Mundo en Cuestión

Análisis de la actualidad económica, política y social en el mundo

Archivos en la Categoría: Economía crisis

La situación de la economía yucateca


 

La situación de la economía yucateca, paralizada por la epidemia de coronavirus, es ya insostenible, señala un estudio del CCY.

Con el inicio del retorno gradual a las actividades económicas y cotidianas -pese a que todavía no se sabe con certeza cuál será el alcance de esta crisis-, resulta conveniente poner sobre la mesa los posibles escenarios de la recuperación.

Ese es precisamente el objetivo de la nueva entrega del Centro para la Competitividad de Yucatán (CCY): aportar datos para conocer mejor la situación, entender la dimensión inicial de los desafíos y poder así dirigir con más precisión las estrategias y los esfuerzos colectivos para reemprender de la mejor manera el camino al crecimiento.

Un vistazo general

De entrada, el CCY recuerda que la pandemia del coronavirus tiene a la economía mundial en terapia intensiva. Seis de los 10 indicadores del Reporte Situacional de Tendencias y Riesgos Globales (Global Crisis Index) están al rojo vivo, por encima del nivel que enciende los botones de alarma en los mercados internacionales, las grandes compañías y los bancos centrales.

Las consecuencias económicas inmediatas del Covid-19 dominan las percepciones de riesgos del Reporte. El peligro mayor, la posibilidad de que se alarguen las condiciones adversas, está en un nivel muy alto. Hay poco más que decir en este aspecto, señala Amenoffis Acosta Ríos, director del CCY: la economía mundial vive la mayor contracción de su actividad -producción, empleo, consumo y comercio- en varias décadas «y evidentemente México y Yucatán no escapan a esta situación».

Impacto en México

Los efectos negativos de la crisis en el empleo del país son devastadores, recuerda el informe del CCY. La semana pasada, el Inegi dio a conocer que en abril el coronavirus sacó a 12.5 millones de mexicanos del mercado laboral (la mayor parte en la economía informal)… y falta todavía contabilizar mayo.

Para dimensionar el daño, el CCY recuerda que en enero y febrero de 2020 México generó al día 3,202 puestos de trabajo, pero en los últimos tres meses, se destruyeron 11,500 diarios, según datos del IMSS.

Situación en Yucatán

En Yucatán, el covid-19 dejará sin empleo a unos 80,000 yucatecos, como admitió en fechas recientes el gobernador. «En su entrega anterior, el CCY indicó que 142,000 puestos de trabajo estaban en peligro por la epidemia, pues bien, 80,000 ya no los podemos defender», apunta Acosta Ríos.

Y los daños tienden al alza. En una encuesta de Coparmex Mérida, se preguntó a los empresarios si habían tenido que despedir empleados: 38% respondió afirmativamente, 44% dijo que no, pero que estaba batallando para evitarlo, y sólo 9% indicó que no tenía ningún problema al respecto.

«Coparmex nacional ha señalado repetidamente que, así como contamos enfermos y fallecidos, la economía ya está empezando a contabilizar empleos destruidos y empresas muertas», dice Amenoffis.

Un dato para contrastar: se crearon 87,000 empleos en Yucatán en 2019, en lo que ha sido el mejor año en ese rubro. Esto es, comenta Acosta, el fenómeno pandémico está poniendo en riesgo los esfuerzos de todo un año -o de varios, si la emergencia se prolonga- en uno de los indicadores económicos más sensibles, como es la creación de empleo.

Leer más: El Diario de Yucatán.

Leer también: Revista de prensa, Mundo en Cuestión.

De la tragedia a la comedia


Las conclusiones de la tragedia en Petróleos Mexicanos (Pemex) ante expertos nacionales e internacionales es que hubo una explosión de gas. Ello fue provocado por un fluido que estalló debido a una conexión con un cable «rudo». Cuando menos eso se desprende de lo informado por Jesús Murillo Karam, procurador General de la República.

Pero las dudas persisten: ¿quiénes fueron los responsables de este grave episodio? ¿La empresa de limpieza de pilotes o la paraestatal mexicana? ¿Hubo negligencia de ésta o de las pasadas administraciones de Pemex? ¿Por qué se dio tan poca información y la actual no satisface las normas mundiales? ¿El dinero que se erogó durante el calderonismo en equipos de seguridad para la nación ha servido para algo o solamente lo disfrutó Genaro García Luna? ¿A qué se debe la casi exoneración de Peña Nieto a la gestión de su antecesor Felipe Calderón?

La lista puede continuar, y no en aras de negar lo investigado sino como un ejercicio republicano, ya que la sociedad necesita estar bien informada (lo que no se ha llevado a cabo ni en el priísmo ni en el panismo [tampoco el prdismo]). Ello ha traído no sólo el sospechosismo, sino el rechazo de la gente. Tanto así que en el hospital de Pemex se le espetó a Enrique Peña: «¡asesino!». Y es que ante la falta de liderazgo y debido a la imposición, el mexicano se calla, aguanta, pero estalla a la menor provocación, y más cuando su representación a través de partidos y sindicatos es prácticamente nula.

Una prueba de que no hay credibilidad en lo que se dijo lo mostró el señor Karam, quien primero agradeció a los investigadores españoles, yanquis e ingleses y al último a los científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional.

Para quienes hemos reportado los avances de los científicos nacionales, no queda duda de la valía y la trascendencia de éstos. Una muestra es que al químico Mario Molina lo presentan en todos lados como «la gran autoridad», claro, después de recibir el Premio Nobel de Química. Pero de esa calidad hay muchísimos compatriotas en varios terrenos, entre otros los que hoy se investigan. Pero ya sabemos que el comentario de la mayoría es: ¿no habrán comprado a los dictaminadores? Algo que se puede hacer, incluso, con los extranjeros.

Pero, ¿cómo decir que las cosas fueron según las presentaron las autoridades luego del caso Monex; la multa del Instituto Federal Electoral a Andrés Manuel López Obrador por rebasar los gastos de campaña y no al Partido Revolucionario Institucional; el vuelco de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el asunto de Florence Cassez; y el escándalo en el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos?

Por eso hasta en círculos académicos de la UNAM hay teorías de que se trató de un atentado. Pueden estar equivocados los profesores, ya que las hipótesis deben comprobarse, pero ya nadie cree nada en este país, donde Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, recibe condenas verbales en México y Estados Unidos y el narcotraficante sigue tranquilo, caminando y amasando fortunas.

Otra cuestión que se plantea entre investigadores y periodistas es que no hubo, ni siquiera, un plan ante la crisis. Se atacó relativamente bien al principio, aunque el nerviosismo de Osorio Chong fue evidente; algo preocupante, ya que se le otorgaron los mandos policiacos y de investigación nacional como nunca antes en la historia. Pero el hidalguense no mostró templanza, energía, carácter para enfrentar un problema (lo que debe tener inquieto a su jefe, Peña Nieto).

Enrique, por su lado, no debió salir presuroso a vacacionar con sus hijos, ya que las situaciones de emergencia tienen prioridad ante la familia. Esto último demuestra el talante de un jefe de gobierno, ya no digamos de un encargado del Estado.

Lo más lamentable es que la Dirección de Comunicación Social de la Presidencia de la República enmudeció ante las notas de unos cuantos medios –la televisión mostró nuevamente que está con el vencedor aunque después lo haga picadillo–. Ni un triste y convencional boletín pudo enviar precisando qué había ocurrido en la agenda del huésped de Los Pinos. Y ya se habla, por otro lado, de filtraciones en las áreas de comunicación, algo que abriría tempranísimo la sucesión para 2018.

Algunos conocedores dijeron acertadamente: «nada peor en el manejo de una crisis que dejar un vacío de información tan prolongado. El espacio lo ocupa ahora la especulación y la desconfianza». Tanto así que la agencia Stratfor y la cadena estadunidense CNN hablaron también de un atentado.
Lo peor fue que Murillo Karam hizo un chascarrillo en la explicación del estallido. Dijo que se había recogido una bolsa donde «lo único que encontramos en la maleta es lo más peligroso para el hombre, cosméticos de mujer». La risa estalló en la conferencia de prensa, aunque en Twitter y Facebook las respuestas serias, contundentes y ácidas fueron lapidarias. Y algunos lo compararon con Jorge Falcón, el humorista, e incluso con el payaso Platanito. Terrible.

Además, nadie entiende por qué enviaron al subprocurador Alfredo Castillo –el del caso Paulette y otros controvertidos asuntos– a dar las explicaciones finales en donde están las ruinas en que se convirtió el edificio B del complejo administrativo de Pemex.

Por cierto, Carlos Romero Deschamps seguramente viajaba en un jet privado junto con su hija y los perros de ella, ya que se le vio fugazmente al principio y después reapareció al sexto día, únicamente para decir que las plazas de quienes fallecieron serían heredadas por sus hijos o familiares, algo que está en el contrato de Pemex, sin duda, pero suena a rancio.

Fuimos entonces de la tragedia a la comedia, pasando por la desinformación.

17/02/2013
Jorge MELENDEZ PRECIADO
Contralínea

Leer también: Noticias seleccionadas por Mundo en Cuestión.

España: Los límites de la indignación


La coincidencia de escándalos de todo orden que afectan de lleno a las principales instituciones españolas se traduce en una intensa movilización social como no se había registrado en las últimas décadas. En muchos aspectos la actual situación recuerda los momentos de la llamada «transición» cuando el viejo orden franquista se derrumbaba para dar paso a la democracia.

En la presente coyuntura demasiadas cosas están en tela de juicio: el modelo económico, por mediocre; el sistema político, por su bipartidismo excluyente y tramposo; la administración, por la intensa y generalizada corrupción en torno al uso de los recursos públicos; los partidos (con honrosas y escasas excepciones) por su desprestigio y manifiesta incapacidad; la Iglesia, por mantenerse anclada en el «nacional-catolicismo» y ser portavoz entusiasta de las expresiones más reaccionarias de la moral; el gremio empresarial (en particular los banqueros) por ser los responsables principales del mayor desastre económico que se registre en las últimas décadas, y para que no faltara nada importante en este cuadro de desgracias, la misma Corona, con un rey y su familia hundidos en escándalos de todo tipo y sin encontrar aún alguna salida que garantice su continuidad. Ya no son voces aisladas las que proponen la disolución de la monarquía y la vuelta a la república; la bandera tricolor de Riego aparece con mayor frecuencia en calles y plazas, ya no solo empuñada por viejos nostálgicos sino por gentes cada vez más jóvenes.

