recursos minerales en el Tercer Mundo no difiere del saqueo usual de Europa o Estados Unidos.

La tesis de la hegemonía oriental

Arrighi reconoce que China despliega su nacionalismo y ciertas ambiciones geopolíticas. Pero estima que la jerarquización de la acción económica atenúa cualquier belicismo.

Con este razonamiento olvida la íntima conexión que mantiene el desarrollo económico capitalista con las tensiones militaristas. Bajo este sistema el reinado de la competencia, el beneficio y la explotación acrecientan la violencia. En el caso específico de China, su inserción en el orden mundial aumenta las «responsabilidades» que deberán asumir las elites dominantes, en la preservación de la estructura coercitiva global.

Existe una errónea identificación de la agresividad imperial con el declive económico. Se supone que el ejercicio de la violencia obedece al intento de preservar liderazgos alicaídos, frente a los nuevos competidores. Siguiendo este postulado se retrata al imperialismo norteamericano como un «tigre herido», que está siempre dispuesto a recurrir a «zarpazos desesperados» para asegurar su supervivencia.

Pero la experiencia histórica indica que la actitud guerrerista ha sido también corriente entre las potencias emergentes, que necesitaron ganar espacio mostrando sus dientes. Japón y Alemania durante el siglo XX demostraron que el desafío militarista no es patrimonio exclusivo de los imperialismos establecidos.

En realidad, la contraposición entre belicismo norteamericano y pacifismo chino retoma una mirada clásica de autores liberales que han oscilado entre dos posturas. Un imaginario supone que el desarme será alcanzado mediante negociaciones preparatorias de la «gobernanza mundial». Otra visión considera que la pacificación sobrevendrá con la victoria del país menos belicista. Entre los cambiantes candidatos a ocupar este último sitial, Arrighi selecciona a China.

Pero esta elección introduce otro problema al contradecir un presupuesto central de la teoría de las sucesiones hegemónicas. Como esta concepción le asigna a cada potencia ascendente un rol sustitutivo de la dominación mundial, el ejercicio de esa opresión le impediría emancipar al resto del planeta.

Arrighi capta esta anomalía y por eso reemplaza el concepto de dominación por un criterio de hegemonía. Esta segunda noción incluye características acordes al rol conciliatorio que jugaría China para alcanzar supremacía global. Desde ese lugar desarrollaría un liderazgo político-cultural y no un papel imperial.

Siguiendo esta pista Arrighi reformuló el concepto de hegemonía, subrayando su contraposición con la noción de imperialismo. Recordó que Gramsci utilizó el término para distinguir la dominación (puramente coercitiva) del consenso, ejercitado por medio de la credibilidad y la legitimidad de los gobernantes. Al aplicar esta idea al contexto internacional, buscó definir cuál es la potencia que puede desplegar esa preponderante influencia a nivel político e ideológico [14].

Pero esta interpretación recrea las polémicas sobre los usos de Gramsci. El revolucionario italiano introdujo el concepto de hegemonía para explicar cómo opera un poder ideológico de coerción revestido de consenso. Destacó que esa modalidad incorpora concesiones a los oprimidos para complementar la dominación armada, que ejercen los capitalistas. Concibió ese control como un mecanismo adicional y no sustitutivo del uso de la violencia.

Este razonamiento puede enriquecer el análisis del imperialismo, siempre y cuando se recuerde que la persuasión no sustituye el uso de las armas, en la dominación que imponen las grandes potencias. Este sostén coercitivo es olvidado por las teorías que reemplazan el concepto de imperialismo por nociones de hegemonía. Estos enfoques suelen diluir el papel central que mantiene la acción armada en la regulación de las relaciones internacionales.

No existe por otra parte, ningún atisbo de sustitución de Estados Unidos por China en el terreno político-ideológico. El avance económico de Oriente no se proyecta a esas áreas. Al contrario, la ideología americanista que han asimilado las elites dominantes de todo el planeta, también penetra aceleradamente entre las clases medias y altas chinas.

Arrighi reconoce estas tensiones, pero sólo vislumbra a largo plazo dos posibilidades: el afianzamiento de la hegemonía china o la generalización de un prolongado caos a escala mundial. Si predomina el primer liderazgo se expandirán los mercados auto-centrados, la acumulación sin desposesión y el respecto a todas las civilizaciones. Si este curso no logra abrirse camino, prevalecerá el desorden y la regresión social [15].

Pero en este plano la disyuntiva clásica del marxismo es más sensata. Postula un dilema entre socialismo y barbarie, que implica progreso general si se avanza en la erradicación del sistema capitalista. La otra opción no es un vago estado de caos, sino un reforzamiento de todas las desgracias de la humanidad. Estas desventuras persistirían por la simple continuidad del capitalismo.

Ningún proyecto antiimperialista

La presentación de China como desafiante de Estados Unidos, también incluye su reivindicación como aliado de los países dependientes. Se supone que impulsa los convenios Sur-Sur para favorecer un nuevo «Consenso de Pekín», afín al multilateralismo. Este camino permitiría relanzar las iniciativas antiimperialistas (en la tradición de la conferencia de Bandung), aunque con prioridad en los vínculos económicos y no en las convocatorias político-ideológicas.

Arrighi considera que este escenario empalmaría con una reforma financiera global dentro del FMI y una reorganización política de la ONU, que imprimirían un sesgo más progresista a ambos organismos. Los países subdesarrollados ganarían espacio, mientras avanza un paradigma cooperativo impulsado por China, que contribuiría a la integración autónoma de las naciones del Sur [16].

Pero este pronóstico incluye muchos ingredientes especulativos que reflejan deseos y no cursos verificables. China ha defendido hasta el momento el orden global, evitando cualquier construcción alternativa. Se ha integrado al circuito capitalista sin cuestionar ningún pilar del edificio neoliberal.

Tampoco repite la estrategia que impulsaron en el pasado los miembros del «bloque socialista», para conformar alguna asociación de economías distanciadas de los centros capitalistas. El Nuevo Orden Internacional (NOEI) que promovía la vieja Unión Soviética o los mecanismos de la planificación concertada que ensayaba el COMECON, no figuran en los planes de China.

La capa dirigente oriental resiste, además, cualquier contacto con los movimientos sociales mundialistas. En Pekín y Shangai hay reuniones de negocios, pero no eventos de resistencia. En este plano, las diferencias con Cuba, Bolivia o Venezuela (que albergan incontables encuentro de movilización antiimperialista) son muy significativas.

Las elites chinas se sienten más a gusto en el G 20, la OMC o la ONU, que en cualquier Foro Social. Están familiarizadas con Davos y alejadas de toda protesta contra la mundialización neoliberal. Esta ubicación no es una necesidad transitoria, ni obedece al equilibrio diplomático. Quienes propician la restauración de la propiedad privada de los medios de producción han perdido afinidad con los proyectos anticapitalistas.

No existe ningún indicio de la política internacional que avale la expectativa en un rol progresista de China. Sin embargo, ese escenario es imaginado cuando se afirma que el «Consenso de Pekín» tendrá basamentos en la economía y no la política. Esa segmentación constituye un artificio que olvida la interconexión entre ambas áreas, en los desenvolvimientos favorables o cuestionadores del status quo.

