Mundo en Cuestión

Análisis de la actualidad económica, política y social en el mundo

Archivos en la Categoría: Colonialismo

Occidente frente a sus colonias


Seguir la actualidad, correr tras el viento.
Pensar la actualidad, caminar a contracorriente.

Este mapa de países que reconocen Palestina es el mismo que el de los países que apoyan los bombardeos del Estado de Israel contra los Palestinos en la Franja de Gaza, de los que mujeres y niños son las principales víctimas (67%), y la expansión violenta de los asentamientos en Cisjordania.

 

Este mapa de países que reconocen a Palestina es también el de los países colonizados por las potencias occidentales, excepto Rusia. España, Portugal, Inglaterra, Francia y Alemania dividieron América, África y Asia desde 1492. Los Estados Unidos tomaron el poder después de la Primera Guerra Mundial. Pero, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 perpetrados por una de las organizaciones terroristas financiadas, armadas y entrenadas por Estados Unidos, las potencias occidentales han ido decayendo. Hoy en día, el PIB de los países BRICS es superior al de los países del G7 gracias principalmente a la economía china [1].

La neolengua llama “Sur Global” a las antiguas colonias de las antiguas potencias occidentales, que luchan por afrontar la realidad: la de su decadencia económica, política y moral [2]. ¡Ya no se aceptan las reglas asimétricas del orden mundial basado en la colonización!

11/11/2023
Serge LEFORT
Ciudadano del Mundo y editor de Mundo en Cuestión

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Notas


[1] Leer : Países del G7 frente a los BRICS por PIB, Visual Capitalist (traducción automática), 27/07/2023.

[2] Leer :
– El Sur Global, ¿un nuevo actor en la geopolítica global, Géoconfluences (traducción automática), 25/09/2023.
– ¿Cómo se llama el “Sur Global”?, Le Grand Continent (traducción automática), 19/10/2023.

Francia envía militares a Níger para proteger minas de uranio


Las autoridades francesas destacaron unas fuerzas especiales a Níger, limítrofe con Mali, para proteger minas de uranio, principal fuente de materia prima para las plantas nucleares francesas, informó hoy el presidente de Níger, Mahamadou Issufu.

Las fuerzas de seguridad francesas custodiarán las minas que explota la compañía Areva en las localidades de Imouraren y Arlit, norte de Níger.

RIA Novosti

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Lecciones de la intervención occidental en Mali


Mientras los aviones de guerra franceses bombardean Mali, hay una simple estadística que suministra el contexto clave: esa nación africana occidental de 15 millones de habitantes es el octavo país en el que las potencias occidentales -solo en los últimos cuatro años- han bombardeado y matado musulmanes después de Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia, Somalia y las Filipinas (sin contar las numerosas tiranías letales sostenidas por Occidente en esa región). Por razones obvias, la retórica de que Occidente no está en guerra con el mundo islámico suena cada vez más falsa con cada nueva expansión de este militarismo. Pero dentro de esta masiva campaña de bombardeo, se ve que la mayor parte de las lecciones vitales sobre la intervención occidental se ignoran tenazmente.

Primero,como deja en claro el informe del New York Times de esta mañana, gran parte de la inestabilidad de Mali es el resultado directo de la intervención de la OTAN en Libia. Específicamente, «combatientes islamistas fuertemente armados, aguerridos, volvieron del combate de Libia» y «el considerable armamento proveniente de Libia y los diferentes combatientes islámicos que volvieron» causaron el colapso del gobierno central apoyado por EE.UU. Como escribió esta mañana Owen Jones en una excelente columna en el Independent:

Esta intervención es en sí la consecuencia de otra. La guerra de Libia se ensalza frecuentemente como un éxito del intervencionismo liberal. Pero el derrocamiento de la dictadura de Muamar Gadafi tuvo consecuencias que probablemente los servicios de inteligencia occidentales nunca se preocuparon de imaginar. Los tuaregs -que tradicionalmente procedían del norte de Mali- componían una gran parte de su ejército. Cuando echaron a Gadafi del poder volvieron a su patria; a veces por la fuerza ya que en la Libia post Gadafi atacaban a los africanos negros, un hecho embarazoso que fue ignorado en gran parte por los medios occidentales… La guerra de Libia se consideró un éxito… y aquí estamos enfrentando esta catastrófica consecuencia.

Una y otra vez, una intervención occidental termina -por ineptitud o intencionalmente- sembrando las semillas de otra intervención. En vista de la masiva inestabilidad que sigue afectando a Libia así como la duradera indignación por el ataque en Bengasi, ¿cuánto tardaremos en oír que los bombardeos e invasiones en ese país son -otra vez- necesarios para combatir a las fuerzas «islamistas» que han tomado el poder del país: fuerzas empoderadas como resultado del derrocamiento por la OTAN del gobierno de ese país?

Segundo, el derrocamiento del gobierno malí fue posibilitado por desertores entrenados y armados por EE.UU. Según New York Times: «comandantes de las unidades de elite del ejército de esa nación, fruto de años de cuidadoso entrenamiento estadounidense, desertaron cuando eran más necesarios trasladando sus armas, camiones y nuevas capacidades al bando enemigo en el entusiasmo de la guerra, según altos oficiales malíes.» Y luego: «un oficial entrenado por EE.UU. derrocó al gobierno elegido de Mali, preparando la escena para que más de la mitad del país cayera en manos de los extremistas islámicos».

En otras palabras, Occidente vuelve a la guerra contra fuerzas que entrenó, financió y armó. Nadie supera a EE.UU. y sus aliados en la creación de sus propios enemigos, asegurando así una situación de guerra interminable. Donde EE.UU. no encuentra enemigos que combatir, simplemente los crea.

Tercero, el bombardeo occidental de musulmanes en otro país más provocará evidentemente aún más sentimiento antioccidental, el alimento del terrorismo. Como informa el Guardian, los aviones de caza jet franceses ya han matado «por lo menos a 11 civiles, incluidos tres niños». La larga historia de la colonización francesa en Mali solo exacerba la inevitable indignación. En diciembre, después de que el Consejo de Seguridad de la ONU autorizara la intervención en Mali, el investigador de Amnistía Internacional sobre Mali, Salvatore Saguès, advirtió: «Es probable que una intervención armada internacional aumente la escala de violaciones de los derechos humanos que ya vemos en este conflicto».

Como siempre, los gobiernos occidentales conocen perfectamente las consecuencias y proceden a pesar de todo. El NYT señala que la campaña de bombardeo francesa se lanzó «a pesar de las advertencias estadounidenses de que un ataque occidental al bastión islamista podría movilizar a yihadistas de todo el mundo y provocar ataques terroristas hasta en sitios tan alejados como Europa». Por cierto, al mismo tiempo que los franceses están matando civiles en Mali, una incursión conjunta franco-estadounidense en Somalia causó las muertes de «por lo menos ocho civiles, incluidas dos mujeres y dos niños».

Creer que EE.UU. y sus aliados pueden simplemente seguir yendo por el mundo, de país en país, bombardeando y matando gente inocente -musulmanes- y no ser objeto de ataques «terroristas» es, por razones obvias, demencial. Como dijo a Jones el profesor de la Universidad Bradford Paul Rogers, el bombardeo de Mali «se presentará como ‘un ejemplo más de un ataque contra el Islam’». Cualquier esperanza que pueda existir de acabar con la «guerra contra el terror» es destruida sistemáticamente por las continuas agresiones.