Como guinda del pastel, unos líderes políticos tan mediocres que hasta se duda de la idea según la cual ya no era posible encontrar un dirigente de mayor candidez, irresponsabilidad y falta de brillo como los atribuidos al anterior gobernante, Rodríguez Zapatero. Cada mañana trae nuevas sorpresas y la indignación popular no cesa. Si el gobierno confiaba en el cansancio de los movilizados, tal parece que alimentó una esperanza inútil. Y si las denuncias de pagos indebidos a los políticos, la contabilidad doble y otras prácticas corruptas en los partidos (especialmente en el PP) terminan por confirmarse, las posibilidades de caída del gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones ya no serían solamente la exigencia ciudadana sino una necesidad impostergable ante una crisis de dimensiones catastróficas para el país.

El partido de gobierno (PP) parece fiarse de los lentos y engorrosos procesos judiciales para ganar tiempo y esperar a que se calme la tempestad. Confían igualmente en ver a finales de este año algunos síntomas de mejora económica. Sin embargo, ambas suposiciones carecen de fundamento. La dimensión de los escándalos es tal que ni los jueces más benignos (o venales) pueden ya tapar tanta podredumbre sin crear un escándalo mayor ni los expertos más optimistas pronostican un futuro económico mejor. Los datos inducen mucho más a la preocupación cuando no directamente al pesimismo.

En este panorama desolador ni PP ni PSOE pasan de los mutuos reproches (el famoso «y tú, más corrupto que yo») ni el resto de las fuerzas opositoras (minoritarias) conforman un bloque con suficiente entidad como para poner en riesgo la estrategia neoliberal que han sostenido «socialistas» y «populares»en los últimos años y que está en la raíz misma del problema. En el mejor de los casos -tanto aquí como en el resto de la Unión Europea- la solución que se ofrece a la ciudadanía es una versión edulcorada de la misma estrategia económica neoliberal, o sea, una versión menos perversa y sobre todo sin las actuaciones delictivas practicadas por banqueros, empresarios de todos los pelambres y políticos venales. Una renovación moral de la política pero manteniendo en lo fundamental la hegemonía del mercado; en pocas palabras, un capitalismo salvaje, pero no tanto.

La cuestión de mayor interés es sin duda la perspectiva real de la respuesta ciudadana. Fraccionada en diversos grupos e iniciativas, comprende las fuerzas tradicionales de la izquierda (parlamentaria, sindical, asociativa) y múltiples movimientos e iniciativas que responden a reivindicaciones particulares cuando no a puras manifestaciones espontáneas que por su misma naturaleza muestran grandes dificultades para mantenerse en el tiempo y sobre todo para articularse como una fuerza efectiva que traduzca sus exigencias en cambios reales, poniendo de nuevo de manifiesto que no basta con indignarse, que no basta con tener razón.

Las fuerzas tradicionales de la izquierda se mueven prisioneras de prácticas y formas que apenas tienen eco entre las nuevas generaciones, acompañadas de una enorme falta de reflejos fruto seguramente de sus no pocos vicios burocráticos y en cierta medida porque son percibidos por muchos como partes del problema y no como agentes de cambio. Por su parte, las iniciativas surgidas del movimiento espontáneo de protesta (los diversos grupos de «indignados») pasan pronto de la euforia y el entusiasmo de los primeros días a una cierta incertidumbre cuando se ven confrontados por la tradicional disyuntiva de cómo combinar adecuadamente espontaneidad y organización, cómo mantener vivas las diversas formas de democracia directa, de ausencia de estructuras jerárquicas que tan bien funcionan en los inicios del movimiento, con la necesidad de dar formas orgánicas y delegadas de poder cuando se trata de gestionar eficazmente las reivindicaciones. Frente a las autoridades o frente a los empresarios no basta con la bulliciosa y alegre movilización en calles y plazas; inevitablemente se impone la necesidad de administrar las fuerzas y negociar con el poder.

Así al menos se comprueba en aquellos sectores que han sabido combinar de forma creativa la relación entre la fuerza de la espontaneidad de la multitud movilizada y la necesidad de negociar a través de dirigentes honestos y representativos. En efecto, las protestas de los trabajadores de la salud, la educación o el sistema judicial, provistos tradicionalmente de organización sindical han conseguido mantener formas masivas de lucha y hacer efectivas al mismo tiempo las formas del poder delegado. No se ha sacrificado la espontaneidad de las masas, se ha alcanzado permanencia y cohesión del movimiento y se han constituido en negociadores eficaces a través de sus organizaciones gremiales. Algo similar se produce con la protesta de los ahorradores estafados por los bancos o con las miles de familias expulsadas de sus viviendas igualmente por las entidades bancarias. Unos y otros han sabido convertir la indignación espontánea de cientos de miles de afectados en formas propias de organización que presionan de manera muy eficaz y han conseguido algunos triunfos parciales. Miles de estafados (sobre todo pensionistas de escasos recursos) invaden a diario bancos, cajas de ahorro y ayuntamientos para exigir que les devuelvan sus ahorros, al tiempo que un grupo de sus dirigentes y asesores técnicos negocian con las autoridades una salida justa a sus reclamaciones. Los desahuciados, por su parte, movilizan sus piquetes para impedir la expulsión de las familias pero al mismo tiempo se han armado de una eficaz organización que gestiona sus reivindicaciones. Esta misma semana su portavoz oficial ha llevado su clamor hasta el mismo Parlamento protagonizando un duro enfrentamiento con los políticos y con el representante de los bancos (su discurso ha dado la vuelta al mundo, gracias a los modernos sistemas de comunicación).

Nadie se atreve a estas horas a predecir qué va a suceder en España sumida en la más profunda crisis de las últimas décadas. Por supuesto, cabe siempre la posibilidad de que el sistema consiga prolongarse haciendo un lavado de cara (incluida la monarquía). Todo depende del vigor y la eficacia de las fuerzas de la oposición social y política. Si todos los grupos que conforman la protesta lograran unificarse en torno a un programa básico de reformas y si como muchos vaticinan, unas elecciones anticipadas son inevitables, las perspectivas de un cambio substancial no son pocas. En realidad, muchas alternativas están abiertas y tampoco falta quien sostenga que el sistema, ante el riesgo de verse sometido a cambios radicales, optará por la violenta superación del mismo marco legal vigente de la que en su día se llamó «la transición modélica». Ya ha ocurrido en Grecia.

08/02/2013
Juan Diego García
ArgenPress

Leer también: Noticias seleccionadas por Mundo en Cuestión.

¿Imperialismo versus economía de mercado?


El estudio del imperialismo no debe ser sustituido por el análisis de la hegemonía. Esta visión inspira la contraposición del territorialismo occidental con el pacifismo oriental y desconoce los entrelazamientos del capitalismo con el mercado. Presupone una errónea universalidad del capitalismo desde el siglo XV e identifica el belicismo occidental con la expansión comercial externa, omitiendo el servicio que brindó a los industriales.

El protagonismo japonés demuestra que Oriente no ha sido ajeno a la agresividad imperial. El contraste de la decadencia norteamericana con el ascenso de China soslaya un tipo de asociación entre ambas potencias que no puede ser analizado con los modelos de Adam Smith.

Es indispensable caracterizar adecuadamente los rasgos centrales del capitalismo para registrar la restauración en curso de ese sistema en China. Un liderazgo pacifista oriental choca con el totalitarismo y la hipótesis de una hegemonía ideológica china contrasta con la difusión del americanismo entre las elites del país. No existen indicios de giros hacia propuestas antiimperialistas.

Un enfoque reciente propone reemplazar el estudio del imperialismo por el análisis de la hegemonía. Considera que la primera noción perdió utilidad y que la segunda ha recuperado gravitación para explicar dos tendencias de la época: el declive norteamericano y el ascenso chino [1].

Un mercado sin imperio

Arrighi estima que el imperialismo es un producto de la trayectoria militarista seguida por las potencias occidentales desde el fin del Medioevo. Entiende que esa modalidad fue privilegiada por el territorialismo ibérico, el comercio genovés, las conquistas holandesas, el colonialismo inglés y el expansionismo norteamericano. Todos apelaron a la apropiación de tierras, al uso generalizado de la violencia y al despojo de los pueblos sojuzgados, para reforzar el poder de las elites adineradas.

Ese militarismo constituyó el rasgo saliente de los imperios occidentales, en desmedro de la influencia lograda mediante acciones político-ideológicas. El imperialismo predominó frente a la hegemonía y la coerción primó ante a la persuasión o el liderazgo moral [2].

La agresividad imperial se asentó en la búsqueda ilimitada de lucros, la acumulación irrestricta y el acaparamiento de dinero para ejercer la dominación. El desenvolvimiento capitalista quedó atado al reforzamiento de las conductas belicistas [3].

En contraposición a este curso, Arrighi resalta el perfil que adoptó otro esquema menos expansivo y localizado en China. Este rumbo emergió a mitad del primer milenio y fue percibido por las vertientes «sinófilas» de la Ilustración, que polemizaron con los críticos del Extremo Oriente. Este mismo rumbo fue reivindicado por Adam Smith.

Arrighi estima que el fundador de la economía política resaltó las potencialidades de una economía de mercado, basada en actividades productivas locales y aprovechamientos del trabajo rural. Contrastó ese camino con el sendero imperial seguido por los países que priorizaban el comercio exterior.

Este relato de la experiencia seguida por China destaca cómo los adversos desenvolvimientos iniciales del comercio marítimo fueron sucedidos por la prohibición de intercambio con el extranjero. Arrighi señala que este curso fue reforzado al cabo de serias crisis (1683), que derivaron en el cierre de la economía, la redistribución de las tierras cultivables y el impulso de las obras estatales hidráulicas [4].

Ese modelo es visto como una economía mercantil distanciada de la obsesión por el lucro. Se estima que incluyó la tolerancia de las civilizaciones circundantes y la presencia de un estado regulador que limitaba la búsqueda de beneficios. Estas restricciones priorizaban el mercado interno y evitaban desenvolvimiento de las rutas marítimas externas incentivadas por el militarismo.

Arrighi retrata como el centro chino rodeado de periferias mutables difirió del sistema inter-estatal europeo de equilibrios inestables entre competidores equivalentes. Esa estructura determinó una era de pacificación de 500 años. China sólo guerreaba para asegurarse las fronteras y recurría a la acción policial para mantener su primacía, frente a los estados vasallos. El encierro de una antigua civilización ante las fuerzas capitalistas hostiles recicló esas tendencias pacifistas y evitó el imperialismo que desplegó Occidente, en el resto del mundo [5].