Como las acciones internacionales chinas están invariablemente guiadas por cálculos de rentabilidad, lo que predominan son políticas orientadas a sostener la estabilidad capitalista. Los tratados comerciales o los convenios de inversión que promueve el país, no difieren de las iniciativas impulsadas por Estados Unidos, Europa o Japón. Estas similitudes se extienden al plano geopolítico.

Estas semejanzas inhiben cualquier viraje de China hacia posturas antiimperialistas y el interrogante a dilucidar se dirime en el terreno opuesto: ¿Transita el país un proceso de conversión en potencia imperial? Más que un liderazgo cooperativo, lo que está en juego es el ingreso del gigante oriental al club de los opresores mundiales.

Arrighi descarta esa posibilidad. Considera que el desplazamiento productivo hacia el continente asiático crea alianzas con las naciones subdesarrolladas, en choque con las viejas potencias. Pero no aporta fundamentos para situar la perversidad imperialista en una trinchera y la cooperación amigable en la vereda opuesta. Ambos polos están regidos por principios de competencia capitalista, que conducen el despojo de los pueblos desfavorecidos.

China enfrenta no sólo una tentación imperial, sino también cierta compulsión a embarcarse en ese rumbo. Esta presión es una consecuencia de su acelerado desenvolvimiento capitalista. Algunos autores estiman que el país ha quedado situado en la actualidad en un estadio transitorio. Adopta posturas de dominación y recurre a la exportación de capitales y mercancías en gran escala, pero no pertenece al núcleo de las potencias imperiales. Los beneficios surgidos de la explotación de ultramar todavía representan una porción pequeña de los ingresos de las elites [17].

Esta caracterización indica un camino de conversión de China en potencia imperialista. Es tan solo una hipótesis futura cuya concreción requeriría superar varios escollos, en la contradictoria relación del país con Estados Unidos.

China tampoco puede actuar plenamente como potencia expansiva, mientras mantenga un nivel de desarrollo tan bajo en términos de PBI per capita. Resulta difícil imaginar cómo podría ser adaptada una clase obrera tan numerosa a alguna estructura imperial. En cierta medida la aproximación o alejamiento hacia ese estadio dependerá de la estabilidad de la fracción costero-exportadora que controla el régimen político.

En una era de gestión imperial colectiva y agotamiento de las rivalidades bélicas del imperialismo clásico, la eventual incorporación de China al club de grandes mandantes internacionales es dudosa. Pero la persistencia de un ritmo de crecimiento tan intenso induce a la adopción de actitudes sub-imperiales, especialmente con la red de economías regionales que dependen de sus decisiones.

China comanda un taller de ensamble manufacturero de todo el Sudeste Asiático. Ese liderazgo acrecienta las desigualdades zonales y genera serias tensiones. Desde la crisis del Sudeste Asiático (2007), el país ha disputado exitosamente con sus vecinos la recepción de inversiones externas y la concreción de negocios. Se está consolidando, además, una división del trabajo, que refuerza la dependencia de las economías menores. Estos componentes subimperiales están ausentes en la visión de Arrighi, que reduce por principio la vigencia de estas tendencias a los países occidentales.

Capitalismo y mercado

El contraste que establece Arrighi entre expansión cooperativa china e imperialismo agresivo norteamericano se inspira en un contrapunto paralelo, que realza los méritos de la economía de mercado y cuestiona las adversidades del capitalismo. Estima que el primer sistema (reivindicado por Smith) disuade la opresión y el segundo (denunciado por Marx) genera acciones imperiales.

Esta separación radical entre mercado y capitalismo se basa en una diferencia real entre el simple intercambio de productos y su integración a un sistema de explotación basado en la propiedad privada de los medios de producción. El mercado precedió históricamente al capitalismo y debería sucederlo durante un prolongado lapso.

Pero el mercado siempre operó al interior de algún modo de producción, que definió sus peculiaridades. Complementa el funcionamiento de cierta estructura productiva y no define por sí mismo la vigencia de un régimen social.

Por estas razones son muy confusas todas las referencias a «economías de mercado», que no especifican cuál es el sistema social en se desenvuelven los intercambios. En la época de Adam Smith el mercado acompañaba el despunte del capitalismo, que emergía en Occidente y no lograba abrirse paso en Oriente. Resulta indispensable esclarecer estos conceptos para evitar presentaciones abstractas, que divorcian el desarrollo del mercado de su contexto capitalista.

Es un error desconectar ambas nociones, suponiendo que en la actualidad existe un devenir pleno del mercado ajeno al capitalismo. Esa entidad es un pilar del orden económico vigente, que no genera desarrollos propios, ni auto-suficientes.

Comprender este entrelazamiento con el capitalismo es vital para entender cómo se vincula la acción mercantil, con el sostenimiento de beneficios basados en la explotación. Es tan artificial separar la acumulación del intercambio mercantil, como suponer que este tipo de transacciones obstruye la expansión imperial.

Este supuesto proviene de una idealización del mercado, basada en los méritos que Adam Smith atribuyó a ese organismo. El fundador de la economía política extendía, además, esas cualidades al capitalismo naciente, sin limitarlas a virtuosas actividades localizadas en Oriente.

Arrighi identifica al capitalismo con la búsqueda de lucros ilimitados que desatan grandes convulsiones, pero omite señalar la conexión de ese sistema con la intermediación mercantil. A partir de este desconocimiento establece una equivocada contraposición entre capitalismos occidentales (que conducen al imperialismo) y economías mercantiles de Oriente (ajenas a ese resultado). Las ambigüedades e indefiniciones que rodean al concepto de «economía de mercado» no son ajenas a ese desacierto.
Belicismo versus pacifismo

Arrighi retoma la identificación tradicional del imperialismo con las conquistas militares, el desborde fronterizo y la ambición comercial. Estas características son asociadas a la depredación que instrumentó Occidente y contrapuestas a la regulación estatal del beneficio que imperó en Oriente. ¿Pero puede una economía guiada por el patrón de la ganancia auto-restringirse a la esfera interna? ¿La dinámica competitiva no tiende a proyectarse al exterior?

El enfoque de Arrighi establece una muralla entre ambos modelos. Por un lado, afirma que el capitalismo ha tendido a globalizarse desde su origen y por otra parte, sostiene que en esa estructura mundializada coexistieron dos modalidades de acumulación totalmente divorciadas. Estos presupuestos son contradictorios.

La identificación que postula Arrighi del imperialismo con un pernicioso comercio externo es también problemática, puesto que omite el servicio que brindó esa actividad a los industriales. Fueron los productores de acero, energía eléctrica y cemento, los causantes de las grandes conflagraciones de principio del siglo XX. En realidad, la expansión imperial nunca obedeció al interés de un solo sector de las clases capitalistas. Siempre expresó confluencias de todos los grupos dominantes.

El mismo inconveniente se verifica en la identificación del imperialismo con la preeminencia financiera, que Arrighi emparenta con la agresividad comercial y la declinación de las potencias hegemónica. Estima que Génova (desde 1540), Holanda (desde 1740), Gran Bretaña a partir (1873-96) y Estados Unidos (1970) padecieron «otoños financieros», signados por la sustitución de inversiones productivas por especulaciones bancarias, que exacerbaron el belicismo [18].