Cuarto, a pesar de toda la retórica autolaudatoria que las democracias occidentales tienen el placer de aplicarse, es extraordinario cómo se libran estas guerras sin ninguna pretensión de un proceso democrático. Sobre la participación del gobierno británico en el ataque militar a Mali Jones señala que «es inquietante -por decir lo menos- la forma en que Cameron ha llevado a Gran Bretaña al conflicto de Mali sin molestarse siquiera en fingir una consulta». Del mismo modo el Washington Post de esta mañana informa de que el presidente Obama ha reconocido después de los hechos que los jets de combate estadounidenses entraron en el espacio aéreo somalí como parte de la operación francesa en ese país; el Post lo llamó «un raro reconocimiento público de operaciones de combate estadounidenses en el Cuerno de África» y describió el secreto antidemocrático que generalmente rodea las acciones bélicas de EE.UU. en la región:

Los militares de EE.UU. han instalado un número creciente de drones armados Predator así como jets de combate F-15 en Camp Lemonnier, que ha llegado a ser una instalación clave de las operaciones secretas de contraterrorismo en Somalia y Yemen. El funcionario de la defensa se negó a identificar los aviones utilizados en el intento de rescate pero dijo que fueron jets de combate, no drones…

No quedó claro, sin embargo, por qué Obama se sintió obligado a revelar esta operación en particular cuando ha mantenido silencio sobre otras misiones específicas de combate de EE.UU. en Somalia. El domingo por la noche los portavoces de la Casa Blanca y del Pentágono se negaron a entrar en detalles o a responder preguntas.

El gobierno de Obama ha envuelto, por cierto, toda la campaña de drones y asesinatos globales en un manto impenetrable de secreto, asegurándose de que se mantenga más allá del alcance escudriñador de los medios noticiosos, tribunales y sus propios ciudadanos. EE.UU. y sus aliados occidentales no solo libran una guerra interminable que apunta invariablemente a los musulmanes, sino que además lo hacen en un secreto prácticamente total, sin ninguna transparencia ni rendimiento de cuentas. Un ejemplo de «democracia» occidental.

Finalmente, la propaganda utilizada para justificar todo esto es deprimentemente común pero terriblemente efectiva. Cualquier gobierno occidental que quiera bombardear musulmanes simplemente les coloca la etiqueta de «terroristas» y todo debate real o evaluación crítica acaba antes de empezar. «El presidente está totalmente convencido de que debemos erradicar a esos terroristas que amenazan la seguridad de Mali, de nuestro propio país y de Europa», proclamó el ministro de Defensa francés Jean-Yves Le Drian.

Como de costumbre, el simplista guión caricaturesco deforma la realidad más de lo que la describe. No cabe duda de que los rebeldes de Mali han realizado todo tipo de abominables atrocidades («amputaciones, azotamiento y lapidación de los que se oponen a su interpretación del Islam») pero lo mismo han hecho las fuerzas gubernamentales de Mali, incluyendo, como señaló Amnistía, el arresto, la tortura y la matanza de tuaregs al parecer solo por su carácter étnico. Como advierte acertadamente Jones: «no os dejéis engañar por una narrativa impuesta tan a menudo por los medios occidentales: una perversa simplificación del bien combatiendo al mal, como hemos visto en el caso de la brutal guerra civil de Siria».

Es posible que el bombardeo francés de Mali incluya algún tipo de participación de EE.UU. y así ilustra cada lección de intervención occidental. La «guerra contra el terror» es una guerra que se autoperpetúa precisamente porque engendra interminablemente sus propios enemigos y suministra el combustible para garantizar que el fuego continúe sin fin. Pero la propaganda basada en eslóganes utilizada para justificarla es tan barata y fácil -¡Debemos matar a los terroristas!- que cuesta ver cuándo acabará. El miedo cegador -no solo de la violencia, sino del Otro- que se ha implantado exitosamente en las mentes de muchos ciudadanos occidentales es tan fuerte que esa única y vacua palabra (terroristas) basta para generar un apoyo incondicional a cualquier cosa que los gobiernos hagan en su nombre, no importa lo secreta y opaca que sea.

14/01/2013
Glenn GREENWALD
The Guardian
Traducción Germán Leyens para Rebelión

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El temor racista a China


Irak, Afganistán, Palestina y Libia están en ruinas, aplastados por las pesadas botas del imperialismo occidental.

Pero nos dicen que tengamos miedo de China.

Todas las naciones de Indochina fueron bombardeadas hasta devolverlas a la edad de piedra, porque los semidioses occidentales no estaban dispuestos a tolerar, y pensaban que no debían tolerar, lo que alguna no-gente en Asia realmente ansiaba. Vietnam, Camboya, Laos –millones de toneladas de bombas lanzadas desde B-52 estratégicos, bombarderos en picado, y desde cazabombarderos. Las bombas que caían llovían sobre el campo prístino asesinando a niños, mujeres, y búfalos de agua, millones murieron. No hubo disculpas, no se aceptó la culpa y no hubo compensación por parte de las naciones culpables.

Indonesia, líder del mundo no alineado, con un inmenso Partido Comunista constitucional, fue destruida por el golpe de 1965, por la alianza de gobiernos occidentales, militares fascistas indonesios y las elites, así como por religiosos fanáticos de la mayor organización musulmana, UN. Murieron entre 2 y 3 millones de personas, incluidas las pertenecientes a la minoría china. Maestros, artistas, pensadores, todos asesinados o silenciados. En este caso, el imperialismo creó una nación sumisa, casi carente de base intelectual; incapaz incluso de analizar su propia caída.

Pero ahora nos ordenan que seamos conscientes del ascenso de China.

Latinoamérica: violada una y otra vez, de México a la República Dominicana, de Cuba a Granada, Panamá, Haití, Brasil, Argentina, Colombia y Chile. Durante años, décadas y siglos. Casi todos los países de Centroamérica y Suramérica, así como en el Caribe, fueron asolados en algún punto de la historia, por la implementación racista e indignante de la «Doctrina Monroe».

Los recientes golpes contra los gobiernos progresistas de Honduras y Paraguay fueron implementados bajo el «suave liderazgo» del supremo líder liberal de Occidente y «defensor de la democracia global» el presidente Barack Obama.

¡Pero nos dicen que hay que contener a China! No a nosotros –no a Occidente– sino a China.

En Medio Oriente, reinos y emiratos enteros se desviven compitiendo entre ellos por quién será el colaborador más servil de los intereses occidentales, quién aceptará más bases militares de EE.UU. en su territorio, quién matará, arrestará o torturará más gente, a los oponentes a la dictadura global de Occidente.

Pero es China, naturalmente, la que pone en peligro de modo inaceptable el derecho ancestral europeo y estadounidense de reinar sobre el mundo. O, para ser más preciso, el «peligro» es compartido por China, Rusia y Latinoamérica, tres sitios que logran liberarse de las cadenas occidentales y avanzar por sus propios caminos políticos, sociales, culturales y de desarrollo. ¡Sean lo que sean, pero suyos!

Pero China es el «peor», porque esos russkies y latinos todavía parecen blancos, por lo menos en su mayoría. Pero imaginar que el país más importante del mundo esté firmemente ubicado en Asia sería inimaginable, inaceptable y verdaderamente sacrílego.

En África, que por cierto no tiene mucha importancia, tal como está, ante los ojos de multinacionales y gobiernos occidentales, habitada por la más humilde especie de «no-gente» (para usar el léxico de Orwell), enormes áreas geográficas y culturas han sido saqueadas, divididas, debilitadas, prácticamente anuladas. Se erigieron fronteras ridículas, grandes líderes populares como Patrice Lumumba del Congo, fueron asesinados. Maníacos asesinos como Paul Kagame y Museveni fueron entrenados en y por Occidente, armados y llevados al poder, luego enviados a diversas misiones; para saquear y mantener el orden por cuenta de los intereses occidentales.

El Congo perdió unos 10 millones de personas durante el reinado del rey genocida belga Leopoldo II (actualmente héroe nacional de Bélgica, celebrado por innumerables estatuas en toda Bruselas). Actualmente pierde una cantidad semejante, mientras los protegidos militares de Washington y Londres en Ruanda y Uganda invaden libremente, derrocan gobiernos y saquean esa vasta y maltratada nación vecina.