Pero Arrighi también explica el fracaso de una experiencia oriental que no pudo resistir la presión foránea. Ese ensayo colapsó al cabo de varias guerras con potencias europeas (1839-42) y un emergente adversario japonés (1894). China quedó subordinada a Occidente y soportó los destructivos efectos del desgobierno de los Señores de la Guerra. Este sombrío ciclo quedó cerrado con el triunfo de revolución comandada por Mao (1949) [6].

En esta caracterización, el imperialismo es reiteradamente presentado como un resultado exclusivo del territorialismo capitalista europeo. El modelo chino de economía mercantil no expansiva es exhibido como la antítesis de la violencia colonial. Ese esquema no pudo demostrar todas sus posibilidades por el sometimiento que sufrió el país durante el siglo XIX. Esa frustración anuló el esquema industrial y mercantil regulado por el estado, que Adam Smith había ponderado como un mecanismo óptimo para acotar la competencia y permitir el desarrollo social equilibrado [7].

Arrighi estudia con interés ese modelo, al considerar que sus pilares son retomados en la actualidad por el gigante oriental. Estima que en esa recuperación radica el secreto de la emergencia de China, frente a la decadencia de Estados Unidos. Mientras que la potencia asiática reencuentra el hilo histórico de su despertar, el poder norteamericano repite un declive ya experimentado por todos los expansionistas de Occidente [8].

¿China versus Estados Unidos?

Arrighi contrapone la regresión financiera, la improductividad industrial y el descontrol bélico estadounidense con el dinamismo competidor de China. Atribuye la ventaja oriental a la jerarquización de actividades económicas que auto-controlan el despliegue militar.

Pero este contrapunto olvida que el curso seguido por ambos países está condicionado por un contexto común de integración a la mundialización capitalista. El espectacular avance de China se ha consumado en asociación (y no en oposición), al esquema global que lidera Estados Unidos. Estas conexiones económicas son tan significativas, que algunos autores utilizan el término «chinamérica» para describir la asociación que acaparó un tercio de la producción global y dos quintos del crecimiento mundial durante el período 1998-2007 [9].

Este matrimonio canalizó el boom simultáneo de exportaciones asiáticas y consumos norteamericanos que prevaleció durante la década pasada. China ha buscado preservar esta mega-relación con el gigante estadounidense, a pesar del serio deterioro que introdujo en ese vínculo la crisis económica reciente. No está escrito en ningún lugar que el resultado final de esta convulsión será el afianzamiento oriental y el desmoronamiento norteamericano.

Ambas partes intentan por ahora remendar su asociación mediante un «rebalanceo» de sus cuentas económicas. Pretenden incrementar el ahorro estadounidense y el consumo chino, mediante un debilitamiento concertado del dólar y un fortalecimiento acordado del yuan.

Ciertamente este giro pondría en serios aprietos al modelo que facilitó la recuperación hegemónica de Estados Unidos y el reingreso de China al capitalismo. La primera potencia no puede retrotraerse hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y el gigante oriental no puede sustituir a su comprador privilegiado, recurriendo al mercado interno. Los términos del rebalanceo son muy problemáticos, ya que ninguno puede dictarle al otro las condiciones de un arreglo. Pero todos continúan buscando la forma de recomponer el acuerdo.

Estos vínculos económicos tienen cierta proyección en el plano político. El emergente oriental se mantiene distante de los acontecimientos internacionales, mientras acumula fuerzas, custodia sus fronteras y fortalece su ejército. Esta estrategia preocupa al Pentágono, que ha desarrollado varias hipótesis de conflicto con su rival asiático.

Pero esos escenarios no impiden una colaboración geopolítica, periódicamente afectada por los choques de China con la India, las incursiones al Tíbet y las reyertas con Taiwán. El gigante oriental ha mantenido la alianza que tejió con Estados Unidos en los años 70 contra la ex URSS y que mantuvo durante las conflagraciones de Camboya y Vietnam.

Nadie sabe si prevalecerá el conflicto o la coexistencia chino-norteamericana. Los factores que determinan uno u otro resultado incluyen desenlaces entre las fracciones negociadoras y beligerantes, que disputan el control del estado en ambos países.

Los gobiernos norteamericanos oscilan entre la agresión y la conciliación. Pero hasta ahora predomina la estrategia de contener negociando con escaladas puntuales (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai Lama, críticas a la censura informativa). Estas tensiones no alteran la convergencia en el manejo de la crisis financiera. En la cúpula gobernante china ha prevalecido el sector que propone preservar las relaciones amigables con el socio norteamericano, para continuar con el negocio de la exportación.

Los dirigentes chinos saben que Estados Unidos continúa manejando no sólo grandes empresas, sino también Wall Street, el Pentágono y la OTAN. El Departamento de Estado y ejerce un poder de veto en todos los organismos mundiales y utilizó esta suma de poderes para doblegar a la Unión Soviética, domesticar a gran parte de la periferia e impulsar la nueva etapa neoliberal.

Estados Unidos no es un imperio aislado que se repliega en soledad. Encabeza la protección militar y la administración política de un sistema capitalista global. Actúa al frente de una tríada y su devenir define en gran medida el futuro de todo el bloque occidental. Hay muchas alternativas abiertas, pero estas posibilidades no pueden indagarse con un patrón analítico simplificado de decadencia norteamericana y ascenso chino.

La restauración del capitalismo

Arrighi considera que el avance chino se asienta en la recuperación de una tradición económica de mercado, ajena a las adversidades del capitalismo occidental. Introduce la visión de «Adam Smith en Pekín» para destacar como el país está retomando las virtudes de una civilización milenaria, opuesta a las desventuras imperiales de Europa y Estados Unidos [10]

Pero este enfoque omite registrar que China se ha embarcado en una dinámica más afín al capitalismo (cuestionado por Marx), que a la armonía mercantil (atribuida a Smith). Esta restauración tendencial del capitalismo ha permitido un elevado crecimiento, pero es históricamente regresiva puesto que reconstituye las formas de explotación y desigualdad, que comenzaron a erradicarse con el triunfo de la revolución. La justificación de este giro alegando la recuperación de un legado milenario embellece la reconstrucción de un sistema social opresivo.

Todavía no se puede formular un veredicto definitivo sobre la madurez o irreversibilidad de ese curso, pero es evidente que los pilares del capitalismo se están recomponiendo en China. Este giro no tiene la contundencia de lo ocurrido en Rusia, pero las incógnitas giran en torno a la velocidad (y a no la presencia) de esa involución. Los tres cimientos del capitalismo: propiedad privada de los grandes medios de producción, explotación generalizada de los asalariados y gravitación mayoritaria del mercado son inocultables en todo el país.

Las privatizaciones se aceleraron hasta abarcar el 52% de la industria. La libre contratación de los trabajadores ha crecido junto al desempleo y la utilización de asalariados precarizados se generaliza en la actividad manufacturera. La polarización social se acrecienta, al compás de los enormes privilegios de la elite dirigente.

China ocupa el segundo lugar en el ranking de inequidad de 22 países del sudeste asiático. El número de billonarios creció de 0 a 260 en tan solo seis años (2003-2009). La ascendente gravitación del mercado en desmedro de la planificación se verifica en la vigencia de precios libres, que aumentaron su participación frente a las cotizaciones reguladas desde un 3% (1978) a un 98% (2003) del total [11].

Por el contrario, las crisis tienen menor efecto que en el resto del mundo. Este dato indica la persistencia de ciertos vestigios de la vieja estructura de planificación. Pero el impacto limitado de los desequilibrios financieros y productivos obedece en mayor medida al continuado crecimiento de una economía que se amolda a la mundialización neoliberal. Esta adaptación sólo permite respiros que preparan futuros desmoronamientos de gran alcance.

China se mantuvo a flote durante la crisis reciente y su nivel de actividad le permite duplicar el producto cada ocho años. Pero continúa acumulando las enormes tensiones agrícolas, sociales y demográficas que genera la restauración. La elite dominante refuerza este viraje, aumentando la conversión de inmigrantes en trabajadores desprotegidos, multiplicando el cierre de empresas no competitivas y estrechando la asociación con firmas transnacionales.

El modelo chino ya incluye formas clásicas de desposesión y opresión impositiva. En lugar de mejorar el poder adquisitivo popular, los dirigentes acrecientan los subsidios a las compañías que ya están en manos de los capitalistas chinos y ensanchan un nivel de desigualdad, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.

Estas formas de explotación repercuten a escala regional, a medida que el modelo chino afianza su centralidad como contratista y presiona por el abaratamiento de la fuerza de trabajo involucrada en la fabricación de los productos ensamblados.

La presentación del modelo actual como un régimen social progresista enmascara esta realidad. Converge con el entusiasmo que exhibe la prensa mundial hegemónica por un rumbo capitalista, que enriquece a los sectores dominantes.

¿Un modelo global pacifista?

La emergencia de China es vista por Arrighi como un posible aporte internacional al desarrollo del pacifismo. Considera que ese avance tornaría factible el escenario imaginado por Adam Smith, en su crítica al uso de la fuerza como mecanismo de acumulación. Estima que el triunfo de China frente a la militarización norteamericana contribuirá a gestar una sociedad global exenta de opresión. Piensa que esa victoria permitiría la vigencia de relaciones políticas más amigables entre los países y contribuiría a neutralizar paulatinamente al imperialismo [12].

Esta utopía de convivencia pacífica difiere del proyecto comunista en un aspecto central: no exige la extinción progresiva de las clases sociales que alimentan los antagonismos armados. Supone que el ascenso de China bastará para transmitir valores de armonía, respeto y convivencia al conjunto del planeta.

Pero este razonamiento olvida que la violencia en gran escala es un producto de la competencia por beneficios surgidos de la explotación. No hay forma de alcanzar metas pacifistas sin erradicar al capitalismo e impulsar la progresiva extinción del mercado.

Por otra parte, nadie puede transmitir al resto del mundo lo que necesitaría primero construir en su propia casa. La aspiración pacifista de Arrighi choca con un obstáculo evidente: el régimen político totalitario que predomina en China. Este país debería incorporar (antes de exportar a otros), los principios básicos de la convivencia.

Es curioso que China reciba el mandato de conducir un desarme global. Los promotores del pacifismo tradicionalmente recurrían a los antecedentes de neutralismo suizo, convivencia escandinava o liderazgo no violento (Mahatma Gandhi, Martin Luther King). Resulta por lo menos extraño asignarle estos mismos atributos al modelo chino.