Esta visión discrepa con la cronología, pero no con el contenido de las tesis de Hobson o Hilferding. Presenta a los financistas como responsables de políticas guerreras tendientes a garantizar el manejo privilegiado de los recursos monetarios, pero olvida otros propósitos y protagonistas. Los imperios comerciales se expandían para asegurar mercados de venta, los imperios coloniales atropellaban para colocar excedentes industriales y el imperialismo del capital arremete para garantizar los negocios de las empresas transnacionales. El imperialismo protege los intereses de las clases dominantes y de sus distintos exponentes en cada época o país.

Pero Arrigihi no pone el acento en la diferenciación de estos grupos, sino en las consecuencias expansionistas que tiene el control del estado por cualquiera de estos sectores. Presenta al belicismo como un resultado de ese manejo ¿Pero acaso podría ser de otra forma? Quienes detentan el poder económico tienen a manejar también el poder político.

Arrighi estima que esa supremacía tiene consecuencias militaristas, cuando nadie se interpone en las decisiones de los poderosos. Pero olvida que los capitalistas no necesitan ejercer directamente los cargos que ocupan sus socios de la alta burocracia. Ambos sectores manejan las áreas estratégicas del estado burgués y ese control tiene efectos imperialistas, derivados del carácter destructivo que asume la acumulación. La primacía de una fracción guerrera al frente de ese estado, nunca fue un acontecimiento fortuito. Siempre obedeció a necesidades belicistas del conjunto de los dominadores.

Arrighi asocia el imperialismo con la expansión territorial, sin tomar en cuenta que esta característica sobresaliente de la era pre-capitalista perdió relevancia en el último siglo. Mientras que los viejos imperios necesitaban capturar regiones para sustraer recursos, el imperialismo contemporáneo obtiene los mismos insumos por medio de los negocios. Recurre a los réditos de la inversión extranjera, sin necesidad de imponer la sujeción formal de los territorios ajenos.

La presentación del imperialismo como una deformación militarista impuesta por financistas o grupos enriquecidos que manejan el estado tiene afinidades con la visión liberal. Identifica la agresión externa con la primacía del extremismo en los gobiernos metropolitanos y plantea razonamientos semejantes a los utilizados por los teóricos convencionales, para asociar exclusivamente al imperialismo con el militarismo y el territorialismo.

Este abordaje conecta el belicismo con la codicia descontrolada de ciertos segmentos minoritarios (conspiradores, fabricantes de armas, complejo militar-industrial). Visualiza al estado burgués como una entidad neutral, cuyo manejo está en disputa. Si ganan los militaristas hay efectos imperiales y si triunfan sus adversarios predomina la pacificación. Se desconoce que el devenir del estado está siempre condicionado por el interés mayoritario de los dominadores.

Es importante recordar también que los cursos imperiales no han sido patrimonio exclusivo del capitalismo occidental. Una gran potencia de Oriente –como Japón- encabezó el militarismo de principio del XX. Ese expansionismo alcanzó la misma virulencia que sus pares europeos, confirmando que la política de conquistas nunca fue un rasgo exclusivo del Viejo Continente.

El ensayo de Arrighi aporta importantes materiales de investigación de la historia china y esclarece aspectos esenciales de esa evolución, a través de fascinantes descripciones. Indaga las causas que condujeron a forjar el modelo introvertido de Oriente, desde una óptica muy distinta a las viejas miradas positivistas, que cuestionaban el estancamiento asiático reivindicando el progreso europeo.

Pero estas contribuciones contrastan con su discutible interpretación de Adam Smith, con las cuestionables continuidades que establece entre distintas economías de mercado y con la presentación del modelo chino actual, como la antítesis del imperialismo.

19/08/2011
Claudio KATZ
ArgenPress

Bibliografía completada por Mundo en Cuestión:
• ANDERSON Perry, «Algunas observaciones históricas sobre la hegemonía», Crítica y Emancipación, año II, n°3, primer semestre 2010.
• AU Loong-yu, «Fin d’un modèle ou naissance d’un nouveau modèle», Inprecor n°555, novembre 2009.
• BELLO Waldem, «¿Salvará China al mundo de la depresión?», Rebelión, 30/05/2009.
• BELLO Waldem, «O neocolonialismo chinês», IPS, 10/03/2010. Seongin Jeong, Página 12-Cash, 19/10/2008 [Outra Política].
• FIORI José Luis, «In memorian Giovanni Arrighi», Sin permiso, 12/07/2009.
• HUNG Ho-Fung, «China: ¿la criada de Estados Unidos?», New Left Review n°60, 2010.
• HUNG Ho Fung, «China’s crisis» in The Crisis This Time, The Socialist Register 2011.
• JETIN Bruno, «The crisis in Asia: An over-dependence on international trade or reflection of «labour repression-led» growth regime?», International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam [pdf en inglésmp3 en francés].
• KATZ Claudio, «Las tres dimensiones de la crisis», Espacio Crítico n°11, julio-diciembre de 2009 – Ciclos en la historia n°37/38, la economía y la sociedad, Año XX, Vol. XIX, 2010.
• KATZ Claudio, «El porvenir del socialismo», Herramienta e Imago Mundi, 2004 (cap 3).
• KATZ Claudio, «Crisis global: las tendencias de la etapa», Aquelarre, Revista de Centro de la Universidad de Tolima, Colombia, vol 9, n°18, 2010.
• KISSINGER Henry, «China y EEUU deben aprender a caminar juntos y al mismo ritmo», Clarín, 01/02/2010 [no existe].
• PETRAS James, «Rising and Declining Economic Powers: The Sino-US Conflict», 28/04/2010 [James Petras].
• PETRAS James, «Imperialism and imperial barbarism», 19/09/2010 [James Petras].
• SEONG-JIN Jeong, «Review Giovanni Arrighi, Adam Smith in Beijing», International Socialism Journal n°123, 25/06/2009.
• STIGLITZ Joseph: «China será el país ganador en esta crisis», Clarín, 15/05/2009.

Leer también:
• Adam SMITH, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Wikisource, 1776.
• Adam SMITH, Wikipedia.
Serge LEFORT, La Chine vue par Adam SMITH, Chine en Question.
• Giovanni ARRIGHI, El largo siglo XX – Dinero y poder en los orígenes de nuestra época, Akal, 1999 [BooksGoogleLa Jornada].

Este libro analiza el comportamiento recurrente del capitalismo histórico desde el siglo xv hasta la actualidad como una sucesión de ciclos sistémicos de acumulación protagonizados principalmente por un conjunto de agencias empresariales y potencias hegemónicas, cuya interacción define las características económicas de los mismos y los rasgos primordiales del sistema interestatal en el que operan ambas. Este análisis pretende comprender la crisis actual del capitalismo como modelo de acumulación y, en particular, la explosión financiera de las décadas de 1970 y 1980.

• Giovanni ARRIGHI, Adam Smith en Pekín – Orígenes y fundamentos del siglo XXI, Akal, 2007 [BooksGooglePrefacio & IntroducciónHerramientaSin PermisoUniversidad Nómada].