Somalia prácticamente ya no existe, dividida por la fuerza, e invadida regularmente por aliados de Occidente, Kenia y Etiopia. Los europeos vierten desechos tóxicos cerca de su costa y luego se muestran indignados por la piratería, una justificación más para la continua militarización de toda la región. La orgullosa «Cuba africana» –Eritrea– es torturada por sanciones; mientras el país/base militar Yibuti ha sido glorificado y mimado, convertido en un contaminado, frustrado y grotesco símbolo del militarismo francés y estadounidense, del imperialismo occidental, en la región en la que nació la raza humana.

En África Occidental, en Argelia, en Angola y Namibia, en el Congo y Somalia, y en docenas de países más de África, decenas de millones de personas han sido masacradas por los imperialistas occidentales en los Siglos XX y XXI. Y la horrenda cuenta no fue mejor en las eras precedentes, con un holocausto directo contra las poblaciones nativas, con genocidios como el realizado por los alemanes en lo que es ahora Namibia, con esclavitud, tortura, violaciones y el desprecio total por las vidas humanas no blancas.

¿Pero hace un legado semejante que las naciones occidentales sean más humildes, reflexivas y apologéticas? ¿Existe por lo menos un cierto pathos de profunda culpa que cause esperanza de reconciliación global? No, ¡lejos de eso! No hay remordimientos en Londres, París, Berlín, Bruselas y Washington, en el campo francés, en el Medio Oeste o el Sur de EE.UU. O si existe, está concentrado en pequeñas áreas, sobre todo urbanas, desconectadas de la corriente dominante.

¡Pero a China la culpan ahora de «hacer negocios» con dictadores africanos! Y el aparato propagandístico occidental, los medios noticiosos locales, de propiedad y «capacitados» por Occidente, fabrican, inflan e implantan la culpa de China en los cerebros de la gente en todo el mundo.

Por ejemplo, un accidente minero en Zambia. Cada vez que está involucrada alguna compañía china, la situación se exagera hasta que adquiere proporciones tremendas. El resultado es que docenas de personas muertas debido a negligencia son puestas al mismo nivel que docenas de millones que murieron debido al salvaje imperialismo occidental, la trata de esclavos, el colonialismo y el neocolonialismo.

Las mismas tácticas propagandísticas se utilizan en todo el mundo. Por ejemplo, el Instituto Goethe en Yakarta, Indonesia, no hace mucho, organizó una exposición fotográfica de trabajadores polacos en Gdansk chocando con la policía, en los días de Solidaridad. Entonces murieron algunas personas. ¡Pero el Instituto Goethe no organiza exposiciones conmemorando los millones de comunistas, ateos, intelectuales y chinos que murieron en 1965 y después en Indonesia! Es casi como decir: «Veis, esos 3 millones de indonesios tuvieron que ser sacrificados, para impedir el escenario en el cual 30 personas fueron muertas posteriormente en Polonia». Una lógica interesante. Pero, apoyada por montañas de dinero, ¡funciona!

En Oceanía –en Polinesia, Melanesia y Micronesia– los británicos, estadounidenses, franceses, españoles, alemanes y otros amos coloniales, aplastaron y luego remodelaron el complejo universo que solía pertenecer a la gente altiva que habitaba decenas de miles de islas, islotes y atolones del Pacífico Sur.

Los habitantes locales fueron luego efectivamente llevados a la esclavitud; sus reinos, sus entidades geopolíticas fueron primero divididos en colonias y luego en naciones-Estado. Sus líderes fueron asesinados, marginados, amenazados y finalmente corrompidos y comprados.

Las naciones occidentales libraron batallas por las islas, realizaron experimentos nucleares a costa de la gente local, y luego inventaron una denominada «doctrina de disuasión estratégica», para asegurarse de que ningún barco «enemigo», ninguna idea inadecuada o ideología antiimperialista entrara en ese tremendo universo, que se extiende sobre un área interminable de agua.

Al fin construyeron inmensas bases militares; estadounidenses, británicas y francesas; descargaron todo tipo de desechos tóxicos y prístinos atolones como Kwajalein, fueron convertidos en terrenos de prueba de misiles.

Desechos, radiación, comida chatarra; todo condujo a innumerables emergencias médicas que adquirieron tal dimensión que solo el cambio climático y el consiguiente aumento del nivel del agua del mar han podido ser considerados de modo realista como una mayor amenaza para la supervivencia de la gente y de los Estados de Oceanía.

Viví en el Pacífico Sur durante más de 4 años, viajé y trabajé en todos los países del lugar, excepto en Niue y Nauru. Escribí sobre la lucha de los isleños que habitan el Pacífico Sur en mi libro de ensayo Oceania.

Varios países –Kiribati, las Islas Marshall, los Estados Federados de Micronesia, así como las varias islas y atolones que ahora pertenecen a otros Estados– se están volviendo rápidamente inhabitables. El agua de mar pasa por sus zonas de baja altitud y la vegetación está muriendo.

Occidente, responsable de la mayor parte de la contaminación, la emisión de dióxido de carbono y el calentamiento global, no ha hecho casi nada para salvar a esos países de la desaparición.

La ayuda exterior que están donando EE.UU., la UE, Australia y Nueva Zelanda, es a menudo tan dañina como los propios gases tóxicos. Se utiliza habitualmente para corromper a los funcionarios de los gobiernos locales; para pasearlos en avión por el mundo, arraigando la denominada «mentalidad per-diem». Doblegados y corruptos, los gobernantes locales no demandan verdadera compensación y soluciones reales para sus países sufrientes. La «ayuda exterior» también se utiliza para pagar expertos extranjeros a fin de que visiten, «analicen» y escriban innumerables y casi siempre fútiles informes. Todo eso, solo para crear la percepción de que se está haciendo algo; ¡y para asegurarse de que jamás se haga!

La gente de Oceanía no quiere que la evacúen; la mayoría quiere luchar por la supervivencia de sus islas. Hablé con ellos: en Kiribati, Tuvalu, FSM, RMI y otros sitios. Pero Occidente y los gobiernos locales insisten en proyectos idiotas de evacuación, por muchas razones negativas.

En cierto momento, China comenzó a ayudar, con el espíritu del internacionalismo; como debe hacerlo un país socialista. Puso manos a la obra y comenzó a construir escuelas, hospitales, edificios gubernamentales, carreteras y estadios; así como muros de protección y otra infraestructura pesada para defender áreas pobladas en peligro.

Occidente atacó de inmediato todos esos esfuerzos, inyectando nihilismo y envileciendo todo lo puro y decente. La primera etapa de la propaganda occidental, la misma que se ha usado en África y otros sitios, consistió en una andanada de mensajes negativos de que China no «hace, jamás, algo por altruismo»; simplemente sigue sus propios tenebrosos intereses y propósitos egoístas.

Las frases «filosóficas» y propagandistas son predecibles y simples: «Si somos basura, si nuestra cultura nos envía a saquear y esclavizar el mundo, hay que convencer a la humanidad de que otros tienen la misma esencia que nosotros. De esta manera, lo que estamos haciendo no se considerará extraordinario. ¡Somos todos humanos, de todas maneras!»

Es basura, por supuesto, e incluso personas como Gustav Jung consideraron la cultura occidental como excepcionalmente agresiva, una especie de patología. Pero, como lo probaron muchas veces propagandistas occidentales como Joseph Goebbels y Rupert Murdoch, si la propaganda se repite mil veces y corrompemos y pagamos a suficientes sujetos en todo el mundo para que repitan lo que les decimos, la basura se convierte en relucientes diamantes de veracidad, y eventualmente en incuestionable sabiduría común.