Existen muchas evidencias de la persecución política que impera en ese país. Están prohibidos las formas de expresión, los sindicatos independientes y la actividad política autónoma del oficialismo. Esta opresión se acentúo luego de las protestas de Tian An Men (1989).

China es el país más poblado del planeta, adiestra un voluminoso ejército y acumula importantes arsenales nucleares. No soporta acosos norteamericanos, peligros de invasión o grandes amenazas de terrorismo. Tampoco es una pequeña isla -como Cuba- agobiada por embargos, conspiraciones y atentados de la CIA. El carácter represivo de su régimen no tiene justificación y se ubica en las antípodas de la armonía global propuesta por Arrighi.

Este autor supone, además, que los conflictos entre el capital y el trabajo no tienen en China la misma centralidad que en los países occidentales. Estima que la ausencia de concentración capitalista atenúa las confrontaciones sociales [13].

Pero la diferencia radica más bien en la visibilidad que en la inexistencia de esos antagonismos. La irrupción de combativas huelgas obreras es el dato central de los últimos años. Frente a la expansión de las protestas, la persecución inicial que sufrieron los trabajadores ha sido sustituida por concesiones salariales y laborales. Estas luchas ilustraron el nivel de explotación vigente, especialmente en las compañías extranjeras.

Esta acción proletaria es el ingrediente más positivo de la realidad china. Retrata el peso creciente de una población asalariada, que podría impulsar formas de pacifismo para el resto del mundo, a partir de una construcción de la democracia socialista.

A veces se supone que el avance de China entrañaría consecuencias globales pacifistas, por el amplio margen que tiene el país para procesar un desarrollo económico interno, sin ningún ingrediente de agresividad externa. A diferencia del capitalismo japonés -que siempre necesitó lanzarse a ultramar para encontrar espacios de acumulación- el gigante oriental mantiene grandes reservas internas para su crecimiento.

Pero esta prescindencia del ámbito exterior tiende a decrecer, a medida que el país se afirma como potencia e incursiona en el mercado internacional. Ya no participa sólo como exportador de productos básicos, sino que actúa como inversor industrial, operador financiero y gran adquiriente de materias primas.

Los ejemplos de este giro son innumerables. Las empresas chinas aplican en el exterior los mismos criterios de férrea disciplina laboral que imponen en su país. Los tratados de libre comercio que se suscriben con África y América Latina copian los lineamientos de la OMC y el ALCA. La depredación de recursos minerales en el Tercer Mundo no difiere del saqueo usual de Europa o Estados Unidos.

La tesis de la hegemonía oriental

Arrighi reconoce que China despliega su nacionalismo y ciertas ambiciones geopolíticas. Pero estima que la jerarquización de la acción económica atenúa cualquier belicismo.

Con este razonamiento olvida la íntima conexión que mantiene el desarrollo económico capitalista con las tensiones militaristas. Bajo este sistema el reinado de la competencia, el beneficio y la explotación acrecientan la violencia. En el caso específico de China, su inserción en el orden mundial aumenta las «responsabilidades» que deberán asumir las elites dominantes, en la preservación de la estructura coercitiva global.

Existe una errónea identificación de la agresividad imperial con el declive económico. Se supone que el ejercicio de la violencia obedece al intento de preservar liderazgos alicaídos, frente a los nuevos competidores. Siguiendo este postulado se retrata al imperialismo norteamericano como un «tigre herido», que está siempre dispuesto a recurrir a «zarpazos desesperados» para asegurar su supervivencia.

Pero la experiencia histórica indica que la actitud guerrerista ha sido también corriente entre las potencias emergentes, que necesitaron ganar espacio mostrando sus dientes. Japón y Alemania durante el siglo XX demostraron que el desafío militarista no es patrimonio exclusivo de los imperialismos establecidos.

En realidad, la contraposición entre belicismo norteamericano y pacifismo chino retoma una mirada clásica de autores liberales que han oscilado entre dos posturas. Un imaginario supone que el desarme será alcanzado mediante negociaciones preparatorias de la «gobernanza mundial». Otra visión considera que la pacificación sobrevendrá con la victoria del país menos belicista. Entre los cambiantes candidatos a ocupar este último sitial, Arrighi selecciona a China.

Pero esta elección introduce otro problema al contradecir un presupuesto central de la teoría de las sucesiones hegemónicas. Como esta concepción le asigna a cada potencia ascendente un rol sustitutivo de la dominación mundial, el ejercicio de esa opresión le impediría emancipar al resto del planeta.

Arrighi capta esta anomalía y por eso reemplaza el concepto de dominación por un criterio de hegemonía. Esta segunda noción incluye características acordes al rol conciliatorio que jugaría China para alcanzar supremacía global. Desde ese lugar desarrollaría un liderazgo político-cultural y no un papel imperial.

Siguiendo esta pista Arrighi reformuló el concepto de hegemonía, subrayando su contraposición con la noción de imperialismo. Recordó que Gramsci utilizó el término para distinguir la dominación (puramente coercitiva) del consenso, ejercitado por medio de la credibilidad y la legitimidad de los gobernantes. Al aplicar esta idea al contexto internacional, buscó definir cuál es la potencia que puede desplegar esa preponderante influencia a nivel político e ideológico [14].

Pero esta interpretación recrea las polémicas sobre los usos de Gramsci. El revolucionario italiano introdujo el concepto de hegemonía para explicar cómo opera un poder ideológico de coerción revestido de consenso. Destacó que esa modalidad incorpora concesiones a los oprimidos para complementar la dominación armada, que ejercen los capitalistas. Concibió ese control como un mecanismo adicional y no sustitutivo del uso de la violencia.

Este razonamiento puede enriquecer el análisis del imperialismo, siempre y cuando se recuerde que la persuasión no sustituye el uso de las armas, en la dominación que imponen las grandes potencias. Este sostén coercitivo es olvidado por las teorías que reemplazan el concepto de imperialismo por nociones de hegemonía. Estos enfoques suelen diluir el papel central que mantiene la acción armada en la regulación de las relaciones internacionales.

No existe por otra parte, ningún atisbo de sustitución de Estados Unidos por China en el terreno político-ideológico. El avance económico de Oriente no se proyecta a esas áreas. Al contrario, la ideología americanista que han asimilado las elites dominantes de todo el planeta, también penetra aceleradamente entre las clases medias y altas chinas.

Arrighi reconoce estas tensiones, pero sólo vislumbra a largo plazo dos posibilidades: el afianzamiento de la hegemonía china o la generalización de un prolongado caos a escala mundial. Si predomina el primer liderazgo se expandirán los mercados auto-centrados, la acumulación sin desposesión y el respecto a todas las civilizaciones. Si este curso no logra abrirse camino, prevalecerá el desorden y la regresión social [15].

Pero en este plano la disyuntiva clásica del marxismo es más sensata. Postula un dilema entre socialismo y barbarie, que implica progreso general si se avanza en la erradicación del sistema capitalista. La otra opción no es un vago estado de caos, sino un reforzamiento de todas las desgracias de la humanidad. Estas desventuras persistirían por la simple continuidad del capitalismo.

Ningún proyecto antiimperialista

La presentación de China como desafiante de Estados Unidos, también incluye su reivindicación como aliado de los países dependientes. Se supone que impulsa los convenios Sur-Sur para favorecer un nuevo «Consenso de Pekín», afín al multilateralismo. Este camino permitiría relanzar las iniciativas antiimperialistas (en la tradición de la conferencia de Bandung), aunque con prioridad en los vínculos económicos y no en las convocatorias político-ideológicas.

Arrighi considera que este escenario empalmaría con una reforma financiera global dentro del FMI y una reorganización política de la ONU, que imprimirían un sesgo más progresista a ambos organismos. Los países subdesarrollados ganarían espacio, mientras avanza un paradigma cooperativo impulsado por China, que contribuiría a la integración autónoma de las naciones del Sur [16].

Pero este pronóstico incluye muchos ingredientes especulativos que reflejan deseos y no cursos verificables. China ha defendido hasta el momento el orden global, evitando cualquier construcción alternativa. Se ha integrado al circuito capitalista sin cuestionar ningún pilar del edificio neoliberal.

Tampoco repite la estrategia que impulsaron en el pasado los miembros del «bloque socialista», para conformar alguna asociación de economías distanciadas de los centros capitalistas. El Nuevo Orden Internacional (NOEI) que promovía la vieja Unión Soviética o los mecanismos de la planificación concertada que ensayaba el COMECON, no figuran en los planes de China.

La capa dirigente oriental resiste, además, cualquier contacto con los movimientos sociales mundialistas. En Pekín y Shangai hay reuniones de negocios, pero no eventos de resistencia. En este plano, las diferencias con Cuba, Bolivia o Venezuela (que albergan incontables encuentro de movilización antiimperialista) son muy significativas.

Las elites chinas se sienten más a gusto en el G 20, la OMC o la ONU, que en cualquier Foro Social. Están familiarizadas con Davos y alejadas de toda protesta contra la mundialización neoliberal. Esta ubicación no es una necesidad transitoria, ni obedece al equilibrio diplomático. Quienes propician la restauración de la propiedad privada de los medios de producción han perdido afinidad con los proyectos anticapitalistas.

No existe ningún indicio de la política internacional que avale la expectativa en un rol progresista de China. Sin embargo, ese escenario es imaginado cuando se afirma que el «Consenso de Pekín» tendrá basamentos en la economía y no la política. Esa segmentación constituye un artificio que olvida la interconexión entre ambas áreas, en los desenvolvimientos favorables o cuestionadores del status quo.

Como las acciones internacionales chinas están invariablemente guiadas por cálculos de rentabilidad, lo que predominan son políticas orientadas a sostener la estabilidad capitalista. Los tratados comerciales o los convenios de inversión que promueve el país, no difieren de las iniciativas impulsadas por Estados Unidos, Europa o Japón. Estas similitudes se extienden al plano geopolítico.

Estas semejanzas inhiben cualquier viraje de China hacia posturas antiimperialistas y el interrogante a dilucidar se dirime en el terreno opuesto: ¿Transita el país un proceso de conversión en potencia imperial? Más que un liderazgo cooperativo, lo que está en juego es el ingreso del gigante oriental al club de los opresores mundiales.

Arrighi descarta esa posibilidad. Considera que el desplazamiento productivo hacia el continente asiático crea alianzas con las naciones subdesarrolladas, en choque con las viejas potencias. Pero no aporta fundamentos para situar la perversidad imperialista en una trinchera y la cooperación amigable en la vereda opuesta. Ambos polos están regidos por principios de competencia capitalista, que conducen el despojo de los pueblos desfavorecidos.