Este libro analiza magistralmente cuál ha sido la senda de evolución socio-económica de China durante los últimos siglos al hilo de los cuales el capitalismo surgió en el extremo occidental de Eurasia llegando a subyugar a todo el planeta a finales del siglo XIX, y cómo esa senda ha divergido profundamente del modelo europeo caracterizado por una revolución militar y tecnológica permanente que ha sustentado sus modalidades de construcción del Estado, acumulación de capital y conquista territorial. Estudia también el modelo de crecimiento chino basado en un uso intensivo del mercado que no mutó para convertirse en el crisol de un desarrollo capitalista y en un recurso mucho más moderado a la guerra en comparación con las pautas bélicas occidentales. Para acometer esta tarea Giovanni Arrighi reivindica las sociologías de Adam Smith y de Karl Marx como críticos del capitalismo y analiza sus aportaciones en torno a la experiencia secular china de estructuración social y de la posible organización de nuevos modelos de acumulación y crecimiento económico más respetuosos con los equilibrios sociales, ecológicos y humanos. A partir de estas reflexiones Arrighi analiza cuáles pueden ser las pautas de evolución del sistema-mundo capitalista tras la emergencia de China (y del sudeste asiático) como nuevo polo de acumulación y como nuevo actor geopolítico a partir de sus tendencias seculares de construcción del Estado y de organización de la esfera económica en un entorno de crisis irreversible de la hegemonía estadounidense y occidental así como de definitiva emergencia de las clases dominadas del Sur global como sujeto político decisivo para transformar el capitalismo histórico y sus pautas de comportamiento geoestratégico.

• Giovanni ARRIGHI, Una nueva crisis general capitalista, Políticos, abril-junio 1976.
• Ernest Mandel y Giovanni Arrighi, en el debate sobre la crisis económica internacional, El País, 21/05/1980.
• Giovanni ARRIGHI, Siglo XX: siglo marxista, siglo americano – La formación y la transformación del movimiento obrero mundial, Scribd, 1990.
• Giovanni ARRIGHI – Entrevista sobre la coyuntura global y la crisis de la hegemonía estadounidense, Universidad Nómada, 13/12/2006.
• Giovanni ARRIGHI: Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo en la fase actual, Kaos en la Red, 06/12/2008.
• Giovanni ARRIGHI: «El desarrollo capitalista no se fundamenta necesariamente sobre la proletarización total», Kaos en la Red, 26/05/2009.
• Giovanni ARRIGHI: La larga duración del capitalismo geohistórico y la crisis actual
, Archivo Chile, 27/08/2009.
• Giovanni ARRIGHI, Johns Hopkins UniversityWikipedia.
Artículos y Libros de Claudio KATZ, Mundo en Cuestión.
Noticias seleccionadas por Mundo en Cuestión.


[1] ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[2] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 3 y 8).
[3] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín» Akal, 2007, Madrid (cap 3, 8 y 11).
[4] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 1, 3, 11).
[5] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (cap 1, 2, 3, 8 y11).
[6] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 11).
[7] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap,2).
[8] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap 5, 6) – ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London – ARRIGHI Giovanni, «Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual», Herramienta n 38, junio 2008.
[9] FERGUSON Niall, «El matrimonio entre China y EEUU no podía durar», Clarín, 28/12/2009.
[10] ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[11] HART-LANDSBERG Martín, «China, capitalist accumulation and the world crisis», XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010.
[12] ARRIGHI Giovanni, Entrevista – «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[13] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 3).
[14] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid.(cap 6).
[15] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (epilogo) – ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[16] ARRIGHI Giovanni, «Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual», Herramienta n 38, junio 2008 – ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (epilogo).
[17] HUNG Ho Fung, «China’s crisis» The crisis this time Socialist Register 2011, Toronto 2011.
[18] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 8).

Migración latinoamericana y el cine


La migración es uno de los temas más polémicos y controvertidos de las sociedades actuales, ya sean éstas receptoras, emisoras o sólo espacio de tránsito. Las claves de lectura de la migración masiva, a menudo estigmatizadoras, creadas casi exclusivamente por periodistas, políticos o diferentes actores institucionales tienden a forjar una opinión pública más bien hostil al inmigrante o, al menos, no siempre solidaria y sensible con sus vivencias. Criticar el lenguaje demagógico, cuestionar la mirada cuantitativa planteada por las instituciones gubernamentales sobre el fenómeno migratorio o romper con la perspectiva sensacionalista o dramática de los medios de comunicación, es la postura que vienen desarrollando varios cineastas latinoamericanos en estos últimos años.

Interesados por estas producciones cinematográficas los autores de este número se proponen analizarlas, cuestionando la mirada que ofrecen sobre la problemática migratoria latinoamericana, e indagar en qué medida cada realización debe ser considerada como una fuente de conocimiento histórico y/o un medio para sensibilizar a un amplio público y hacerle tomar conciencia de la importancia y las consecuencias que implica, a todos los niveles, la migración actual. Como bien lo establecen Jean Philippe Clot y Heidi Aguilar Pérez en su artículo: «Aunque el cine no tiene los mismos propósitos, ni los mismos criterios de objetividad que las ciencias sociales, constituye un discurso sobre la sociedad, es decir, una representación de la realidad con un lenguaje particular».

Las películas hacen repensar procesos sociales o históricos a partir de escalas de análisis que se entrecruzan. Por una parte, utilizan como base acontecimientos actuales difundidos a través de la prensa y otros medios de comunicación, como así también trabajos de sociólogos, antropólogos e historiadores y por otra, presentan testimonios singulares de personajes ya sean ficcionales o verdaderos migrantes como es el caso en el cine documental. Para crear la puesta en escena la mirada de la cámara penetra la intimidad de los personajes, sus recuerdos -a menudo dislocados- sus dolencias y sus ambiciones más ocultas. La cámara da al espectador la impresión de acompañar a los inmigrantes, se mueve con ellos, participa de la errancia espacial y temporal y es justamente esa posibilidad de movimiento la que logra dar un sello de verosimilitud, de realidad verdadera, de proximidad y de participación. Sin embargo, como lo señalan tanto Jean Philippe Clot y Heidi Aguilar Pérez como Paola García y Perla Petrich, aún tratándose de un tema social y de una visión comprometida, el cine es ante todo un espectáculo y con frecuencia con intereses comerciales, lo que provoca una utilización de estereotipos y dramatismo, que encasillan y limitan la realidad migratoria a una sola vía de representación que no siempre responde a la complejidad de la situación.

En cuanto a la variedad de enfoques, es evidente que los artículos que aquí se presentan sólo abarcan algunos de los tantos posibles, pero lo hacen con la suficiente pertinencia de análisis como para abrir el camino a aportes futuros por parte de los mismos autores o de otros investigadores motivados por la lectura.

Leer más… IntroducciónTodos los artículos de la revista.

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Catastroïka



Los creadores de Debtocracy analizan la privatización de los activos del estado.

Viajan por el mundo recogiendo información sobre la privatización en países desarrollados y buscando las claves al día siguiente después del programa de privatización masiva en Grecia.

Más información en el sitio – Descargar la película y los subtítulos.