Pero volvamos a China y Oceanía:

Cuando la blitzkrieg relámpago para desacreditar China no dio resultado, o por lo menos fracasó en los países que se beneficiaban de la ayuda china, Occidente inventó una estrategia singular: fue a Taipei y comenzó a «alentar» a Taiwán para de que se «involucrara». Los taiwaneses estaban dispuestos y disponibles y comenzaron a ofrecer sobornos a los dirigentes de Oceanía, a cambio del reconocimiento de Taiwán como país independiente. Una vez que Taiwán es «reconocido», algo que incluso EE.UU. o la UE se niegan a hacer, en la mayor parte de los casos China toma represalias rompiendo las relaciones diplomáticas.

Y ese era, indudablemente, el plan de las antiguas y astutas potencias coloniales.

Mientras los países que no abandonaron a China, como Samoa, obtuvieron sus diques marinos protectores, estadios y edificios del Parlamento construidos en solidaridad y con optimismo socialista, países como Kiribati, un sitio que se podría describir fácilmente como uno de los verdaderos casos perdidos de Oceanía, fueron inundados de nihilismo infligido por Taiwán. El dinero llegó, pero no a la gente; sino a los profundos bolsillos del gobierno.

Mientras pequeños países enteros de Oceanía están cerca de la extinción, sus dirigentes, en su mayoría educados y entrenados en Australia y EE.UU., están ocupados vendiendo sus votos en las Naciones Unidas: votando en apoyo a la ocupación de Palestina por Israel, en apoyo a invasiones de EE.UU. en todo el mundo o contra las resoluciones ecológicas que podrían tener un efecto directo positivo sobre la situación de sus países.

«Un día me acorraló un equipo de la televisión israelí», me dijo un sacerdote en la capital de los Estados Federados de Micronesia (FSM). «El público israelí quería saber: ¿quiénes son esas criaturas que votan constantemente en apoyo a Israel, junto a EE.UU. y contra todo el mundo?»

Bueno, ¡son las mismas que reciben acorazados taiwaneses y sus tripulaciones que tocan himnos nacionales en las playas, y desfilan por doquier como maníacos, levantando banderas!

Y, a propósito, los que piensan que China no puede actuar con altruismo, deberían leer a Fidel Castro y sus poderosas y agradecidas palabras, describiendo cómo Cuba fue rescatada por la nación china, después del ataque de demencia de Gorbachov y la exaltada orgía alcohólica de Yeltsin, alentada por Occidente, con la destrucción de la URSS y varios años terribles de saqueo sin oposición del mundo por el Imperio Occidental, como resultado.

Cuando los medios chinos me entrevistan, a menudo me hacen la misma pregunta: «¿Qué puede hacer China para apaciguar a Occidente?»

Y mi respuesta es siempre la misma: «¡Nada!»

La propaganda occidental no busca maneras objetivas de analizar a China; no busca la buena voluntad de China. Existe para tergiversar y dañar a cualquier país que insista en su propio modelo de desarrollo, en servir a su propio pueblo en lugar de sucumbir dócilmente a los intereses de Occidente y los de las compañías multinacionales.

Occidente trata de destruir a la China socialista como trató de destruir a Vietnam durante lo que llaman en Asia «La guerra estadounidense». Tal como hizo un tremendo esfuerzo para arruinar a Moscú, inmediatamente después de la Revolución de 1917, hasta el final. Como trató de destruir a todos los países que insistieron en sus propios principios: Cuba, Egipto, Indonesia, Chile, Nicaragua, Eritrea e Irán antes del Shah, por nombrar solo unos pocos.

Algunos, como Corea del Norte, fueron primero arrasados y luego llevados al extremo, obligándolos a radicalizarse para después ridiculizarlos y exhibirlos en las pantallas de televisión como unn ejemplo monstruoso de país gagá.

Es evidente lo que Occidente quiere hacer con China, y no es tan diferente de sus designios de la Guerra del Opio. El escenario perfecto sería una nación inhabilitada, dividida y sumisa, admiradora de Occidente. El mejor gobernante sería una especie de Yeltsin chino dispuesto a cometer traición, despedazar el país, abrirlo a oligarcas e intereses extranjeros, cancelar todas las aspiraciones sociales y atacar con bombas el Parlamento repleto de representantes del pueblo que todavía creen en el socialismo.

Entonces podríamos «hacer negocios con China», y darle pleno apoyo ideológico y propagandístico.

Mi consejo usual a los medios chinos es: «¡Usad las cifras! ¡Las cifras están de vuestra parte!»

Pero parece que el equipo de propaganda de China no está a la altura de los apparatchicks occidentales.

China es demasiado tímida, demasiado blanda, como es en realidad todo el mundo, en comparación con los gánsteres políticos y económicos occidentales.

En una serie de golpes letales, Occidente puede bombardear un país, envenenar a su gente con uranio empobrecido, imponer sanciones que matan a cientos de miles de mujeres y niños indefensos, luego volver a bombardear el lugar, invadirlo, saquearlo y asegurarse de que sus propias compañías ganen miles de millones de dólares en un proceso de reconstrucción que en realidad no muestra ningún resultado concreto.

Una actitud semejante no puede ser equiparada por nadie; ni por China ni por la Unión Soviética, que siempre se aseguró de que sus Estados satélites tuvieran niveles de vida superiores a los de Moscú.

Si China no lo hace, lo haré yo, brevemente. Utilicemos cifras y mostremos al mundo, especialmente a esos ciudadanos occidentales «preocupados» de cómo va realmente a China. Comparemos. Y hagámoslo sobre una base per cápita, el único camino justo.

¿Cuánta gente ha sido asesinada por Occidente más allá de sus fronteras desde la Segunda Guerra Mundial en el Mundo Árabe, en Asia Pacífico, en África, Latinoamérica, Oceanía?, en realidad casi por doquier. Calculé y mi cálculo conservador es entre 50 y 60 millones. Más de 200 millones en acciones indirectas.

China, algunos miles de personas en su invasión punitiva y errónea de Vietnam, después de que Vietnam liberó Camboya de los Jemeres Rojos. ¡Pero es lo peor que ha hecho China! Y se retiró rápidamente. ¡Y nunca bombardeó Vietnam hasta devolverlo a la edad de piedra!

Por lo tanto, supongamos que la invasión china haya costado 10.000 vidas, Occidente mató por lo menos 5.000 veces más gente que China. Matemática simple, ¿verdad?

¿Cuántos gobiernos fueron derrocados por Occidente, incluyendo los que fueron elegidos en procesos democráticos cuidadosos y entusiastas? No tengo paciencia para mencionarlos todos: Nicaragua, Chile, Brasil, República Dominicana, Indonesia, Irán, Zaire, Paraguay y docenas más Básicamente se destruyó todo gobierno que no fuera aprobado por las compañías y políticos occidentales.

China: cero.

¡Occidente dio realmente grandes lecciones de democracia al mundo!

Pero continuemos nuestras comparaciones.

¿Quién usa su veto contra las resoluciones de las Naciones Unidas sobre Palestina y otros temas internacionales cruciales?

¿Quién se coloca fuera del alcance de los tribunales internacionales de justicia, incluso amenazando con invadir Holanda en caso que se lleve a sus ciudadanos ante la corte internacional de La Haya?

¿Quién es el mayor contaminador, per cápita? China ni siquiera es comparable a las naciones escandinavas, y se convierte en la segunda amenaza ecológica, después de EE.UU., solo si se aplican cifras absolutas, un modo absolutamente extraño de utilizar estadísticas. Para usar la misma lógica, se concluiría que: «hay más personas que fuman en Francia que en Mónaco».

Incluso el exvicepresidente de EE.UU., Al Gore, de quien no se puede decir que sea un enamorado de China, escribió que China tiene leyes de protección ambiental más duras que EE.UU.

Pero volvamos a la defensa, a esa «amenaza» que China supuestamente plantea al resto del mundo.

Según el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (Anuario SIPRI 2012), EE.UU., con una población de 315 millones, invierte (oficialmente) cerca de 711.000 millones de dólares en gastos militares. Muchos analistas insisten en que la cifra es realmente de más de 1 billón [millón de millones] de dólares; otros dicen que el monto es aún superior que eso, pero incalculable por una compleja y opaca interacción entre el gobierno y el sector privado. Pero basémonos en las cifras oficiales y aceptemos, a modo de argumento, el cálculo más bajo de 711.000 millones de dólares.