China enfrenta no sólo una tentación imperial, sino también cierta compulsión a embarcarse en ese rumbo. Esta presión es una consecuencia de su acelerado desenvolvimiento capitalista. Algunos autores estiman que el país ha quedado situado en la actualidad en un estadio transitorio. Adopta posturas de dominación y recurre a la exportación de capitales y mercancías en gran escala, pero no pertenece al núcleo de las potencias imperiales. Los beneficios surgidos de la explotación de ultramar todavía representan una porción pequeña de los ingresos de las elites [17].

Esta caracterización indica un camino de conversión de China en potencia imperialista. Es tan solo una hipótesis futura cuya concreción requeriría superar varios escollos, en la contradictoria relación del país con Estados Unidos.

China tampoco puede actuar plenamente como potencia expansiva, mientras mantenga un nivel de desarrollo tan bajo en términos de PBI per capita. Resulta difícil imaginar cómo podría ser adaptada una clase obrera tan numerosa a alguna estructura imperial. En cierta medida la aproximación o alejamiento hacia ese estadio dependerá de la estabilidad de la fracción costero-exportadora que controla el régimen político.

En una era de gestión imperial colectiva y agotamiento de las rivalidades bélicas del imperialismo clásico, la eventual incorporación de China al club de grandes mandantes internacionales es dudosa. Pero la persistencia de un ritmo de crecimiento tan intenso induce a la adopción de actitudes sub-imperiales, especialmente con la red de economías regionales que dependen de sus decisiones.

China comanda un taller de ensamble manufacturero de todo el Sudeste Asiático. Ese liderazgo acrecienta las desigualdades zonales y genera serias tensiones. Desde la crisis del Sudeste Asiático (2007), el país ha disputado exitosamente con sus vecinos la recepción de inversiones externas y la concreción de negocios. Se está consolidando, además, una división del trabajo, que refuerza la dependencia de las economías menores. Estos componentes subimperiales están ausentes en la visión de Arrighi, que reduce por principio la vigencia de estas tendencias a los países occidentales.

Capitalismo y mercado

El contraste que establece Arrighi entre expansión cooperativa china e imperialismo agresivo norteamericano se inspira en un contrapunto paralelo, que realza los méritos de la economía de mercado y cuestiona las adversidades del capitalismo. Estima que el primer sistema (reivindicado por Smith) disuade la opresión y el segundo (denunciado por Marx) genera acciones imperiales.

Esta separación radical entre mercado y capitalismo se basa en una diferencia real entre el simple intercambio de productos y su integración a un sistema de explotación basado en la propiedad privada de los medios de producción. El mercado precedió históricamente al capitalismo y debería sucederlo durante un prolongado lapso.

Pero el mercado siempre operó al interior de algún modo de producción, que definió sus peculiaridades. Complementa el funcionamiento de cierta estructura productiva y no define por sí mismo la vigencia de un régimen social.

Por estas razones son muy confusas todas las referencias a «economías de mercado», que no especifican cuál es el sistema social en se desenvuelven los intercambios. En la época de Adam Smith el mercado acompañaba el despunte del capitalismo, que emergía en Occidente y no lograba abrirse paso en Oriente. Resulta indispensable esclarecer estos conceptos para evitar presentaciones abstractas, que divorcian el desarrollo del mercado de su contexto capitalista.

Es un error desconectar ambas nociones, suponiendo que en la actualidad existe un devenir pleno del mercado ajeno al capitalismo. Esa entidad es un pilar del orden económico vigente, que no genera desarrollos propios, ni auto-suficientes.

Comprender este entrelazamiento con el capitalismo es vital para entender cómo se vincula la acción mercantil, con el sostenimiento de beneficios basados en la explotación. Es tan artificial separar la acumulación del intercambio mercantil, como suponer que este tipo de transacciones obstruye la expansión imperial.

Este supuesto proviene de una idealización del mercado, basada en los méritos que Adam Smith atribuyó a ese organismo. El fundador de la economía política extendía, además, esas cualidades al capitalismo naciente, sin limitarlas a virtuosas actividades localizadas en Oriente.

Arrighi identifica al capitalismo con la búsqueda de lucros ilimitados que desatan grandes convulsiones, pero omite señalar la conexión de ese sistema con la intermediación mercantil. A partir de este desconocimiento establece una equivocada contraposición entre capitalismos occidentales (que conducen al imperialismo) y economías mercantiles de Oriente (ajenas a ese resultado). Las ambigüedades e indefiniciones que rodean al concepto de «economía de mercado» no son ajenas a ese desacierto.
Belicismo versus pacifismo

Arrighi retoma la identificación tradicional del imperialismo con las conquistas militares, el desborde fronterizo y la ambición comercial. Estas características son asociadas a la depredación que instrumentó Occidente y contrapuestas a la regulación estatal del beneficio que imperó en Oriente. ¿Pero puede una economía guiada por el patrón de la ganancia auto-restringirse a la esfera interna? ¿La dinámica competitiva no tiende a proyectarse al exterior?

El enfoque de Arrighi establece una muralla entre ambos modelos. Por un lado, afirma que el capitalismo ha tendido a globalizarse desde su origen y por otra parte, sostiene que en esa estructura mundializada coexistieron dos modalidades de acumulación totalmente divorciadas. Estos presupuestos son contradictorios.

La identificación que postula Arrighi del imperialismo con un pernicioso comercio externo es también problemática, puesto que omite el servicio que brindó esa actividad a los industriales. Fueron los productores de acero, energía eléctrica y cemento, los causantes de las grandes conflagraciones de principio del siglo XX. En realidad, la expansión imperial nunca obedeció al interés de un solo sector de las clases capitalistas. Siempre expresó confluencias de todos los grupos dominantes.

El mismo inconveniente se verifica en la identificación del imperialismo con la preeminencia financiera, que Arrighi emparenta con la agresividad comercial y la declinación de las potencias hegemónica. Estima que Génova (desde 1540), Holanda (desde 1740), Gran Bretaña a partir (1873-96) y Estados Unidos (1970) padecieron «otoños financieros», signados por la sustitución de inversiones productivas por especulaciones bancarias, que exacerbaron el belicismo [18].

Esta visión discrepa con la cronología, pero no con el contenido de las tesis de Hobson o Hilferding. Presenta a los financistas como responsables de políticas guerreras tendientes a garantizar el manejo privilegiado de los recursos monetarios, pero olvida otros propósitos y protagonistas. Los imperios comerciales se expandían para asegurar mercados de venta, los imperios coloniales atropellaban para colocar excedentes industriales y el imperialismo del capital arremete para garantizar los negocios de las empresas transnacionales. El imperialismo protege los intereses de las clases dominantes y de sus distintos exponentes en cada época o país.

Pero Arrigihi no pone el acento en la diferenciación de estos grupos, sino en las consecuencias expansionistas que tiene el control del estado por cualquiera de estos sectores. Presenta al belicismo como un resultado de ese manejo ¿Pero acaso podría ser de otra forma? Quienes detentan el poder económico tienen a manejar también el poder político.

Arrighi estima que esa supremacía tiene consecuencias militaristas, cuando nadie se interpone en las decisiones de los poderosos. Pero olvida que los capitalistas no necesitan ejercer directamente los cargos que ocupan sus socios de la alta burocracia. Ambos sectores manejan las áreas estratégicas del estado burgués y ese control tiene efectos imperialistas, derivados del carácter destructivo que asume la acumulación. La primacía de una fracción guerrera al frente de ese estado, nunca fue un acontecimiento fortuito. Siempre obedeció a necesidades belicistas del conjunto de los dominadores.

Arrighi asocia el imperialismo con la expansión territorial, sin tomar en cuenta que esta característica sobresaliente de la era pre-capitalista perdió relevancia en el último siglo. Mientras que los viejos imperios necesitaban capturar regiones para sustraer recursos, el imperialismo contemporáneo obtiene los mismos insumos por medio de los negocios. Recurre a los réditos de la inversión extranjera, sin necesidad de imponer la sujeción formal de los territorios ajenos.

La presentación del imperialismo como una deformación militarista impuesta por financistas o grupos enriquecidos que manejan el estado tiene afinidades con la visión liberal. Identifica la agresión externa con la primacía del extremismo en los gobiernos metropolitanos y plantea razonamientos semejantes a los utilizados por los teóricos convencionales, para asociar exclusivamente al imperialismo con el militarismo y el territorialismo.

Este abordaje conecta el belicismo con la codicia descontrolada de ciertos segmentos minoritarios (conspiradores, fabricantes de armas, complejo militar-industrial). Visualiza al estado burgués como una entidad neutral, cuyo manejo está en disputa. Si ganan los militaristas hay efectos imperiales y si triunfan sus adversarios predomina la pacificación. Se desconoce que el devenir del estado está siempre condicionado por el interés mayoritario de los dominadores.

Es importante recordar también que los cursos imperiales no han sido patrimonio exclusivo del capitalismo occidental. Una gran potencia de Oriente –como Japón- encabezó el militarismo de principio del XX. Ese expansionismo alcanzó la misma virulencia que sus pares europeos, confirmando que la política de conquistas nunca fue un rasgo exclusivo del Viejo Continente.

El ensayo de Arrighi aporta importantes materiales de investigación de la historia china y esclarece aspectos esenciales de esa evolución, a través de fascinantes descripciones. Indaga las causas que condujeron a forjar el modelo introvertido de Oriente, desde una óptica muy distinta a las viejas miradas positivistas, que cuestionaban el estancamiento asiático reivindicando el progreso europeo.

Pero estas contribuciones contrastan con su discutible interpretación de Adam Smith, con las cuestionables continuidades que establece entre distintas economías de mercado y con la presentación del modelo chino actual, como la antítesis del imperialismo.