Revista de prensa 14/08/2011


14/08/2011, Jorge DURAND, La ultraderecha y la inmigración, La Jornada

Detrás de las campañas antinmigrantes se esconden los xenófobos que odian a todos los extranjeros; los racistas de siempre que encontraron un campo abierto donde camuflar sus intenciones; los nacionalistas y nativistas extremos, como los minuteman, que creen defender la patria contra la invasión extranjera; los neofascistas que reúnen varias cualidades: nacionalistas, racistas, xenófobos y antinmigrantes; incluso los que propugnan y luchan detrás de la consiga del english only.
A ese carro se subieron los políticos de derecha. El tema de la inmigración se convirtió en una fuente inconmensurable de votos, tanto de ultra derechistas y los conservadores, como del pueblo en general, que se espantan ante cualquier amenaza y se creen todo lo que dicen en la televisión.
En Europa se marcha por el mismo camino. Pero allí, detrás de la lucha antinmigrante se esconden todos los fantasmas del fascismo, totalitarismo, racismo, xenofobia e intolerancia. Lo que antes se expresaba en forma de antisemitismo ahora toma la forma de islamofobia. Obsesión que viene desde del tiempo de las cruzadas, se alimentó durante el periodo colonial y se recrea cada día con el apoyo irrestricto a la política guerrerista de Israel y la declaración de guerra de la yihad islámica.

14/08/2011, 1932 – Los excluidos combaten por la libertad Libro de José Daniel HIDALGO GAMARRA, Red Voltaire

Daniel Hidalgo como estudioso de temas sociales, ha comprendido que la marcha histórica tiene una honda relacion entre individuo anónimo con los grandes motivadores. En este proceso dialéctico, después de la heroica revolución de julio de 1932, viene tejiéndose en el Perú una nueva realidad social.

14/08/2011, Como hace 2.400 años, El País

A propósito del artículo de opinión de Mario Vargas Llosa -publicado en El País el 31 de julio- sobre los efectos de Internet en nuestro cerebro, me dejó un poco perpleja el hecho de que hace más de 2.400 años los pensadores griegos clásicos, y concretamente Platón, hubieran advertido de peligros semejantes, en este caso referidos a la invención de la escritura.

Leer también Revista de prensa 2011, Mundo en Cuestión.

Apuntes sobre la pobreza


Para los de arriba hablar de comida es una pérdida de tiempo. Y se comprende, porque ya han comido.
Bertolt Brecht

I

Acometer el tema de la pobreza es particularmente difícil. Lo es por varios motivos. Por un lado, porque es muy complejo determinar claramente sus causas, el proceso que la instaura, su dinámica general. Pero por otro, porque es infinitamente más dificultoso encontrarle soluciones concretas.

Indicando rápidamente, quizá como primera aproximación, que identificamos pobreza con carencias materiales, con falta de recursos, podría decirse que la historia misma de la Humanidad es una constante lucha contra este fantasma. El puesto del ser humano en el mundo no está asegurado de antemano; su realización es una permanente búsqueda de la satisfacción de necesidades básicas que le permiten sobrevivir, búsqueda que, a inicios del siglo XXI y con todo el potencial técnico que se ha llegado a acumular, no termina nunca de colmarse. Hoy día se produce entre un 40 y un 50 % más del alimento necesario para nutrir a toda la población mundial, pero el hambre sigue siendo la principal causa de muerte de nuestra especie, mientras que la actividad más dinámica, que conlleva las más altas cuotas de inteligencia incorporada y genera la mayor ganancia, es ¡la producción de armas!

De todos modos, la idea de pobreza no está especialmente ligada a ese estado originario de carencia que debe ser satisfecho día a día. Un pueblo determinado, en cualquier momento de su historia, simplemente debe cumplir con el colmado de esos satisfactores para seguir manteniéndose como unidad, con la tecnología que dispone según su grado de desarrollo (paleolítico, agricultura de subsistencia, sociedades post industriales, etc.). En esa tarea cotidiana, independientemente de su capacidad productiva, no se siente «pobre». La noción de pobreza aparece cuando hay puntos de comparación: una sociedad es pobre con respecto a otra vista como rica, una clase social es una u otra cosa relativamente a otra, así como lo puede ser un individuo, sólo en parangón con otro -un anacoreta, aunque desnudo, puede ser infinitamente rico, comparada su vida espiritual con la de otro, un ciudadano urbano «estresado» por sus deudas, digamos-. La pobreza habla, en todo caso, no de la cantidad de medios de sobrevivencia sino del modo de su apropiación, de su distribución social.

El jefe de una tribu bosquimana es pobre puesto en la bolsa de valores de New York, pero no lo es en su contexto originario: allí es el jefe. Seguramente hoy la vida de un trabajador término medio de cualquier país industrializado es más rica en cuanto a acceso a bienes materiales en relación a lo que puede haber sido la de un faraón egipcio, o la de un Inca del Tahuantinsuyo. Pero hay una diferencia sustancial entre la vida del ciudadano actual y la de un monarca.

Con todo esto, entonces, queremos situar la idea de pobreza -y por tanto su contrario: la riqueza- en tanto productos históricos, sociales. Un monarca, un jefe, el sacerdote supremo de la tribu, etc., dispone de una cuota de poder definitivamente superior a la de un asalariado moderno con acceso al confort material generado por la industria de estos últimos 100 años, el cual no deja de ser, pese a todos los bienes materiales, más pobre en términos de relación política. Sería tonto quizá preguntar cuál es más rico o cuál más pobre. En todo caso esto nos ilustra, una vez más, de lo complejo del tema. La reina Isabel la Católica, en el poderoso reino español de fines del siglo XV e inicios del XVI, estuvo ocho años con la misma blusa como promesa hasta que se venciera a los moros. ¿Alguien osaría decir que era una pobre diabla mugrienta?

II

Hacer una lectura histórica del concepto de pobreza lleva a una exégesis que, además de no ser el objetivo de este breve artículo, implicaría un recorrido monumental por la historia humana. Recorrido que debería tomar en cuenta los distintos momentos habidos en relación al desarrollo de la capacidad productiva, y a la forma en que el producto de esa capacidad fue repartido socialmente.

Pobres ha habido siempre, dice una visión simplista de las cosas. ¿Pero desde cuándo es posible comenzar a encontrarlos como tales en la historia? En la época de las cavernas nada podría autorizar a verlos como realidad social concreta. En todo caso, ante ese paso trascendental que significa la humanización de algunos monos, más bien deberíamos ver una riqueza cualitativa fenomenal: un animal comienza a modificar su entorno natural, produce cambios deliberadamente, trabaja. He ahí una primera riqueza humana espectacular, aunque las condiciones materiales de sobrevivencia de aquellos ancestros hoy las pudiésemos ver como de la más radical pobreza.

Se puede hablar con propiedad de pobres, ya como categoría sociológica, en la medida en que aparecen sus contrarios: los ricos. Las sociedades claramente divididas en clases sociales presentan pobres: hay una división clara entre los que tienen y los que no tienen. ¿En nombre de qué sucede esto, se establece, se acepta, se sacraliza? ¿Qué mecanismo natural lo decide? No entraremos a ver el por qué de esta dinámica histórica, dado que el tema exige, en sí mismo, un desarrollo infinitamente más amplio de lo que aquí nos proponemos. Lo que sí puede anticiparse es que el intentar dar respuestas convincentes a estos interrogantes ha suscitado reflexiones, tomas de posiciones, revoluciones y un sinnúmero de acciones varias en la historia universal, sin que hasta el momento se haya superado el problema (porque sigue habiendo pobres y ricos todavía, y como van las cosas, nada hace pensar que eso vaya a desaparecer en lo inmediato).