Aliados cercanos de EE.UU. también son todos grandes gastadores; todos adquieren fervorosamente sus bombas nucleares, misiles y cazas jet: El Reino Unido con 63 millones de personas gasta 62.700 millones de dólares en «defensa». Francia con 65 millones de personas, gasta 62.500 millones. Japón con 126 millones, desembolsa 59.300 millones de dólares, aunque oficialmente ni siquiera tiene ejército. Dos de los aliados más cercanos de Occidente en Medio Oriente, son aún más radicales:

Arabia Saudí con una población de 28 millones gasta 48.200 millones de dólares, e Israel con una población de solo 8 millones, gasta 15.000 millones de dólares, un monto proporcionalmente similar.

China, el país más populoso del mundo, con 1.347 millones de personas, gasta 143.000 millones de dólares, aproximadamente tanto como el Reino Unido y Francia juntos, ¡pero con una población que defender más de 10 veces superior!

Per cápita, EE.UU. gasta más de 21 veces más en defensa que China. El Reino Unido más de 9 veces y Arabia Saudí más de 16 veces.

Y hay que preguntarse: ¿De quién se «defienden» Francia y el Reino Unido? ¿Podría ser de Andorra, Mónaco o Irlanda? ¿O tal vez contra ese remoto trozo de Europa, Islandia?

Al contrario, China, que ha sido atacada en varias ocasiones; que fue ocupada, colonizada y saqueada por potencias occidentales, notablemente por el Reino Unido y Francia (cuya barbarie en el saqueo de Pekín fue legendaria), se ve ante cientos de bombarderos estratégicos y misiles nucleares, desde las direcciones de Okinawa y Guam, desde las flotas de EE.UU. de la región y desde las bases de cercanas excolonias centroasiáticas de la antigua Unión Soviética.

EE.UU., en desafío de la constitución de las Filipinas, realiza ejercicios militares en la base Clark y otras instalaciones militares en el territorio de su antigua colonia. Tiene una fuerte presencia militar en Corea del Sur, a solo un paso de China, y hace propuestas abiertas y encubiertas a Vietnam, tratando, extrañamente, de alquilar algunas de sus antiguas bases, que se utilizaron por última vez durante la guerra. Y no es ningún secreto que Mongolia es ahora uno de los más incondicionales aliados occidentales, con miles de kilómetros de una larga frontera con China.

¿Qué justifica gastos militares tan diferentes entre Occidente y China?

La respuesta es ¡Nada! Como en el caso de la «Doctrina Monroe» Occidente no necesita ridículas justificaciones. Su presunción de superioridad racial y cultural, no expresada pero asumida, parece que basta para silenciar a todos los escépticos y críticos interiores.

Las elites, «intelectuales» y medios de la mayor parte del mundo han sido entrenados y pagados para que se arrodillen y bajen la cabeza ante esa farsa evidente pero incuestionable.

¿Qué estoy haciendo? Formular estas preguntas no solo se considera inaceptable en Europa y EE.UU., ¡es descomedido!

Y China, muchas veces víctima de agresiones occidentales, se ve ahora a la defensiva, acusada de «demostrar su poderío», a pesar de su presupuesto de defensa desproporcionadamente bajo y casi sin una historia de invasiones e imperialismo.

China se representa como una amenaza, mientras se posiciona hombro a hombro con la mayoría de las naciones progresistas latinoamericanas y con Rusia, bloqueando resoluciones de la ONU hechas para abrir la puerta a la invasión occidental de Siria.

A los ojos del régimen occidental, el intento de impedir una invasión equivale a un crimen supremo, casi similar a terrorismo. Los países que representan un obstáculo son vilipendiados utilizando la propaganda más virulenta.

Hay que recordar que la misma retórica fue usada por la Alemania nazi, durante la guerra. Miembros de toda la resistencia, guerrilleros y fuerzas opositoras se tildaban de terroristas. ¿Y quién puede olvidar los graves insultos reservados a las naciones que iban a ser atacadas? ¡O a la Unión Soviética que enfrentó a los nazis y terminó por derrotarlos!

Según mis investigaciones en la región, las fuerzas occidentales entrenan no solo a la «oposición siria», sino también a yihadistas y mercenarios saudíes y cataríes, en lugares denominados «campos de refugiados» en Turquía, cerca de Hatay, y en la base de la fuerza aérea de EE.UU. en Adana.

¿Pero quién perdonará a China, Rusia y Latinoamérica por tratar de impedir otro escenario horripilante al estilo libio?

Y luego, están esas Islas Spratly, esa proeza de la propaganda occidental.

Las islas Spratly podrían ser en realidad la única prueba de que China está «mostrando su poderío», o de que está dispuesta a defender sus intereses.

El gobierno de las Filipinas, una excolonia estadounidense, está a la vanguardia de las duras críticas dirigidas contra China.

Fui a hablar con académicos filipinos, con importantes expertos en Manila, y logré entrevistar a varios de ellos.

Las opiniones eran generalmente similares, resumidas por Roland G. Simbulan, investigador y profesor de Estudios de Desarrollo y Administración Pública en la Universidad de las Filipinas, quien explicó:

Hablando francamente, esas Islas Spratly no son importantes para nosotros. Lo que sucede es que nuestras elites políticas son evidentemente alentadas por EE.UU. para que provoquen a China, y también existe una gran influencia de los militares estadounidenses sobre nuestras fuerzas armadas. Yo diría que los militares filipinos son muy vulnerables a ese tipo de «aliento». Por lo tanto EE.UU. alimenta constantemente esas actitudes antagónicas. Pero continuar con ese tipo de actitud podría ser desastroso para nuestro país. Esencialmente, estamos muy cerca de China, geográficamente y en general.

En Vietnam, EE.UU. explota claramente antiguas rivalidades, creando enemistad entre dos Estados socialistas.

Y luego el tema de los derechos humanos.

De nuevo comparemos.

Hay más gente en las cárceles en EE.UU. que en China. No solo más, sino incomparablemente más.

Según el Centro Internacional de Estudios Penitenciarios, EE.UU. tiene más personas en cárceles, que cualquier otra parte del mundo: ¡730 por cada 100.000 habitantes! De 221 países y territorios de los que se obtuvieron datos, China se encuentra en el lugar 123, con 121 prisioneros por cada 100.000 habitantes. Es seis veces menos que EE.UU., e incluso menos que Luxemburgo (que ocupa el puesto 120 con 124 prisioneros por cada 100.000 habitantes) o Australia (ocupa el puesto 113 con 129 prisioneros por cada 100.000 habitantes).

Es un hecho conocido que en EE.UU. muchas prisiones están privatizadas y se mantiene a los prisioneros básicamente como mano de obra gratuita o barata. Si no es una violación de los derechos humanos mantener a millones de personas en las cárceles por delitos de menor cuantía, solo para mantener repletos los cofres de compañías privadas, ¿qué lo es?

La tortura es aceptada y utilizada por interrogadores estadounidenses de todo el mundo.

China todavía ejecuta a más personas que EE.UU., incluso en una base per cápita, lo que es deplorable, pero la cantidad de ejecuciones está disminuyendo en China, ya que se reduce la cantidad de crímenes penados con la muerte.

Pero mientras la pena de muerte en China se menciona frecuentemente en conexión con las violaciones de los derechos humanos, pocas veces se señala que EE.UU. realiza ejecuciones extrajudiciales en varias partes del mundo, incluidos Afganistán y Pakistán, donde utiliza drones, para atacar arbitrariamente a presuntos terroristas, incluyendo a mujeres y niños.

¿Y el último argumento propagandístico, el Tíbet? Si comparamos la situación con la de los territorios regidos por los aliados occidentales, como Indonesia e India, llegamos a conclusiones muy incómodas.