19/08/2011
Claudio KATZ
ArgenPress

Bibliografía completada por Mundo en Cuestión:
• ANDERSON Perry, «Algunas observaciones históricas sobre la hegemonía», Crítica y Emancipación, año II, n°3, primer semestre 2010.
• AU Loong-yu, «Fin d’un modèle ou naissance d’un nouveau modèle», Inprecor n°555, novembre 2009.
• BELLO Waldem, «¿Salvará China al mundo de la depresión?», Rebelión, 30/05/2009.
• BELLO Waldem, «O neocolonialismo chinês», IPS, 10/03/2010. Seongin Jeong, Página 12-Cash, 19/10/2008 [Outra Política].
• FIORI José Luis, «In memorian Giovanni Arrighi», Sin permiso, 12/07/2009.
• HUNG Ho-Fung, «China: ¿la criada de Estados Unidos?», New Left Review n°60, 2010.
• HUNG Ho Fung, «China’s crisis» in The Crisis This Time, The Socialist Register 2011.
• JETIN Bruno, «The crisis in Asia: An over-dependence on international trade or reflection of «labour repression-led» growth regime?», International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam [pdf en inglésmp3 en francés].
• KATZ Claudio, «Las tres dimensiones de la crisis», Espacio Crítico n°11, julio-diciembre de 2009 – Ciclos en la historia n°37/38, la economía y la sociedad, Año XX, Vol. XIX, 2010.
• KATZ Claudio, «El porvenir del socialismo», Herramienta e Imago Mundi, 2004 (cap 3).
• KATZ Claudio, «Crisis global: las tendencias de la etapa», Aquelarre, Revista de Centro de la Universidad de Tolima, Colombia, vol 9, n°18, 2010.
• KISSINGER Henry, «China y EEUU deben aprender a caminar juntos y al mismo ritmo», Clarín, 01/02/2010 [no existe].
• PETRAS James, «Rising and Declining Economic Powers: The Sino-US Conflict», 28/04/2010 [James Petras].
• PETRAS James, «Imperialism and imperial barbarism», 19/09/2010 [James Petras].
• SEONG-JIN Jeong, «Review Giovanni Arrighi, Adam Smith in Beijing», International Socialism Journal n°123, 25/06/2009.
• STIGLITZ Joseph: «China será el país ganador en esta crisis», Clarín, 15/05/2009.

Leer también:
• Adam SMITH, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Wikisource, 1776.
• Adam SMITH, Wikipedia.
Serge LEFORT, La Chine vue par Adam SMITH, Chine en Question.
• Giovanni ARRIGHI, El largo siglo XX – Dinero y poder en los orígenes de nuestra época, Akal, 1999 [BooksGoogleLa Jornada].

Este libro analiza el comportamiento recurrente del capitalismo histórico desde el siglo xv hasta la actualidad como una sucesión de ciclos sistémicos de acumulación protagonizados principalmente por un conjunto de agencias empresariales y potencias hegemónicas, cuya interacción define las características económicas de los mismos y los rasgos primordiales del sistema interestatal en el que operan ambas. Este análisis pretende comprender la crisis actual del capitalismo como modelo de acumulación y, en particular, la explosión financiera de las décadas de 1970 y 1980.

• Giovanni ARRIGHI, Adam Smith en Pekín – Orígenes y fundamentos del siglo XXI, Akal, 2007 [BooksGooglePrefacio & IntroducciónHerramientaSin PermisoUniversidad Nómada].

Este libro analiza magistralmente cuál ha sido la senda de evolución socio-económica de China durante los últimos siglos al hilo de los cuales el capitalismo surgió en el extremo occidental de Eurasia llegando a subyugar a todo el planeta a finales del siglo XIX, y cómo esa senda ha divergido profundamente del modelo europeo caracterizado por una revolución militar y tecnológica permanente que ha sustentado sus modalidades de construcción del Estado, acumulación de capital y conquista territorial. Estudia también el modelo de crecimiento chino basado en un uso intensivo del mercado que no mutó para convertirse en el crisol de un desarrollo capitalista y en un recurso mucho más moderado a la guerra en comparación con las pautas bélicas occidentales. Para acometer esta tarea Giovanni Arrighi reivindica las sociologías de Adam Smith y de Karl Marx como críticos del capitalismo y analiza sus aportaciones en torno a la experiencia secular china de estructuración social y de la posible organización de nuevos modelos de acumulación y crecimiento económico más respetuosos con los equilibrios sociales, ecológicos y humanos. A partir de estas reflexiones Arrighi analiza cuáles pueden ser las pautas de evolución del sistema-mundo capitalista tras la emergencia de China (y del sudeste asiático) como nuevo polo de acumulación y como nuevo actor geopolítico a partir de sus tendencias seculares de construcción del Estado y de organización de la esfera económica en un entorno de crisis irreversible de la hegemonía estadounidense y occidental así como de definitiva emergencia de las clases dominadas del Sur global como sujeto político decisivo para transformar el capitalismo histórico y sus pautas de comportamiento geoestratégico.

• Giovanni ARRIGHI, Una nueva crisis general capitalista, Políticos, abril-junio 1976.
• Ernest Mandel y Giovanni Arrighi, en el debate sobre la crisis económica internacional, El País, 21/05/1980.
• Giovanni ARRIGHI, Siglo XX: siglo marxista, siglo americano – La formación y la transformación del movimiento obrero mundial, Scribd, 1990.
• Giovanni ARRIGHI – Entrevista sobre la coyuntura global y la crisis de la hegemonía estadounidense, Universidad Nómada, 13/12/2006.
• Giovanni ARRIGHI: Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo en la fase actual, Kaos en la Red, 06/12/2008.
• Giovanni ARRIGHI: «El desarrollo capitalista no se fundamenta necesariamente sobre la proletarización total», Kaos en la Red, 26/05/2009.
• Giovanni ARRIGHI: La larga duración del capitalismo geohistórico y la crisis actual
, Archivo Chile, 27/08/2009.
• Giovanni ARRIGHI, Johns Hopkins UniversityWikipedia.
Artículos y Libros de Claudio KATZ, Mundo en Cuestión.
Noticias seleccionadas por Mundo en Cuestión.


[1] ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[2] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 3 y 8).
[3] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín» Akal, 2007, Madrid (cap 3, 8 y 11).
[4] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 1, 3, 11).
[5] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (cap 1, 2, 3, 8 y11).
[6] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 11).
[7] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap,2).
[8] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap 5, 6) – ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London – ARRIGHI Giovanni, «Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual», Herramienta n 38, junio 2008.
[9] FERGUSON Niall, «El matrimonio entre China y EEUU no podía durar», Clarín, 28/12/2009.
[10] ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[11] HART-LANDSBERG Martín, «China, capitalist accumulation and the world crisis», XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010.
[12] ARRIGHI Giovanni, Entrevista – «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[13] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 3).
[14] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid.(cap 6).
[15] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (epilogo) – ARRIGHI Giovanni, «The winding paths of capital», New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
[16] ARRIGHI Giovanni, «Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual», Herramienta n 38, junio 2008 – ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (epilogo).
[17] HUNG Ho Fung, «China’s crisis» The crisis this time Socialist Register 2011, Toronto 2011.
[18] ARRIGHI Giovanni, «Adam Smith en Pekín», Akal, 2007, Madrid (cap 8).

Catastroïka



Los creadores de Debtocracy analizan la privatización de los activos del estado.

Viajan por el mundo recogiendo información sobre la privatización en países desarrollados y buscando las claves al día siguiente después del programa de privatización masiva en Grecia.

Más información en el sitio – Descargar la película y los subtítulos.

Revista de prensa 12/08/2011


12/08/2011, Claudio KATZ, ¿Un imperio trasnacional?, ArgenPress

La teoría de la transnacionalización global subraya tendencias reales hacia la asociación mundial del capital y la gestión concertada de la tríada. Pero el enfoque retoma la tesis ultra-imperial y tiene puntos de contacto con el globalismo convencional.
No existen evidencias de nivelación capitalista mundial. Al contrario, las brechas entre países se acrecientan y persisten los bloqueos a la movilidad irrestricta del capital y el trabajo. El globalismo confunde integración con transnacionalización de las clases dominantes.
Ese enfoque ignora el rol central de los viejos estados nacionales en el avance de la mundialización y desconoce que las configuraciones de clases son procesos históricos que no se modifican en décadas. También omite que las incipientes estructuras globales están muy lejos de cumplir funciones estatales básicas y que el capital no existe como entidad unitaria multinacional. La ausencia de un ejército globalizado desmiente las exageraciones transnacionalistas.

10/08/2011, La rebelión de los pueblos, ArgenPress

Es una verdadera rebelión de las masas, de los pueblos del mundo del siglo XXI. Protestas de masas de personas de diferentes edades, pero sobre todo jóvenes, se alzan en distintas partes del mundo; en Europa desde España, las manifestaciones se han extendido como una infección venérea a Berlín, París, Budapest, Lisboa, Praga, Varsovia y Viene entre otras. Pero es una infección positiva que trae vientos nuevos.
No hay ninguna duda que las rebeliones que han estallado en varios lugares de Europa, en especial en Inglaterra y España, es producto de la brutalidad policial y las protestas de los indignados de España tienen mucha semejanza con otras de Europa y de otras partes del mundo. La guerra civil en Libia no habría estallado si Gadafi hubiese escuchado las críticas que se le hacían en las manifestaciones, pero sintiéndose seguro recurrió a la represión violenta dando muerte a jóvenes desarmados. Todas estas rebeliones tienen en común la desocupación de gran parte de la juventud. Y desocupación significa pobreza, mala salud, drogadicción, aumento de la criminalidad. A todas luces es un fracaso del sistema capitalista neoliberal.

10/08/2011, La crisis de deuda de EE.UU., CADTM

«No es una novedad que los estudios, auditorías e investigaciones denuncian que la deuda pública, en lugar de contribuir con recursos al Estado, ven desviados esos recursos (que deberían estar destinados a áreas sociales) para el pago de intereses y amortizaciones de una deuda cuya contrapartida no se conoce, porque no existe la adecuada transparencia.»

Leer también:
Revista de prensa 2011, Mundo en Cuestión.

Revista de prensa 09/08/2011


09/08/2011, Víctor M. TOLEDO, Los indignados: ¡la globalización del poder social ha comenzado!, La Jornada

Todo indica que conforme el tiempo pasa más miembros de nuestra especie estamos indignados. Mientras las noticias de los atracos financieros, las crisis de los partidos políticos, la corrupción de las iglesias, el desastre de los bancos o la imbecilidad de los poderosos intentan saturar todos los espacios de la comunicación, cada vez más se cuelan por las rendijas que quedan las novedades en torno a los que estamos indignados. Porque cada día que pasa es mejor que el que viene, cada vez hay más indignados. Brotan como hormigas y se multiplican como conejos. En Egipto como en Túnez, en Italia como en España, en Marruecos como en Siria. Y la indignación llega hasta lo más norte y vuelve realidad un sueño: en Islandia los ciudadanos expulsan a su gobierno corrupto y ponen en la cárcel a los empresarios cómplices. ¿En cuantos países más habrá que hacer lo mismo?