En tanto hay una injusta, una inadecuada repartición del producto social, hay pobres. Esto es: los pobres se definen en relación a sus contrarios. Aunque pueda parecer un juego de palabras (pero no lo es, por cierto), es especialmente reveladora esa oposición: hay pobres en tanto hay ricos, hay quienes tienen menos (están carenciados) en tanto hay otros que tienen demasiado (les sobra).

¿Por qué a algunos les sobra y a otros les falta? Este es el eje medular para entender el fenómeno de la pobreza: hay quienes tienen poco porque otros poseen de más.

Entendida así, entonces, la pobreza es un fenómeno enteramente humano, social. No tiene parangón en el campo natural, no depende de ningún determinante físico-químico. Insistimos con el concepto: la pobreza no se define por la cantidad de riqueza que se le opone sino por la calidad de su distribución. Un rey, aún en taparrabos, es rey, es rico, comparado con sus súbditos. Y desde otra cosmovisión, un ascético anacoreta en su reclusión voluntaria, aunque casi no coma ni acceda a los placeres de la vida terrenal, en su riqueza espiritual se siente infinitamente más rico que el mundano común. ¿Desde dónde y cómo «medir» la pobreza entonces?

III

Hoy día, totalmente envueltos por una lógica mercantilista, por una cultura del consumo a cualquier costo (capitalista, para decirlo sin tanto rodeo), entendemos el concepto de pobreza en relación indisoluble con la carencia de recursos materiales.

Desde ya, esa noción es correcta en un sentido: con el auge espectacular de la producción, merced a la revolución científico-técnica puesta en marcha hace un par de siglos y ya nunca más detenida, siempre más rápida y en perenne expansión, la dinámica generalizada se resume en el tener, en el consumir. El sentido implícito del proceso de humanización, del progreso, es tener cosas materiales. La vida termina valorándose en términos de objetos; se es lo que se tiene.

En ese escenario -impuesto desde que la economía capitalista europea comenzó a expandirse por el mundo, actualmente globalizado y entronizado con una fuerza desconocida anteriormente en la historia- ser pobre significa no disponer de todas las cosas que la productividad humana moderna puede ofrecer. Civilizaciones agrarias milenarias, que lograron desarrollos fenomenales en términos culturales (la hindú, las americanas precolombinas, la china) pasan a ser pobres frente a la avalancha modernizadora de oferta de bienes. Surge ahí el mito del «desarrollo», y su contrario: el «subdesarrollo»‘.

No cabe ninguna duda que la forma en que se va construyendo la sociedad global entre desarrollados y subdesarrollados es, además de injusta en términos éticos, absolutamente insostenible como proyecto humano. No es aceptable, pero mucho menos es viable en el tiempo y en relación a los recursos que provee la naturaleza, un modelo de organización social donde el 20% de la población humana consume el 80% del producto total.

Ligando la pobreza a esta visión fundamentalmente material, es descarnadamente real que la brecha entre «ricos desarrollados» y pobres «en vías de desarrollo» crece. Si el sueño del progreso científico-técnico que ilusionó cabezas y corazones en pleno auge positivista, en los inicios de la expansión del modelo capitalista, hizo albergar expectativas respecto a una paulatina, pero finalmente total, extinción de la pobreza en el mundo, hoy, más aún con las tendencias neoliberales triunfadoras en este momento, se ve que ese prosperidad universal está muy lejos de alcanzarse. Por el contrario: la brecha entre ricos y pobres (entre Norte desarrollado y Sur subdesarrollado, así como entre estratos beneficiados y postergados en lo interno de cada estado nacional -fenómeno más especialmente acentuado en el Sur-) crece. Dicho de otra manera: la pobreza crece. O más descarnadamente aún: los pobres de carne y hueso crecen. De tres nacimientos que se producen por segundo en el mundo, dos de ellos tienen lugar en un barrio marginal de alguna atestada macro-ciudad del Tercer Mundo.

En el año 1820 el 20% más rico del planeta tenía 3 veces más que el 20% más pobre; para 1913 ese 20% más rico ganaba 11 veces más que el 20% más pobre. En 1997, con un crecimiento descomunal de la productividad en términos históricos, el 20% más rico accedía 74 veces más a las riquezas producidas que el 20% más pobre. En países como Brasil y Guatemala esa diferencia es aún mayor, llegándose al extremo patético de 120 a 1. El 6% de la población mundial posee el 59% de la riqueza total del planeta, y 98% de ese 6% de la población vive en los países más ricos. La población estadounidense, pese al declive que hoy día experimente su país como unidad nacional (¡pero no así sus grandes empresas transnacionalizadas!), consume el doble de lo que consumía en la década del 50 del pasado siglo, en su momento de mayor auge económico.

Un perrito de un hogar término medio de un país del Norte consume en promedio anual más carne roja que un habitante del Tercer Mundo. Mil millones de personas no tienen acceso al agua potable, en tanto que 1.300 millones de personas disponen de menos de un dólar diario para vivir. 1.000 millones son analfabetos. Era de las comunicaciones, pero la mitad de la población mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más próximo. Según estimaciones de organismos internacionales, el costo anual adicional para lograr el acceso universal a servicios sociales básicos en todos los países en desarrollo sería de 15.000 millones de dólares americanos (enseñanza básica, agua y saneamiento para todos), en tanto que en los Estados Unidos se gastan 8.000 millones anuales en cosméticos, y 11.000 millones son gastados anualmente en Europa en helados.

Según datos de Naciones Unidas, el patrimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares -que pueden caber en un Boeing 747- supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45% de la población mundial.

No caben dudas: lamentablemente, pese a la ¿cooperación al desarrollo? existente, la pobreza crece. Valga agregar, como dato no menos escalofriante, que en 50 años de «cooperación» que el Norte viene desplegando con el Sur, desde la ya legendaria Alianza para el Progreso del presidente John Kennedy en los años 60, ni un solo pobre en el mundo dejó de ser tal gracias a estos mecanismos de ¿solidaridad?, lo que muestra que esas políticas no son sino otros tantos instrumentos de control social.

Además de constatarlo por los datos anteriores (escalofriantes desde ya), podemos ver ese crecimiento de la pobreza con otros indicadores (no menos alarmantes): en el planeta, y fundamentalmente en el área desarrollada, se destinan más de 500.000 millones anuales para drogas (segunda actividad económica de la especie humana en la actualidad) y más de un billón anual (más de 30.000 dólares por segundo) a gastos militares (el rubro más rentable). Que se gasten esas cifras astronómicas en helados, cosméticos, estupefacientes y armas también nos lo dice: la pobreza crece (¡y no necesitamos ser el ermitaño asceta para entender lo que eso significa!).