El régimen de India en Cachemira solo puede describirse como una verdadera carnicería; el régimen indonesio en Papúa, con más de 120.000 muertos (un cálculo muy conservador) no se diferencia de un genocidio.

Pero India e Indonesia nunca se describen como naciones que deberían cambiar su historial de brutales violaciones de los derechos humanos. Tampoco se describen las naciones occidentales según sus innumerables crímenes contra la humanidad en todos los continentes.

¿Valen solo los derechos humanos para los que viven al interior de un país? ¿No son «humanos» los 50, 60 o 200 millones que Occidente asesinó, sobre todo en países pobres?

Es ridículo afirmar que el racismo no juega ningún papel en la forma de mostrar a China.

Tengo amigos, que de otra manera son hombres y mujeres sensatos y progresistas, quienes, cuando se menciona a China, no escuchan y comienzan a gritar: «No, no quiero ir a ese país. ¡Es terrible!»

Comunistas, socialistas, o capitalistas, el éxito de las naciones asiáticas nunca se toma a la ligera en Occidente.

Quién podrá olvidar el sarcasmo y la «desconfianza» dirigidos a Japón cuando sobrepasó, económica y socialmente, a la mayoría de las naciones europeas. Y hasta ahora, cuando alguien menciona que Singapur tiene muchos indicadores sociales que son mejores que los de Australia, él o ella son inmediatamente recibidos por estallidos derogatorios, dirigidos a la tropical ciudad-Estado.

Tanto Singapur como Japón son fieles aliados occidentales y economías de mercado altamente desarrolladas integradas en el sistema capitalista global.

China es diferente. Desarrolla su propio modelo; está abriendo y creando su propio camino por territorio desconocido. No está dispuesta a seguir órdenes de otros. Es demasiado grande, su cultura demasiado antigua.

En el pasado, como Japón, China estaba cerrada, viviendo en su propio dominio, nunca agresiva hacia otros, sin ambiciones expansionistas.

Los occidentales llegaron y la obligaron a abrirse. Lo que siguió fueron baños de sangre y engaños, confusión y un largo período de humillación nacional y marasmo.

Luego vinieron la lucha por la independencia y la revolución. No fue fácil, ni sin problemas, pero China volvió a crecer, comenzó a ponerse de pie, educando a su pueblo, suministrando vivienda y salud a los pobres.

Siguió su propio camino; un modo complejo de equilibrio entre su propia cultura y las condiciones globales, entre el socialismo y la realidad capitalista que domina el mundo.

Sufrió algunos reveses pero tuvo muchos más logros. Y en realidad no «creció» realmente; solo comenzó a recuperar su justo sitio en el mundo, un sitio que le fue negado durante tanto tiempo, después de años de saqueo y de invasiones debilitantes.

Es en general una nación benigna habitada por gente de buen corazón. Casi todos los que conocen China están de acuerdo.

Pero también es una nación extremadamente determinada y orgullosa. Es sabia y busca la armonía, siempre está dispuesta al compromiso.

Tratar de arrinconarla, de provocarla, de atacarla, sería insano, casi suicida. Esta vez China no cederá, no cuando tenga que ver con temas esenciales. Todavía está fresca la memoria de lo que ocurrió cuando lo hizo.

Occidente, cegado por el temor de que podría perder los privilegios del dictador, hace lo impensable: meter una barra de hierro en la boca del dragón. Aquí en Asia, los dragones son respetados y queridos, criaturas míticas de gran sabiduría y poder.

Pero los dragones también pueden ser fieros cuando se rompe la buena voluntad y los invasores amenazan con asolar la nación.

China crece y trata de comprender el mundo, de interactuar con él. Su pueblo se entusiasma con lo que ve; quiere ganar amigos.

Occidente actúa del modo más antagonista: vuelve a provocar una carrera armamentista, utiliza la propaganda más virulenta, corrompe naciones enteras en Asia y Oceanía para que adopten una posición anti China.

Es comprensible que Occidente no haya sacrificado esos millones de personas, en todo el mundo, solo para abandonar su control dictatorial y exclusivo del poder. No destruyó docenas de países que buscaban la libertad, no bombardeó a decenas de millonesde personas para ceder ahora.

En el futuro no se puede excluir un enfrentamiento, y es obvio quién tendrá la culpa.

China no abandonará su camino. No habrá un Yeltsin chino. Al mostrarse firme, China da un ejemplo al mundo.

Al escribir estas palabras, Latinoamérica está resistiendo y venciendo. Rusia resiste mientras busca su propia dirección. Otros pueden sumarse. África sueña con la resistencia, pero todavía no se atreve; todavía está demasiado dañada. Los países árabes se atreven, pero todavía no han decidido en qué dirección orientar sus sueños.

Pero aumenta el descontento con las botas que aplastan la libertad. Y China no es quien se las pone.

La irracionalidad y el racismo de Occidente pueden ser contraproducentes.

Andre Vltchek novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico se titula Oceania y está a la venta en Amazon. Su provocador libro sobre la Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado se titula Indonesia: The Archipelago of Fear. Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo. Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek vive y trabaja actualmente en el Este de Asia y África.

04/01/2013
Andre Vltchek
CounterPunchRebelión

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Construirán en China museo sobre esclavas sexuales II Guerra Mundia


Un museo dedicado a las mujeres en China convertidas en esclavas sexuales y forzadas a dar servicio a las tropas japonesas durante la II Guerra Mundial será erigido en la ciudad de Nanjing, se informó hoy.

El proyecto fue puesto a consideración de las autoridades del distrito Baixia de esa capital de la provincia de Jiangsu, y de recibir el visto bueno será abierto en 2014 como un apéndice del Salón Memorial dedicado a las víctimas de la Masacre de Nanjing, inaugurado en 1985.

El genocidio o masacre de Nanjing ocurrió hace más de 70 años a partir del 13 de diciembre de 1937 y durante seis semanas cuando las tropas japonesas arrasaron con la ciudad y ocasionaron 300 mil muertes.

En el caso de las esclavas sexuales, más de 200 mujeres de Japón, la península coreana y China fueron forzadas a trabajar como prostitutas para los soldados japoneses en los edificios donde radicaban en Nanjing.

En total se calcula que de 100 mil a 200 mil mujeres asiáticas fueron forzadas a dar servicios sexuales al ejército imperial japonés a lo largo de la II Guerra Mundial.

20/11/2012
ArgenPress

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América Latina 1492-1992


Jean-Pierre BASTIA, América Latina 1492-1992, conquista, resistencia y emancipación, UNAM, 1992 [Biblioteca Jurídica Virtual PDF].

Contenido
Preliminares
Presentación
Advertencia

Introducción
1. Algunas claves de lectura
2. Una doble interrogación

CAPÍTULO I EXPANSIÓN, DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE LOS ESPACIOS AMERICANOS
1. La expansión territorial
2. La invención de América
3. Conquista y encuentro de civilización

CAPÍTULO II COLONIZACIÓN, EXPLOTACIÓN Y EVANGELIZACIÓN
1. La apropiación de la tierra y de las minas
2. El servicio personal de los indios y la esclavitud de los negros
3. La conquista de lo imaginario
4. La Iglesia, instrumento de poder
5. ¿Es el indio un ser racional?

CAPÍTULO III LAS SOCIEDADES COLONIALES
1. Centralismo, Contrarreforma y cristianismo colonial
2. Razas y castas
3. Sincretismo religioso y arte barroco

CAPÍTULO IV LAS RESISTENCIAS INDÍGENAS Y NEGRAS
1. Revueltas y movimientos mesiánicos indígenas
2. La reconstrucción de las identidades étnicas
3. Cimarrones y negritud

CAPÍTULO V INDEPENDENCIA, EMANCIPACIÓN Y MODERNIDAD LIBERAL
1. Unas frágiles nacionalidades
2. Las reformas liberales y la modernidad democrática
3. Ruptura y continuidad

CAPÍTULO VI LA AMÉRICA LATINA CONTEMPORÁNEA
1. Revolución e identidad mestiza
2. Democracia y pluralismo

Algunas reflexiones finales
Principales fechas mencionadas
Bibliografía sumaria

Leer también:
• Jean-Pierre Bastian, Revistas del Colegio de México.
• Jean-Pierre Bastian, Scientific Commons.