08/08/2011, Álvaro CEPEDA NERI, 2012: ¿Elecciones o golpe de Estado?, Red Voltaire

A casi un año –julio de 2012– para las elecciones presidenciales, «lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas, cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen» (párrafo casi al final de un brillantísimo ensayo de Max Weberqueal estudiarlo, forma un conocimiento de la política y del político como en ninguna otra parte).

08/08/2011, Edgar GONZÁLEZ RUIZ, La derecha ante las elecciones de 2012, Red Voltaire

A menos de un año de las elecciones presidenciales de 2012, destaca la falta de disposición del Partido Acción Nacional (PAN), y de Calderón, para dejar el poder al que de manera ilegítima llegó en 2006, así como el resurgimiento del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se perfila como triunfador en esta contienda.

08/08/2011, Fernández NOROÑA, Marcelo privatiza la ciudad, Red Voltaire

Tras 14 años de gobernar el Distrito Federal, el PRD podría perder la elección de 2012. El PRI estaría de vuelta en la capital de la República. Lo dice uno de los precandidatos de «izquierda» al gobierno de la ciudad, el experredista, ahora petista y siempre lopezobradorista, Fernández Noroña. Reprocha a Ebrard replicar en la ciudad políticas de derecha del gobierno federal, como la privatización del agua, la construcción de la Supervía Poniente y los operativos policiacos. Además, el que tenga alguien en su corazón para la elección: Mario Delgado. Promete constituir la ciudad de México en el estado 32 de la república.

08/08/2011, Homenaje a Claudio KATZ, Mundo en Cuestión

06/08/2011, Crisis en EEUU, algo más que la deuda, CADTM

La crisis en EEUU sigue ocupando el centro de la atención en el debate económico. No es solo una cuestión de la deuda pública, un tema que preocupa a los acreedores, internos y externos. Entre los primeros, los acreedores internos, lo que se espera es un fuerte ajuste, definido por el parlamento o de hecho por el poder ejecutivo. Entre los segundos, los acreedores externos existe una expectativa que EEUU privilegiará esos pagos para evitar un colapso global. En todo caso, resulta una incógnita el modus operandi de la potencia imperialista, y enfatizo el carácter imperialista de EEUU, porque su lógica es la de exportar sus problemas, o dicho de otro modo, resolver sus problemas a costa del conjunto de la sociedad mundial.

06/08/2011, Lo que todos deberían saber sobre la «crisis de la deuda» en EE.UU, CADTM

Si el presidente Obama pierde ambas cámaras del Congreso y/o la presidencia en las próximas elecciones, será el resultado de una economía débil y alto desempleo, y porque dejó que sus oponentes no sólo sabotearan la economía – algo que hicieron con mucho gusto – pero también porque dejó que ellos redefinieran el debate económico para que en el futuro se le eche la culpa al presidente y su partido por el lío.

05/08/2011, Claudio KATZ, Teorías de la sucesión hegemónica, ArgenPress

Los pronósticos de reemplazo estadounidense por Europa, omiten la subordinación político-militar del Viejo Continente. No registran las inconsistencias de la estrategia comunitaria y la escasa aptitud de las antiguas potencias coloniales para comandar el imperialismo contemporáneo. Las previsiones de liderazgo hegemónico asiático basadas en Japón fallaron por omitir la dependencia del custodio norteamericano. Las nuevas situaciones de multipolaridad no anulan la subsistencia de un ordenador del capitalismo global.
La sucesión de liderazgos ha sido un elemento de la dinámica histórica, pero no una pauta inexorable de la evolución social. La atención excluyente a ese elemento diluye las diferencias que separaron a los distintos modos de producción. Jerarquiza la «historia por arriba» y presta escasa atención a las confrontaciones sociales. La dialéctica entre condicionantes estructurales y circunstancias azarosas no es compatible con un presupuesto de invariable reemplazo hegemónico.
Es incorrecto remontar el origen del capitalismo al siglo XVI, olvidando la compatibilidad del capital comercial con distintos regímenes sociales. El capitalismo no tuvo origen mundial y se asentó en procesos de expropiación social. Es un sistema basado en el imperativo de la competencia, la maximización de la ganancia y la explotación de los asalariados.
Es necesario reconocer las diferencias que separan a los imperios que antecedieron y sucedieron al surgimiento del capitalismo. La coerción extra-económica, la conquista de territorios y el establecimiento de colonias, difieren de las formas de opresión capitalistas. El imperio pleno del capital sólo irrumpió durante el siglo XX. Recordar esta cronología es vital desarrollar comparaciones adecuadas.

Leer también: Revista de prensa 2011, Mundo en Cuestión.

Homenaje a Claudio KATZ


Artículos y Libros de Claudio KATZ, Monde en Question.

Leer también:
Artículos seleccionados por Mundo en Cuestión.
Blogs y Sitios seleccionados por Mundo en Cuestión.

Los intelectuales y el 15-M


Éste no es un artículo más sobre el futuro del movimiento 15-M, ni tampoco un diagnóstico teórico más certero que otros que circulan por la red. Ni predicción de futuro, ni análisis final: intento de apertura, leña para el fuego que alienta la rebelión y el cambio, modesta aportación de alguien que sólo quiere ser un obrero anónimo de la palabra.

En los últimos meses han corrido ríos de tinta sobre lo que es y no es el movimiento 15-M. De manera bienintencionada, pero no siempre generosa, algunos han querido ver en las asambleas de las plazas la confirmación de todas sus teorías: son comunistas, son ilustrados, es la multitud que se levanta sobre su suelo inmanente para abatir el capitalismo, hasta la colmena sin obreros ni reina. Otros, de manera menos bienintencionada, han gritado «son marionetas de Rubalcaba», «perroflautas» (¡qué mente fascista habrá inventado este neologismo!) «infiltrados de ETA». Y, por último, no pocos sectores de la izquierda, víctimas de teorías milenarias de la conspiración que dotan al poder de una racionalidad que por fortuna no tiene, han visto en el 15-M la consagración de Punset y sus discípulos de la nueva fe de los comunicadores de masas, la apoteosis del nuevo libro de estilo del capitalismo reinventado.

Es lógico todos queremos tener razón, todos queremos ver en el 15-M la confirmación de nuestra visión del mundo y nuestros anhelos. Todos -y por todos aquí me refiero sobre todo a las y los intelectuales— queremos dar consejos, dirigir, mostrar: «por ahí no», «por aquí sí», «nuestra experiencia histórica dice que», «no seáis ingenuos». Publicamos incluso libros para decir, «esto ya os lo decíamos nosotros», «por fin la gente me hace caso» y no nos damos cuenta de que llenar las bibliotecas de nuevos libros no es cambiar la realidad, no nos damos cuenta de que hablando así, mirando así a la plaza, no somos más que entomólogos que diseccionan la insurrección como se destripa a un insecto. Me cuenta Ángeles Diez -mi socióloga de cabecera- que los más oportunistas o los más inconscientemente reaccionarios ya sueñan incluso con el momento en el que el 15-M dejará de existir en las plazas para existir sólo en las bibliotecas, mariposa disecada, pero sobre todo, wishful thinking.

Sin embargo, ha llegado el momento de invertir la mirada, ha llegado la hora de suspender el goce infinito que proporciona el voyeurismo intelectual, dejemos por un minuto de mirar obsesivamente a la plaza, invirtamos el campo visual, mirémonos ahora a nosotros mismos mirando, o incluso mejor, dejemos de una vez por todas que el movimiento 15-M nos mire a nosotros, seamos objetos y no sólo sujetos del análisis. Para hacer esto podríamos empezar por leernos un libro ya clásico de Frances Fox Piven y Richard Cloward –Poor People’s Movements— sobre los éxitos y fracasos de los movimientos sociales en Estados Unidos. En este libro se puede leer cómo históricamente los movimientos sociales de base –el movimiento sindical en los años treinta o el movimiento de derechos civiles en los años sesenta- obtienen sus mayores conquistas en el momento de la insurrección y se apagan y pierden su fuerza cuando las dirigencias tratan de orientar y estructurar la protesta. Muchas veces con la mejor de las intenciones las y los dirigentes de estos movimientos, sacaron a la gente de la calle para encerrarlos en despachos, desconvocaron protestas para redactar estatutos y formar organizaciones que acabaron siendo cooptadas por unas elites que están siempre más tranquilas cuando saben con quién tienen que lidiar y cuánto vale un o una dirigente.

Las tesis de Fox Piven y Cloward son, por supuesto, más que discutibles; y si bien es cierto que a veces una organización potente, estructurada y vanguardista como el PCE durante la dictadura puede ser una herramienta de resistencia efectiva, muchas otras veces la «organización», «la estructura», los «lideres», «la vanguardia del partido» y la «lista de demandas» pueden ser una manera de domesticar la insurrección (la propia historia de la dirigencia del PCE durante la transición no es ajena a esta catástrofe). En este sentido, los medios y los políticos se mueren de ganas por poner cara y precio a las y los líderes del 15-M, pero el movimiento ha hecho algo mucho más importante, ha robado la Política (con mayúscula y en femenino), a los políticos (con minúscula y en masculino) como se roba el fuego a los dioses, y de paso ha inventado nuevos lenguajes -«Democracia en construcción, perdonen las molestias»- y un nuevo tiempo de decisión afuera del tiempo acelerado de los mercados, «vamos despacio porque vamos lejos».

Esta nueva forma de la política no debe renegar de la fuerte tradición de lucha que hay en España y en otras partes, pero tampoco debe rendirle pleitesía, porque cuando menos ha creado, por derecho propio, un espacio –la asamblea— en el que se puede escuchar:

-A un militante de una asociación de vecinos explicando cómo defendieron el cierre de una escuela pública en Carbanchel, porque las asociaciones de vecinos pueden ser una forma potente de organización basada en el conocimiento que da vivir con otras.

-Una feminista explicando por qué el trabajo doméstico o el cuidado de los vulnerables lo hacen de manera no remunerada mayoritariamente las mujeres porque nuestras construcciones de género nos han convencido de que el trabajo doméstico no es trabajo y el cuidado es una inclinación natural de la mujer.

-Dos militantes de las brigadas antirracistas explicando cómo intervienen para parar las detenciones y maltratos a los inmigrantes indocumentados; explicando qué es un CIE, un Centro de Internamiento para Extranjeros, un mini Guantánamo que debería también indignarnos.