IV

Estamos frente a un prejuicio, hoy ya globalizado, donde la idea de desarrollo está ligada indisolublemente a progreso material. Grandes culturas de la historia, con enormes avances técnicos, con profundas enseñanzas morales, medioambientales, con reflexiones acerca del fenómeno humano de gran valía, como lo decíamos más arriba, puestas en comparación con el rasero técnocrático-economicista que rige actualmente el mundo, aparecen como atrasadas, pobres. Lo son, según ese criterio, porque no han seguido el ritmo de crecimiento técnico y de acumulación de riquezas que se dio en Europa. ¿Son «pobres» la tragedia griega, la cosmovisión maya, el arte chino, la filosofía budista?

¿Podríamos, con una actitud serena y objetiva, atrevernos a seguir llamando pobre a una cosmovisión que pone el acento en el equilibrio ser humano/medio ambiente (como por ejemplo la de los pueblos americanos tradicionales) cuando vemos el disparate ecológico que ha causado el desarrollo industrial, con niveles de degradación del planeta por falta de previsión y afán enfermizo de lucro rayanos en la demencia? ¿Cuál es ahí la riqueza?

¿Podríamos, con una actitud serena y objetiva, atrevernos a seguir llamando pobre a civilizaciones que no necesitan de un consumo cada vez más masivo de narcóticos para huir de sus realidades como sucede en los países industrializados? ¿Cuál es ahí la riqueza?

¿Y cuál es la riqueza que nos propone el modelo de consumo desarrollado? Fundamentalmente eso: ¡consumo! Consumo como motor de la vida, consumo por el consumo mismo. Su arquetipo es un ciudadano tranquilo, que no protesta (que tampoco disfruta la tragedia griega ni el arte chino), sentado ante la pantalla de televisión (¿Hollywood, Walt Disney?), tomando Coca-cola y usando sus tarjetas de créditos. ¿Esa es la riqueza? Valga decir que todo eso luego hay que pagarlo, y hoy vemos, con la crisis galopante del imperio mayor del capitalismo, por dónde van las cosas: la deuda es materialmente impagable, tanto la pública como la privada (cada ciudadano estadounidense tiene en promedio 5 tarjetas de crédito y 7.000 dólares de deuda). ¿Dónde queda la riqueza?

Por cierto que no se pretende transmitir una idea ingenuamente bucólica de civilizaciones no-occidentales pre industriales; desde ya que la calidad de vida que la tecnología nos puede proporcionar (agua potable, saneamiento ambiental, más y mejores alimentos, educación para todos, comunicaciones, más tiempo libre, etc.) es fabulosa, y por cierto hay que bendecirla. Las comunidades hippies de no-consumo, en tanto islas alternativas en medio de la vorágine moderna, son insostenibles (la historia lo demostró). Lo que debe ser puesto en debate -debate que, por cierto, ya está abierto, y debe seguir alimentándose- es la idea de riqueza que los modelos modernos y post modernos nos ofrecen.

La riqueza no puede ser solamente consumir. Gastar cantidades impresionantes en helados, mascotas, cosméticos o estupefacientes junto a gente que come una vez por día, o no come, no constituye ninguna riqueza en términos humanos. Habla, en todo caso, de modelos de desarrollo, de visiones de la vida y de proyectos de ser humano que evidencian, fundamentalmente, una pobreza existencial profunda (alarmante, sombría). Si esa es la riqueza que nos ofrece el post-modernismo (cada uno con su propio vehículo, consumiendo gaseosas y hamburguesas -¡o estupefacientes!-, y con la lap top hasta para ir al baño), si la profundidad de la tragedia griega se reemplazó por King Kong y la hondura de los sistemas de pensamiento orientales dieron lugar a los libros de autoayuda realmente, como dijera Saramago, nos merecemos desaparecer come especie.

Desde ya el problema de la pobreza no es una cuestión de actitud moral, de caridad para con el desposeído. Ejércitos de Madres Teresas y de voluntariados (tan a la moda hoy día) no alcanzan; ni siquiera sirven para hacerle cosquillas al problema. El tema de la pobreza es claramente una de las preguntas medulares que atraviesan la historia humana. Que su respuesta debe ser difícil lo evidencia el estado actual del mundo: cada vez más armas, más helados y más cosméticos, y cada vez más pobres (y no sólo los que no comen; también los que no saben qué hacer con el tiempo libre…. ¿consumir Hollywood, o videojuegos? ¿Drogas quizá?). La pregunta en torno a la pobreza es una interrogación sobre la condición humana misma. ¿Por qué nos resulta tan tentador dejarnos seducir por la Coca-cola y las hamburguesas? ¿Tan pobres somos?

Luchar contra la pobreza implica, como mínimo, repartir más equitativamente los productos del trabajo humano (lucha política fundamentalmente -que indirectamente incluye lo militar, continuación de la política por otros medios-). Pero también implica no dejarnos de plantear esas preguntas que hacen a lo más hondo de nuestra existencia. Digámoslo con un ejemplo: la población de Europa del Este, todavía en la era del «socialismo real», ayudó a hacer caer el muro de Berlín fascinada por la videocasetera o el pantalón vaquero que sus economías no le proveían. Hoy se lamentan de lo perdido, y en cada ocasión que tienen, manifiestan su añoranza por la seguridad material mínima que ya no pueden tener. Entonces, complementando la pregunta anterior, habría que agregar -para preguntarse con la misma fuerza-: ¿por qué nos seducen tanto los espejitos de colores?

08/08/2011
Marcelo COLUSSI
ArgenPress

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Revista de prensa 12/08/2011


12/08/2011, Claudio KATZ, ¿Un imperio trasnacional?, ArgenPress

La teoría de la transnacionalización global subraya tendencias reales hacia la asociación mundial del capital y la gestión concertada de la tríada. Pero el enfoque retoma la tesis ultra-imperial y tiene puntos de contacto con el globalismo convencional.
No existen evidencias de nivelación capitalista mundial. Al contrario, las brechas entre países se acrecientan y persisten los bloqueos a la movilidad irrestricta del capital y el trabajo. El globalismo confunde integración con transnacionalización de las clases dominantes.
Ese enfoque ignora el rol central de los viejos estados nacionales en el avance de la mundialización y desconoce que las configuraciones de clases son procesos históricos que no se modifican en décadas. También omite que las incipientes estructuras globales están muy lejos de cumplir funciones estatales básicas y que el capital no existe como entidad unitaria multinacional. La ausencia de un ejército globalizado desmiente las exageraciones transnacionalistas.

10/08/2011, La rebelión de los pueblos, ArgenPress

Es una verdadera rebelión de las masas, de los pueblos del mundo del siglo XXI. Protestas de masas de personas de diferentes edades, pero sobre todo jóvenes, se alzan en distintas partes del mundo; en Europa desde España, las manifestaciones se han extendido como una infección venérea a Berlín, París, Budapest, Lisboa, Praga, Varsovia y Viene entre otras. Pero es una infección positiva que trae vientos nuevos.
No hay ninguna duda que las rebeliones que han estallado en varios lugares de Europa, en especial en Inglaterra y España, es producto de la brutalidad policial y las protestas de los indignados de España tienen mucha semejanza con otras de Europa y de otras partes del mundo. La guerra civil en Libia no habría estallado si Gadafi hubiese escuchado las críticas que se le hacían en las manifestaciones, pero sintiéndose seguro recurrió a la represión violenta dando muerte a jóvenes desarmados. Todas estas rebeliones tienen en común la desocupación de gran parte de la juventud. Y desocupación significa pobreza, mala salud, drogadicción, aumento de la criminalidad. A todas luces es un fracaso del sistema capitalista neoliberal.