Israel desea legalizar su ocupación


Las conversaciones de paz entre los israelíes y los palestinos de la OLP están condenadas de antemano al fracaso. A menos que el representante de la OLP (y no de todo el pueblo palestino porque la mayoría de ellos apoyan al movimiento Hamás, que está en contra de estas conversaciones de «paz») esté dispuesto a vender el derecho de los palestinos a recuperar sus tierras -al menos las ocupadas en la guerra de 1967- por un miserable plato de lentejas. Y no es nada más, ni nada menos lo que le ofrecen los judíos a Abbás en Washington.

Habla Netanyahu de que los palestinos deben de hacer concesiones para que se produzca una paz a su medida. ¿Cuáles serían estas concesiones? Me imagino que, como en otras oportunidades, le exigirán a AL-Fatah que intente destruir al Movimiento de Resistencia Islámico, cuestión que ya una vez lo intentó Fatah y vemos los resultados. Otra de las concesiones dolorosas, para emplear las palabras del mismo Netanyahu, será que este Estado Palestino quede prácticamente embolsado por el Estado judío, sin posibilidades de tener una verdadera soberanía propia. Además, está el problema del agua, que Israel necesita y ese elemento se encuentra en mayor medida en Cisjordania. Por eso habla Netanyahu de que los pilares sobre los que se construya esta paz son: la legitimidad y la seguridad. Legitimar la existencia del Estado de Israel en las 5/6 partes del territorio palestino y la seguridad de que no exista un verdadero Estado no judío dentro de sus fronteras que llegue a amenazar al existencia de Israel.

Mientras siguen estas «conversaciones», los judíos siguen apropiándose de más tierras de palestinos y construyendo más casas y edificios en las colonias judías establecidas en Cisjordania.
Y esto se hace en forma descarada, sin que USA exija poner término a estas anexiones, al contrario, le exige a Abbás para que siga adelante con las conversaciones, aún a pesar de estas movidas del gobierno de Israel que tiene como objetivo crear de hecho un territorio fuertemente poblado de ciudadanos israelíes que no sean de etnias árabes, sino europeas fundamentalmente, aunque nadie puede asegurar 100% que sean realmente ciudadanos de origen y de religión judía. En todo caso estos europeos ─en su gran mayoría provenientes de Rusia─ han llegado a la «Tierra Prometida» escapando de una vida miserable después del derrumbe del «socialismo real» que existió en la ex URSS. La motivación económica fuertemente apoyada por el Estado sionista y armados hasta los dientes les permite vivir bajo la esperanza de que al final los palestinos dejen sus tierras y tomen las de Villadiego.

La estrategia de los sionistas aparece como un poco complicada e incomprensible, en especial para aquellos que no comprenden cuál es el objetivo que persigue el Estado judío en esos lugares. Aparentemente, sólo sería lograr una paz romana. Los países o Estados menores que se diluyan dentro del gran Estado que los domina y, por tanto, los gobierna según sus intereses. Eso es, en parte, lo que pretenden los sionistas. Pero, de trasfondo hay un objetivo mucho más claro y definitivo y a ese objetivo concurren todos los medios posibles, incluso la guerra, aunque se hable en un lenguaje de paz. Ese objetivo es lograr asimilar de alguna forma a los palestinos que queden en esas tierras que fueron suyas, a un Estado judío y que lo único que puedan lograr será mantener su autonomía en territorios desvinculados entre sí, lo que en la práctica haría imposible el funcionamiento de un Estado Palestino. Está claro que el objetivo del gobierno israelí es impedir por cualquier medio la existencia de un Estado palestino en Cisjordania. Hasta ahora han logrado apoderarse de las 5/6 partes del territorio originario. Abbás, si realmente lo cree, probablemente piensa que los judíos están dispuestos a devolver los territorios ganados mediante la violencia y si es así, se equivoca. Por esa razón, una gran mayoría de los palestinos ven estas conversaciones como parte de una política entreguista promovida por el gobierno norteamericano, que es el principal aliado de Israel, apareciendo como mediador y neutral en estas «conversaciones de paz».

Las noticias que dicen que ambos dirigentes ─el sionista y el palestino─ profesan el deseo de alcanzar una paz, es posible que así sea, aunque esta paz sólo beneficia a Israel por cuanto su objetivo nacional se está cumpliendo, en cambio el objetivo nacional palestino se hace cada día menos posible y hoy más que nunca con un gobierno palestino que es ilegal y que no representa el sentir de la gran mayoría del pueblo. Dejar de lado a Hamás es parte de la estrategia de USA y de Israel, también de la llamada OLP, que ahora no es más que una parte de AL-Fatah, tal vez la mayoría de ellos, pero una minoría que gobierna contra el sentir del pueblo palestino que fue expresado en las urnas el 26 de enero del año 2006 en que el movimiento Hamás, «Movimiento de Resistencia Islámico», obtuvo 76 de los 132 escaños del Parlamento Palestino, en cambio sus principales contendores, AL-Fatah, sólo consiguió 43. A partir de esa época, Al-Fatah ha gobernado en Cisjordania atentando directamente contra el sentir del pueblo palestino expresado en las urnas. Pero esa es el tipo de democracia que apoya USA: una «democracia» que sirve a sus intereses como la que existe en Egipto, muy parecida a la «democracia» de esta ANP. Mientras se pensó que Al-Fatah ganaría las elecciones, los norteamericanos se pronunciaron muy favorablemente por la «democracia», luego de la derrota de la OLP, ya no hablaron más la tal desprestigiada «democracia».

Como siempre, la Media en manos de USA y de sus aliados culparán de callejón sin salida a Hamás, por unas cuantas acciones de pequeña envergadura comparada con los ataques diarios de los sionistas que ya llevan miles de muertos, sin que la Media le tome el peso a estas acciones no «terroristas», sino militares, según la terminología empleada por esta Media aliada a Israel para camuflar la espantosa realidad.

Si Abbás consiente la existencia legal de Israel en Cisjordania, aunque sea sólo el 50% de esos territorios, Palestina no tiene ningún futuro y los israelíes podrían de aquí en adelante funcionar como un Estado legal, «apoyado» por el pueblo originario y ocupado mediante la guerra. Como las conversaciones anteriores, estas no tiene futuro, aparecen como parte de una buena voluntad de vivir en paz, clro está que todo no es más que un vulgar show como el que mostró el gobierno de Clinton. Y así pasará a la Historia.

06/09/2010
Abel SAMIR
ArgenPress

La historia colonial y el espejismo de la identidad nacional


¿Debemos avergonzarnos de nuestra propia historia? Depende de lo busquemos en ella. Comprender las causas y las consecuencias de los dramas sociales y humanos de las épocas precedentes o bien identificarse con sus protagonistas, sin importar el papel que desempeñaron. En el primer caso, se trata de una actitud más bien racional y científica que, ante todo, pretende explicar los sucesos de antaño, sin embellecerlos o envilecerlos, con el fin de extraer posibles lecciones para el futuro. En el segundo, estamos ante un enfoque emocional que se basa en la identificación de la sociedad actual con su pasado. Pero, en este caso, el peligro de caer en la trampa de la mistificación de la historia crece, sobre todo a medida que se reduce la distancia temporal entre los periodos anteriores y el tiempo presente. La imagen de las sociedades contemporáneas, ya se trate de pueblos, religiones, civilizaciones, o incluso de sus respectivas instituciones, corre el riesgo de deteriorarse. ¿Cómo posicionarse en el mundo actual con un bagaje de actuaciones poco gloriosas en el curso de la historia más o menos reciente? ¿Silenciándolo? ¿Retractándose públicamente?