-Un grupo de estudiantes de Juventud sin futuro explicando que mientras vivamos en un mundo capitalista los jóvenes no pueden tener presente ni futuro, sólo pueden vivir el tiempo de la precariedad y la incertidumbre.

-Alguien más habla de los bancos y de los políticos como ellos, y de las personas que están sentadas en la plaza como nosotras. Nosotras contra Ellos, la plaza, nosotras, contra ellos y su patriarcado capitalista.

-Alguien que estuvo internado en un psiquiátrico habla de la necesidad de cuestionar la normalidad y las camisas de fuerza.

-Alguien que pide un minuto de silencio por las y los desaparecidos del franquismo y cuenta que el edificio que tenemos en frente fue la Dirección General de Seguridad, un centro de tortura.

Todo esto y muchas otras cosas escuché un día en el debate alternativo del Estado de la nación en la Puerta del Sol, y eso sin asistir el primer día, cuando se debatieron las propuestas de economía, educación y salud. ¿No es esto en sí mismo un evento? ¿de verdad necesitamos insistir en «ordenar» esta explosión de Política por miedo al futuro?

Eduardo Hernández cuenta que en los pocos meses que el movimiento tiene de vida se han roto muchas de las convecciones burguesas que definían la esfera pública; ya no se aplaude al o a la que habla bien, al o a la que exhibe su capital cultural, o no se les aplaude sólo por eso, se apoya y se aplaude más a los y las que se ponen más nerviosos/as a las y los que carecen de capital cultural o de palabras y citas, para que puedan expresar lo que tienen que expresar con sus palabras que valen tanto o más que las de un profesor universitario.

Las y los que hablan en las plazas no son nadie, son Esther, Juan o como mucho Silvia de la asociación de vecinos de Vallecas. En las plazas los intelectuales tienen que esperar su turno como todo el mundo y carecen de apellidos y de currículo. Es lógico que muchos intelectuales se pongan nerviosos, acostumbrados como estamos a que nos den la palabra, la autoridad y el púlpito inmediatamente. Por eso resulta doblemente patético escuchar a Agustín García Calvo –con todo el respeto que nos merece su trayectoria— pontificando en la plaza y dando instrucciones a la asamblea para que no propongan nada, porque proponer es caer en el lenguaje del padre, del Estado, del orden que se trata de combatir. Si él mismo no puede ver que «lo que nos queda de pueblo», para usar un concepto suyo, son estas asambleas, es que debe de estar ciego o que debe de preferir los cenáculos libertarios que preside tan patriarcalmente.

Y García Calvo por desgracia no está sólo en sus delirios iluministas, los intelectuales del manifiesto «Una Ilusión compartida» asumen una posición igualmente iluminista y despótica al firmar un manifiesto que transpira un tufillo progre y oportunista que tira para atrás. ¿Pero cómo se puede firmar una manifiesto en plan vanguardia histórica cuándo hasta hace tres días muchos de los firmantes apoyaban a un gobierno que ha implementado las medidas mas regresivas y reaccionarias de los últimos veinte años? ¿Cómo se puede hablar como si uno fuera promotor e inventor de una reconstrucción de la izquierda cuando el 15-M te ha pillado tomando copas en Cannes o disfrutando de las regalías de tu último libro por cortesía de la Ley Sinde que has defendido a capa y espada en tu columna semanal? Esta «ilusión compartida» debe de ser la de seguir siendo «izquierdistas profesionales» no sea que aquello del «no nos representan» también les alcance a ellos.

Otros con suficiente capital cultural para derrocharlo, como Fernando Savater, pueden permitirse directamente ejercer la violencia epistémica que les otorga su tribuna y hacer pasar por filosofía aseveraciones del tipo, «el 15-M me ha servido de tontómetro para medir el nivel de estupidez y cinismo de algunos». Frente a tanta desfachatez y tanto despropósito sólo nos queda desclasarnos como intelectuales, escindirnos completamente de esta manada de déspotas iluminados y apóstoles de la banalidad y el oportunismo. De todas maneras, como intelectuales no somos más que mutiladas y mutilados. Ya Antonio Gramsci advirtió de que todo hombre es un intelectual, pues no existen hombres ni mujeres que no tengan ideas sobre el mundo en el que viven, pues sólo la separación artificial y violenta entre trabajo manual y trabajo intelectual ha hecho posible que existan intelectuales con el tiempo y los privilegios suficientes para dedicarse profesionalmente a pensar, leer y escribir.

Por eso, cuanto más avance el 15-M más necesario será abolirnos, no por «antiintelectualismo», sino porque lo más intelectual que podemos hacer ahora mismo es, aunque el ego se resienta, acudir a las asambleas, aportar lo que buenamente podamos a las comisiones con humildad, escuchar de tú a tú, hablar sin apellidos ni título y, como mucho, sentirnos orgullosas de lo que hacemos igual que un carpintero se siente orgulloso de la mesa que ha construido. Obreras de la palabra, no señores respetables, a cada cual según su necesidad, de cada cual según sus destrezas.

16/07/2011
Luis MARTÍN-CABRERA
Rebelión

Leer también: Artículos seleccionados por Mundo en Cuestión.

Los súper ricos


Confirmado, a los millonarios y multimillonarios de Estados Unidos les va cada vez mejor.

Un artículo publicado el 18 de junio en el diario The Washington Post mencionaba, en ese sentido, que el 10% más rico de la población tenía en 2008 casi los mismos ingresos que todo el resto del país junto; y que los ingresos del 1% más rico de la población, unos 152,000 estadounidenses, aumentaron un 385% entre 1970 y el 2008, hasta los 5.6 millones de dólares promedio anuales.
Por el contrario, el 90 % de los habitantes con ingresos más bajos, unos 137 millones de personas, han visto caer su poder adquisitivo en un 1 % en el citado periodo. Su salario medio anual es de $31,244.
La situación es aún peor para la población hispana en Estados Unidos, cuyo salario medio apenas llega a los $20,000, según datos de 2009 del Pew Hispanic Center.

Esa desigualdad es desestabilizadora y mina la capacidad de la economía para crecer de forma sostenible y eficaz

¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo es que una nación predominantemente de clase media se tornó en una oligarquía?

La historia comienza a fines de los 70 y continúa durante los años de Obama, un periodo en el cual la política estadounidense ha sido tan inclinada hacía los ricos que ahora vivimos en el peor período de desigualdad económica en la historia moderna.

El culpable en su drama es la política misma en los últimos treinta años. Las pistas para entender el surgimiento de una nueva oligarquía se encuentra no en Wall Street, sino en el Congreso.
Cuando paso a paso y debate a debate, los dirigentes públicos de Estados Unidos reescribieron las reglas de la política y de la economía de formas que benefician a los pocos a costa de los muchos.
La mayoría de los relatos sobre la desigualdad en Estados Unidos datan de la década de los 80 con la administración del Presidente Ronald Reagan, el ícono anti-gobierno cuyas «Reaganomics» son comúnmente señaladas como la causa de los problemas actuales. Error, dicen los investigadores Hacker y Pierson. Los orígenes de la oligarquía se remontan a finales de los 70 y a la figura de Jimmy Carter, un presidente demócrata con un congreso demócrata.

Fueron los logros y fracasos de Carter los que lanzaron lo que el economista Paul Krugman ha llamado «la Gran Divergencia».

En 1978 la administración Carter y el Congreso aplicaron un plumón rojo a la ley de impuestos, cortando la tasa máxima del impuesto sobre la renta del 48% al 28%, una bendición para los estadounidenses adinerados. Al mismo tiempo, el esfuerzo más ambicioso en décadas para reformar la ley laboral para facilitar la formación de sindicatos murió en el senado, a pesar de una super mayoría demócrata de 61 votos.

Ronald Reagan, se podría decir, simplemente tomó la batuta que le entregó Carter. Su Economic Recovery and Tax Act (ERTA) en 1981 agrupaba una gran cantidad de regalitos que cualquier oligarquía apreciaría, incluyendo recortes de impuestos a corporaciones y recortes de impuestos sobre ganancias y posesiones.

La mesa estaba puesta, entonces, para que los ricos se separasen de manera definitiva y abrumadora de los demás.

El momento del fervor de los recortes de impuestos llegó a las administraciones de George H. W. Bush y Bill Clinton, y en el 2000 se convirtió en el grito de batalla de la campaña de George W. Bush, quien prometió que sus recortes de impuestos del 2001 serian una bendición para todos los estadounidenses. No lo fueron: el 51% de los beneficios van al 1% más rico.

Obama advirtió sobre los peligros que enfrenta el país en esta coyuntura, en la que los republicanos insisten en no elevar impuestos a los más ricos.

General Electric tuvo el año pasado unos beneficios de 5.100 millones de dólares en Estados Unidos y 14.200 millones en todo el mundo, pero no tuvo que pagar ni un penique en impuestos federales.

En 2009 tampoco Exxon-Mobil pagó ningún impuesto y el año pasado tuvo beneficios mundiales de 30.460 millones de dólares. Tampoco lo hicieron el Bank of America o Chevron o Boeing. Según un informe del mes pasado de la oficina del Defensor del Pueblo de la ciudad de Nueva York, en 2009 las cinco compañías, incluida GE, recibieron un total de 3.700 millones en devoluciones de impuestos federales

La solución al problema se perfila difícil. Los republicanos se niegan a aceptar subidas de impuestos como parte de un acuerdo para la reducción del déficit.
“El pedir que los millonarios y multimillonarios paguen los impuestos que pagaban con el presidente Bill Clinton (1993-2001) me parece algo razonable”, señaló Obama, quien recordó en que los impuestos están ahora en el nivel más bajo desde 1950.

El 13 de abril Obama sugirió un pequeño aumento en los impuestos a los ricos, subiendo de 35% a 39% el impuesto aplicable a ese sector (comparado con el 91% que se les gravaba en la década de los 60)

Independientemente de dónde se fije el tipo marginal más alto, los ricos siempre intentarán pagar menos. Las compañías han venido utilizando de forma progresiva una mezcla de escondites, devoluciones de impuestos y subsidios para pagar mucho menos

El último informe del IRS sobre la evasión fiscal (IRS Oversight Board report) estima que perdemos del orden de los 290.000 millones de dólares al año en impuestos no pagados y, según un estudio de 2008, los contribuyentes de mayores ingresos esconden tres veces más renta de la que defrauda un ciudadano medio.

08/07/2011
Alberto AMPUERO
ArgenPress

Leer también: Artículos seleccionados por Mundo en Cuestión.