10/08/2011, La crisis de deuda de EE.UU., CADTM

«No es una novedad que los estudios, auditorías e investigaciones denuncian que la deuda pública, en lugar de contribuir con recursos al Estado, ven desviados esos recursos (que deberían estar destinados a áreas sociales) para el pago de intereses y amortizaciones de una deuda cuya contrapartida no se conoce, porque no existe la adecuada transparencia.»

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Revista de prensa 09/08/2011


09/08/2011, Víctor M. TOLEDO, Los indignados: ¡la globalización del poder social ha comenzado!, La Jornada

Todo indica que conforme el tiempo pasa más miembros de nuestra especie estamos indignados. Mientras las noticias de los atracos financieros, las crisis de los partidos políticos, la corrupción de las iglesias, el desastre de los bancos o la imbecilidad de los poderosos intentan saturar todos los espacios de la comunicación, cada vez más se cuelan por las rendijas que quedan las novedades en torno a los que estamos indignados. Porque cada día que pasa es mejor que el que viene, cada vez hay más indignados. Brotan como hormigas y se multiplican como conejos. En Egipto como en Túnez, en Italia como en España, en Marruecos como en Siria. Y la indignación llega hasta lo más norte y vuelve realidad un sueño: en Islandia los ciudadanos expulsan a su gobierno corrupto y ponen en la cárcel a los empresarios cómplices. ¿En cuantos países más habrá que hacer lo mismo?

08/08/2011, Álvaro CEPEDA NERI, 2012: ¿Elecciones o golpe de Estado?, Red Voltaire

A casi un año –julio de 2012– para las elecciones presidenciales, «lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas, cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen» (párrafo casi al final de un brillantísimo ensayo de Max Weberqueal estudiarlo, forma un conocimiento de la política y del político como en ninguna otra parte).

08/08/2011, Edgar GONZÁLEZ RUIZ, La derecha ante las elecciones de 2012, Red Voltaire

A menos de un año de las elecciones presidenciales de 2012, destaca la falta de disposición del Partido Acción Nacional (PAN), y de Calderón, para dejar el poder al que de manera ilegítima llegó en 2006, así como el resurgimiento del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se perfila como triunfador en esta contienda.

08/08/2011, Fernández NOROÑA, Marcelo privatiza la ciudad, Red Voltaire

Tras 14 años de gobernar el Distrito Federal, el PRD podría perder la elección de 2012. El PRI estaría de vuelta en la capital de la República. Lo dice uno de los precandidatos de «izquierda» al gobierno de la ciudad, el experredista, ahora petista y siempre lopezobradorista, Fernández Noroña. Reprocha a Ebrard replicar en la ciudad políticas de derecha del gobierno federal, como la privatización del agua, la construcción de la Supervía Poniente y los operativos policiacos. Además, el que tenga alguien en su corazón para la elección: Mario Delgado. Promete constituir la ciudad de México en el estado 32 de la república.

08/08/2011, Homenaje a Claudio KATZ, Mundo en Cuestión

06/08/2011, Crisis en EEUU, algo más que la deuda, CADTM

La crisis en EEUU sigue ocupando el centro de la atención en el debate económico. No es solo una cuestión de la deuda pública, un tema que preocupa a los acreedores, internos y externos. Entre los primeros, los acreedores internos, lo que se espera es un fuerte ajuste, definido por el parlamento o de hecho por el poder ejecutivo. Entre los segundos, los acreedores externos existe una expectativa que EEUU privilegiará esos pagos para evitar un colapso global. En todo caso, resulta una incógnita el modus operandi de la potencia imperialista, y enfatizo el carácter imperialista de EEUU, porque su lógica es la de exportar sus problemas, o dicho de otro modo, resolver sus problemas a costa del conjunto de la sociedad mundial.

06/08/2011, Lo que todos deberían saber sobre la «crisis de la deuda» en EE.UU, CADTM

Si el presidente Obama pierde ambas cámaras del Congreso y/o la presidencia en las próximas elecciones, será el resultado de una economía débil y alto desempleo, y porque dejó que sus oponentes no sólo sabotearan la economía – algo que hicieron con mucho gusto – pero también porque dejó que ellos redefinieran el debate económico para que en el futuro se le eche la culpa al presidente y su partido por el lío.

05/08/2011, Claudio KATZ, Teorías de la sucesión hegemónica, ArgenPress

Los pronósticos de reemplazo estadounidense por Europa, omiten la subordinación político-militar del Viejo Continente. No registran las inconsistencias de la estrategia comunitaria y la escasa aptitud de las antiguas potencias coloniales para comandar el imperialismo contemporáneo. Las previsiones de liderazgo hegemónico asiático basadas en Japón fallaron por omitir la dependencia del custodio norteamericano. Las nuevas situaciones de multipolaridad no anulan la subsistencia de un ordenador del capitalismo global.
La sucesión de liderazgos ha sido un elemento de la dinámica histórica, pero no una pauta inexorable de la evolución social. La atención excluyente a ese elemento diluye las diferencias que separaron a los distintos modos de producción. Jerarquiza la «historia por arriba» y presta escasa atención a las confrontaciones sociales. La dialéctica entre condicionantes estructurales y circunstancias azarosas no es compatible con un presupuesto de invariable reemplazo hegemónico.
Es incorrecto remontar el origen del capitalismo al siglo XVI, olvidando la compatibilidad del capital comercial con distintos regímenes sociales. El capitalismo no tuvo origen mundial y se asentó en procesos de expropiación social. Es un sistema basado en el imperativo de la competencia, la maximización de la ganancia y la explotación de los asalariados.
Es necesario reconocer las diferencias que separan a los imperios que antecedieron y sucedieron al surgimiento del capitalismo. La coerción extra-económica, la conquista de territorios y el establecimiento de colonias, difieren de las formas de opresión capitalistas. El imperio pleno del capital sólo irrumpió durante el siglo XX. Recordar esta cronología es vital desarrollar comparaciones adecuadas.

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Homenaje a Claudio KATZ


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Revista de prensa 03/08/2011


03/08/2011, México: Políticas públicas para solucionar la pobreza, ArgenPress

De acuerdo con este informe, el número de población en condiciones de pobreza pasó de 48.8 millones de personas en 2008 a 52.0 millones para 2010, significa una variación de 6.5 puntos porcentuales; mientras que la población en pobreza extrema se mantuvo en 11.7 millones, la población urbana reporta más pobreza.

03/08/2011, México: ¿Vivir mejor?, ArgenPress

De acuerdo a las medición multidimensional dada a conocer por el Coneval el pasado 30 de julio, 52 millones de mexicanos (46.2 por ciento del total de la población) viven en la pobreza y de ellos 11.7 millones (10.4 por ciento) padecen pobreza extrema.

03/08/2011, Denuncian brutalidad de agentes migratorios en Estados Unidos, ArgenPress

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