El libro de Catherine Coquery-Vidrovitch desvela justamente la preocupación de los historiadores franceses que trabajan sobre el delicado terreno de la historia colonial. Esta obra presenta una reflexión sobre el tema, basada en la evolución de la historiografía francesa de la colonización de África en los últimos cincuenta años, es decir desde las «independencias». Sus investigaciones muestran claramente los dilemas que plantea la interpretación de la mentalidad característica de esa época. Si, hasta los años cincuenta, prevalecía una visión positiva del papel de Francia como potencia colonial, una década más tarde se asentaba el mutismo. Y se optaba por dejar que fueran los investigadores africanos los que trabajaran sobre el tema. Estos no lo dudaron. A las universidades y otros centros de investigación de Francia, llegó una avalancha de doctorandos procedentes del continente africano. Gracias a ellos se abordaron gran cantidad de nuevos aspectos, como el urbanismo en las colonias francesas de África, las resistencias, la ecología y el género. Desgraciadamente, como señala la autora, la mayoría de esos trabajos no fueron publicados y hoy solo los conocen un puñado de investigadores especializados. ¿Fue algo premeditado? Todavía no hay respuesta a esa pregunta. Pero no hay ninguna duda de que hubo intereses políticos en juego, y sino cómo se explica que, en la enseñanza escolar francesa, la trata de esclavos ni siquiera se mencione hasta 1950 y apenas se evoque en los años noventa. Hubo que esperar a que en 2001 se promulgara la ley Taubira, que declaraba la esclavitud un crimen contra la humanidad, para que ese delicado tema se tratara por fin en los colegios.

Pero eso también significa que siguen siendo los intereses políticos los que dictan la forma en que se presenta o se enseña el pasado. En realidad, las más altas instituciones democráticas no han dejado de hacerlo nunca. Sirviéndose de la legislación (especialmente de la ley de 23 de febrero de 2005) incluso intentaron imponer a los maestros la obligación de enseñar «el papel positivo de la presencia francesa en ultramar» y avivar un concepto casi racista del hombre africano, que estaría poco integrado en la Historia. Aunque esta opinión, que el presidente Nicolas Sarkozy expresó el 26 de julio de 2007 en Dakar, fue duramente criticada y la ley de 23 de febrero de 2005 se ha retirado, la politización de la historia colonial francesa no ha cesado. Cuando un hecho histórico cerrado desde hace más de un siglo y medio se declaró «crimen contra la humanidad» por un acto legislativo, algunos consideraron que la política diaria atentaba contra la libertad de interpretación de la ciencia histórica. Se estaba gestando un precedente peligroso para el análisis del pasado. Basándose en esta ley, muchas organizaciones humanitarias y antiracistas exigían disculpas oficiales y reparación. Se consideraba a las generaciones actuales culpables de crímenes en los que estaban implicados algunos de sus antepasados lejanos, pero no ellos. La noción de «responsabilidad colectiva», típica por lo demás de los sistemas ideológicos totalitarios, recuperaba sus cartas de naturaleza.

No es de extrañar que la injerencia de la política en el análisis y la enseñanza de la historia colonial haya provocado reacciones virulentas entre los historiadores. Alguno de ellos ven en las famosas «leyes memoriales» así como en las exigencias de disculpas y reparación por la esclavitud y los daños del sistema colonial, no solo un arma mediática, sino también una tentativa de debilitamiento de la conciencia nacional. En efecto, en noviembre de 2008 la Asociación «Libertad para la Historia» obtuvo del Parlamento el compromiso de no volver a pronunciarse mediante leyes sobre ningún tema relacionado con la memoria, pero, para la autora, esta retractación supondría legitimar la difusión de las mentiras históricas.

Por lo visto, ya nadie logra cerrar la caja de Pandora de la politización de la historia colonial y al parecer, Catherine Coquery Vidrovitch también se ha dejado llevar. En el dilema entre la libertad de investigación científica y la injerencia política mediante «leyes memoriales», la escritora se inclina por esta última. Al referirse al problema de la «fractura colonial» se muestra partidaria del concepto «poscolonial» que ella vincula a la reflexión sobre la identidad nacional, una identidad que no considera solo como «hexagonal», sino más bien como una herencia del pasado en general, incluido el colonial.

¿Pero la labor de la Historia es debatir sobre las «identidades» -lo que a fin de cuentas compete a la etnogenesis- o bien analizar las causas y las consecuencias de los hechos? El posmodernismo, del que se decía que iba a enriquecer la comprensión de la Historia, parece más bien enmarañarla desviándola hacia factores secundarios, pero más apropiados para crear opinión: identidades, memorias, culturas, civilizaciones, espacios. Catherine Coquery-Vidrovitch aporta también su granito de arena al intentar justificar las críticas a la planificación del Museo del Quai Branly. Ella misma confiesa lo difícil que resulta hablar del arte popular de los países del Sur intentando ser políticamente correcto. Pero, por otra parte, tiene problemas para precisar lo que, en su presentación inicial, se consideró como «enfoque colonial» y lo que ha cambiado en los planteamientos actuales. ¿Las explicaciones históricas que acompañan a los objetos expuestos? ¿La iluminación de las salas? ¿La reprobación (¿vergüenza?) de la estética?

Ella llega a la conclusión de que «pensar en términos poscoloniales lleva a pensar la diversidad de la sociedad francesa en la convergencia de las historias, porque vivir en armonía en una sociedad compleja exige el arte del compromiso y del diálogo»; conclusión que parece sacada de un folleto de una institución del Estado para la integración de los extranjeros (inmigrados). Sucede lo mismo con sus recomendaciones: «la escuela y la inteligencia política deben contribuir a edificar un sentimiento común de pertenencia a una nación (!sic!) cuyas principales características de mañana no serán exactamente las de hoy». Sin duda, pero eso ¿no es otra historia? En cuanto a la historia que se considera como la verdadera, ¿su deber no es desmitificar en lugar de crear nuevos mitos, sacar a la luz las actuaciones encaminadas a la dominación, al enriquecimiento y al poder, desvelar las manipulaciones de la propaganda, precisar el contexto económico y geopolítico que está en la base de toda expansión y de toda explotación? Desgraciadamente, ninguna historia, ni siquiera la de las antiguas colonias europeas, es irreprochable. En cuanto se rasca un poco, aparece un fondo aterrador de guerras, crímenes, perfidias, mercadeos, opresión, pillaje, intrigas y complots. ¿Entonces a dónde nos lleva avergonzarnos de la Historia? ¿No sería mejor, en lugar de cultivar quimeras sobre la «identidad» y el «diálogo», tan del gusto de los que detentan el poder que las manejan a su antojo para la salvaguarda de sus propios intereses, avergonzarse de no haber conseguido todavía extraer de la Historia lecciones que permitan cambiar el destino de la Humanidad?

El libro de Catherine Coquery-Vidrovitch no profundiza tanto en la configuración de las encrucijadas de la Historia, y mucho menos de la historia colonial. Sin embargo, ofrece un interesante panorama sobre el desarrollo de la historiografía de la época colonial en Francia y sobre los debates (sin duda politizados) que se han producido entre los investigadores. Para quienes se interesen o quieran ahondar en sus conocimientos en ese campo, este libro es una obra de referencia recomendada.

28 de junio de 2010
Vladislav MARJANOVIĆ
Tlaxcala

Leer también : Bibliographie Catherine COQUERY-VIDROVITCH, Monde en Question.

Boicot Israel



Acción Boicot contra H&M en Barcelona

Norman Finkelstein


Este clip está extractado de la documental «An American Radical» que se está por estrenar. El episodio sucedió al final de una conferencia en la Universidad de Waterloo.